Paro de hablar cuando Amelia aparecio con un manojo de fotografias que habia arrancado del catalogo.

– Estos, senora Woo -ordeno, arrojandole las hojas a la costurera-. Regentamos un club nocturno, ya sabe - anadio, con una maliciosa sonrisa en el rostro-. Y usted no es ninguna Elsa Schiaparelli como para decirnos lo que debemos o no debemos llevar.

Dejamos la tienda de la senora Woo con un pedido de tres vestidos de noche y cuatro vestidos de dia, por lo que supuse que esa era la unica razon por la cual la senora Woo soportaba los malos modales de Amelia. En unos grandes almacenes, compramos ropa interior, calzado y guantes. Fuera, en la acera, un nino mendigo estaba garabateando la historia de sus desventuras con un trozo de tiza. Llevaba un taparrabos de un tejido aspero, y la piel de sus hombros y de su espalda estaba dolorosamente quemada por el sol.

– ?Que dice? -pregunto Amelia.

Observe la fina caligrafia. No dominaba el chino, pero podia asegurar que las palabras estaban escritas por alguien culto y con educacion. La historia del chico decia que habia presenciado como los japoneses que invadieron Manchuria mataban a su madre y a sus tres hermanas. Una de sus hermanas habia sido torturada. Encontro su cuerpo en una cuneta. Los soldados le habian cortado la nariz, los pechos y las manos. Solo su padre y el sobrevivieron y huyeron a Shanghai. Compraron un rickshaw con todo el dinero que les habia quedado. Pero un dia, al padre del chico lo atropello un conductor extranjero borracho que conducia demasiado rapido. Su padre aun estaba vivo despues del accidente, pero tenia ambas piernas fracturadas y una profunda herida que le dejaba al descubierto el craneo a la altura de la frente. Sangraba profusamente, pero el extranjero rehuso llevarle en su coche a un hospital. Otro porteador de rickshaw le ayudo a llevar a su padre al medico, pero era demasiado tarde. El hombre habia muerto. Lei las ultimas palabras en alto: «Les ruego, hermanos y hermanas, que escuchen mi historia y me ayuden. Que los dioses del cielo les bendigan con grandes riquezas por ello». El nino mendigo levanto la mirada, sorprendido de ver a una chica occidental que leia chino. Deslice unas monedas en su mano.

– ?Asi es como gastaras tu dinero? -exclamo Amelia, entrelazando su frio brazo con el mio-. ?Ayudando a gente que se sienta en las aceras sin hacer nada por salir adelante? Hubiera preferido darselo al mono. Por lo menos, el se esforzaba por divertirme.

Almorzamos sopa de won-ton en una cafeteria atestada de extranjeros y chinos ricos. Jamas habia visto a aquel tipo de gente, ni siquiera en Harbin antes de la peor parte de la guerra. Las mujeres llevaban vestidos de seda color violeta, zafiro o rojo, tenian las unas pintadas y el pelo elegantemente peinado. Los hombres eran igual de distinguidos, con trajes de doble pechera y bigotillos tan finos como trazos de lapiz. Despues de comer, Amelia cogio mi monedero para pagar la cuenta y en el mostrador compro un paquete de cigarrillos para ella y algo de chocolate para mi. Paseamos por la calle, mirando los escaparates de las tiendas que vendian juegos de mah-jong, muebles de mimbre y filtros amorosos. Me pare para mirar las jaulas de bambu que colgaban del exterior de una tienda, repletas con docenas de canarios. Todos los pajaros gorjeaban al mismo tiempo, y yo me quede hipnotizada por sus hermosos trinos. De pronto, escuche un grito y me volvi para ver como dos ninos pequenos me observaban. Sus rostros eran diminutos y arrugados, y su mirada de lo mas amenazante.

No parecian humanos y levantaban las manos como si de garras se tratara. De repente note un hedor acre y me di cuenta de que tenian los dedos manchados cubiertos de excrementos. «Tu dar dinero o nosotros manchar vestido», dijo uno de ellos. Al principio, me costo creer que aquello estuviera ocurriendo, pero los chicos se aproximaban reptando, y me meti la mano en el bolsillo en busca de mi monedero. Luego me acorde de que se lo habia dado a Amelia. Mire a mi alrededor, pero no la vi por ninguna parte. «No tengo dinero», les dije, suplicante. Me respondieron riendose y maldiciendome en chino. Fue entonces cuando localice a Amelia en la puerta de una sombrereria al otro lado de la calle. Mi monedero estaba en sus manos.

– ?Ayudame, por favor! ?Quieren dinero! -le grite. Cogio un sombrero y lo miro detenidamente. Al principio, pense que no me habia oido, pero entonces, levanto la mirada y su boca se curvo en una sonrisa cruel. Se encogio de hombros y me di cuenta de que habia presenciado toda la escena. Me quede mirando fijamente su rostro insensible y sus ojos negros, pero eso solo provoco que se desternillara aun mas. Uno de los chicos trato de agarrarme la falda, pero antes de que lo lograra, el dueno de los pajaros surgio de su tienda y lo espanto con una escoba. El se zafo y corrio junto a su companero entre las filas de puestos callejeros y los transeuntes, hasta desaparecer por completo.

