al jardin con montanas de libros y mi cuaderno de dibujo. Dos dias despues de mi llegada, descubri un arbol de gardenias en una zona cubierta del jardin. Se convirtio en mi santuario, y pasaba casi todas las tardes alli, buceando en las obras de Proust y Gorky o dibujando las flores y plantas que me rodeaban. Hacia cualquier cosa con tal de no cruzarme en el camino de Amelia.

A veces, cuando Serguei volvia pronto a casa por las tardes, se unia a mi en el jardin y charlabamos durante un rato. Pronto descubri que era mas culto de lo que yo habia supuesto en un principio, y una vez me trajo las obras de un poeta ruso, Nikolai Gumilev. Me leyo un poema sobre una jirafa en Africa que el poeta habia escrito para animar a su esposa cuando estaba deprimida. La resonante voz de Serguei hacia que las palabras fluyeran de un modo tan elocuente que podia imaginar al orgulloso animal recorriendo la planicie africana. Aquella imagen me transporto tan lejos de mi tristeza que desee que el poema no terminara nunca. Pero siempre, despues de alrededor de una hora de charla, los dedos de Serguei comenzaban a temblar y su cuerpo se agitaba compulsivamente, y yo sabia que perderia su agradable compania a causa de su habito. Entonces, podia ver cuanto desanimo albergaban sus ojos, y comprendia que, a su manera, el tambien evitaba a Amelia.

Una tarde, cuando volvia a casa de la escuela, me sorprendi al escuchar voces en el jardin. Eche un vistazo a traves de los arboles y divise a Dimitri y a Amelia sentados en sendas sillas de mimbre junto a la fuente con cabeza de leon. Dos mujeres les acompanaban. Vislumbre sus brillantes vestidos y sombreros a traves de los helechos. El tintineo de las tazas de te y el sonido de las risas femeninas resonaban por el jardin como un murmullo de fantasmas. Y, por alguna razon, la voz de Dimitri, mas alta y profunda que las otras, hizo que el corazon me latiera con fuerza dentro del pecho. Se habia ofrecido a llevarme al jardin de Yuyuan y estaba tan aburrida y tan sola que pense que si me veia, quizas recordaria su promesa.

– ?Hola! -salude, irrumpiendo en la pequena reunion.

Amelia arqueo las cejas y me contemplo con desprecio. Pero deseaba tanto ver a Dimitri que no me importaba si ella me reganaba por entrometerme.

– ?Hola! ?Como estas? -contesto Dimitri, levantandose para traer otra silla para mi.

– Ha pasado mucho tiempo desde la ultima vez que te vi -le dije.

Dimitri no me contesto. Se volvio a sentar en su propia silla y encendio un cigarrillo, mientras canturreaba una cancion para si mismo. Me senti avergonzada. Esa no era la entusiasta bienvenida que yo me habia imaginado.

Las otras dos mujeres tenian aproximadamente la edad de Dimitri y lucian vestidos de color mango y rosa, con volantes fruncidos en las mangas y en el escote. La silueta de sus enaguas de seda se vislumbraba a traves del fino tejido de sus vestidos. La chica que se sentaba mas cerca de mi sonrio con unos labios pintados de un color tan oscuro como el de las uvas. La intensa linea de kohl que perfilaba sus ojos azules me hizo pensar en una diosa egipcia.

– Me llamo Marie -se presento, extendiendome una palida mano, cuyas unas eran largas y puntiagudas. Senalo con la cabeza a la bella joven de cabello dorado que estaba junto a ella-. Y esta es mi hermana, Francine.

– Enchante -dijo Francine, apartandose los rizos de la cara e inclinandose hacia mi-. Comment-allez vous? He oido que estudia usted frances en la escuela.

– Si vous parlez lentement je peux vous comprendre -le conteste, preguntandome quien habria estado hablandole de mi. A Amelia le daba igual que yo estudiara frances o suahili.

– Vous parlez francais tres bien -exclamo Francine. Llevaba un pequeno diamante en la mano izquierda. Un anillo de compromiso.

– Merci beaucoup. J'ai plaisir a l'etudier.

Francine se volvio a Dimitri y le susurro:

– Es encantadora. Quiero adoptarla. Creo que a Philippe no le importara.

Dimitri me estaba observando. Su mirada me hizo sentirme tan timida que casi derrame el te que Francine me habia servido.

– No puedo creer que seas la misma chica que conoci hace unos meses -comento-. Tienes un aspecto tan diferente con el uniforme de la escuela…

Note un rubor caliente desde el cuello hasta la raiz del pelo. Amelia dejo escapar una risita y le susurro algo a Marie. Me hundi en la silla, casi incapaz de respirar. Recorde como Dimitri se habia sentado junto a mi durante mi primera noche en Shanghai, con su cara rozando la mia, como si nos estuvieramos contando confidencias. Como si fueramos iguales. Quizas, debido al vestido de terciopelo azul, no habia notado que yo tenia trece anos. El contraste debia de ser muy grande con respecto a mi apariencia de aquella tarde: una nina vestida con una blusa amplia y un pichi, y con dos trenzas rigidas que sobresalian por debajo de un sombrero de paja. No precisamente alguien a quien quisiera llevar al jardin de Yuyuan. No, cuando podia llevar a Marie y a Francine. Escondi los pies bajo la silla, avergonzandome de repente de mis zapatos de colegiala y de mis calcetines hasta las rodillas.

– Eres muy mona -dijo Francine-. Me gustaria hacerte una fotografia mientras te comes un helado. Y he oido que, ademas, eres toda una artista.

– Si, copia los modelos de mis revistas de moda -aclaro entre risitas Amelia.

Me encogi por la verguenza, me sentia demasiado humillada como para mirar a Dimitri.

– Lo que odio de las colegialas -comento Amelia, tamborileando las unas contra su taza de te y tomandose su tiempo antes de apunalarme definitivamente- es que, independientemente de lo limpias y ordenaditas que uno las envie a la escuela por la manana, siempre se las arreglan para volver apestando a sudor y a naranjas.

Marie comenzo a reirse a carcajadas, mostrando dos filas de dientecillos afilados, al igual que una pirana.

– ?Que vulgar! -anadio-. Me imagino que es porque se pasan el dia corriendo y trepando.

– Y por la fruta aplastada que se esconden en las mochilas -anadio Amelia.

– Anya no huele a eso -contesto Dimitri-. Simplemente, me ha sorprendido lo joven que es.

– No es tan joven, Dimitri -replico Amelia-. Sencillamente, es que esta poco desarrollada. Cuando yo tenia su edad, ya me habian crecido los pechos.

– ?Que malos son! -comento Francine, apartandome las trenzas de los hombros-. Su elegancia no tiene que ver con la edad. Je l'aime bien. Anya, quelle est la date aujourd'hui?

Sin embargo, ya no tenia mas ganas de practicar frances. Amelia habia conseguido lo que queria y me habia humillado. Me hurgue en el bolsillo en busca de un panuelo e hice como que estornudaba. No queria empeorar mi humillacion dejando que vieran la desdicha reflejada en mis ojos. Era como si me hubieran puesto un espejo delante, y me hubiera visto como nunca antes. Una colegiala desalinada con cardenales en las rodillas.

– Vamos, vamos -exclamo Amelia, levantandose-. Si no sabes aguantar una broma y vas a ponerte de morros, prefiero que vengas dentro conmigo. Deja que Dimitri disfrute del jardin con sus acompanantes.

Espere que Dimitri protestara e insistiera en que me quedara, pero no lo hizo, y supe que habia dejado de estimarme y que ya no estaba interesado en mi. Segui con desgana a Amelia como un perro faldero. Ojala no hubiera oido su varonil voz en el jardin aquel dia y hubiera entrado directamente en casa y en la biblioteca sin decirle una palabra a nadie. Cuando los demas ya no podian oirnos, Amelia se volvio con destellos de placer en los ojos, regodeandose en mi desgracia.

– Bueno, ya te has puesto en ridiculo, ?verdad? Pensaba que te habian ensenado suficientes buenos modales como para no meterte donde no te llaman.

No le conteste. Deje caer la cabeza y me prepare para la reprimenda. Amelia se paseo por la habitacion y miro disimuladamente a traves de las cortinas.

– Mi amiga Marie es una joven tan atractiva… -suspiro-. De hecho, espero que ella y Dimitri se lleven bien. El esta en la edad en la que los hombres buscan pareja.

Me pase el resto de la tarde en mi habitacion, sintiendome miserable. Arroje los libros de frances bajo la cama y trate de concentrarme en un tomo sobre la historia de la Antigua Roma. Desde el jardin, me llegaba el sonido de las risas y la musica. Nunca antes habia oido una musica parecida: carnal, embaucadora, introduciendose subrepticiamente por mi ventana como el delicioso aroma de una azucena exotica. Me tape los oidos y trate de concentrarme en el libro, pero despues de un rato, la tentacion por ver que estaba ocurriendo fue demasiado fuerte. Me acerque sigilosamente a la ventana y me asome al exterior. Dimitri bailaba con Marie en el

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