– Shanghai siempre es asi -farfullo el comerciante, sacudiendo la cabeza-. Y ahora se esta poniendo peor. Solo hay ladrones y mendigos. Te cortan los dedos para conseguir tus anillos.

Volvi a mirar la puerta junto a la que habia estado Amelia hasta hacia unos minutos. Pero estaba desierta.

Mas tarde, la encontre en una farmacia calle abajo. Estaba comprando un perfume de Dior y un estuche de maquillaje compacto.

– ?Por que no me ayudaste? -le grite, mientras unas calidas lagrimas me recorrian las mejillas hasta acabar goteandome por la barbilla-. ?Por que me tratas asi?

Amelia me dedico una mirada indignada. Recogio su paquete y me empujo a la calle. Ya en la acera, me clavo la mirada. Sus ojos furiosos estaban inyectados en sangre.

– Eres una nina tonta -me grito-, que confia en la amabilidad de los otros. Nada es gratis en esta ciudad. ?Lo entiendes? ?Nada! ?Cualquier gesto atento tiene un precio! ?Si piensas que la gente va a ayudarte por nada, acabaras tirada en la acera, como el nino mendigo!

Amelia me clavo los dedos en el brazo y me arrastro hasta el bordillo. Llamo a un rickshaw.

– Ahora me voy al club de apuestas para estar con adultos -me dijo-. Vete a casa y busca a Serguei. Siempre esta en casa durante la tarde. Ve y dile lo mala que soy. Ve y lamentate ante el por lo mal que te trato.

El viaje en rickshaw de vuelta a casa fue muy agitado. Las calles y la gente se fundian en una imagen borrosa a traves de mis lagrimas. Me lleve un panuelo a la boca, aterrorizada por las nauseas que sentia. Queria volver a casa y decirle a Serguei Nikolaievich que no me importaba Tang, que queria volver para quedarme con los Pomerantsev en Harbin.

Cuando alcanzamos la puerta de la verja, llame a la campana hasta que la anciana doncella la abrio. A pesar de mi evidente angustia, me recibio con el mismo semblante inexpresivo del dia anterior. Entre corriendo, pasando a su lado, hasta el interior de la casa. El recibidor estaba oscuro y silencioso, las ventanas y las cortinas estaban cerradas para evitar que entrara el calor sofocante de la tarde. Me pare en el salon durante un momento, sin saber que hacer. Recorri el comedor y alli encontre a Mei Lin, dormida: sus minusculos pies sobresalian por debajo de la mesa, y tenia el dedo gordo de una mano metido en la boca mientras con la otra agarraba un pano de limpieza.

Corri a traves de recibidores y pasillos, con el terror reptandome por las venas. Subi a toda prisa las escaleras hasta el tercer piso y mire en todas las habitaciones hasta que llegue a la ultima, la estancia al final del pasillo. La puerta estaba entornada y llame suavemente, pero no recibi respuesta alguna. En el interior, al igual que en el resto de la casa, las cortinas estaban corridas y la habitacion estaba sumida en la oscuridad. El aire era espeso por el hedor a sudor humano. Y a causa de otro olor mas, dulzon y empalagoso. Cuando los ojos se me acostumbraron a la oscuridad, percibi a Serguei Nikolaievich desplomado en un sillon, con la cabeza caida sobre el pecho. Detras de el, la figura misteriosa del sirviente, que mantenia una macabra guardia.

– ?Serguei Nikolaievich! -exclame, con voz quejumbrosa. Me aterrorizaba la idea de que pudiera estar muerto. Sin embargo, tras un instante, Serguei Nikolaievich levanto la mirada. Una neblina azulada se levanto a su alrededor como un halo y, con ella, un olor pestilente a aire putrido. Me asusto su semblante, deteriorado y gris, con los ojos tan hundidos que parecian las cavidades de su craneo. Me aleje lentamente; no estaba preparada para aquella nueva pesadilla.

– Lo siento mucho, Anya -resollo-. Lo siento mucho, muchisimo. Pero estoy perdido, pequena mia. Estoy perdido.

Se desplomo en el asiento, con la cabeza hacia atras y la boca abierta, boqueando, tratando de conseguir aire, como un moribundo. El opio de la pipa gorgoteo y se enfrio convirtiendose en ceniza oscura.

Hui de la habitacion, mientras el sudor me goteaba por la cara y el cuello. Llegue a mi cuarto de bano justo a tiempo de vomitar la sopa que habia comido en el almuerzo con Amelia. Cuando termine, me limpie la boca con una toalla y me apoye sobre las frias baldosas, tratando de recuperar la respiracion. Las palabras de Amelia resonaron en mi cabeza: «Eres una nina tonta que confia en la amabilidad de los otros. Nada es gratis en esta ciudad. ?Lo entiendes? ?Nada!».

Вы читаете La gardenia blanca de Shanghai
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату