En el espejo pude ver reflejada la coleccion de munecas matrioskas alineadas sobre el tocador. Cerre los ojos e imagine una linea dorada entre Shanghai y Moscu. «Mama, mama -dije para mis adentros-, cuidate. Si tu sobrevives, yo sobrevivire, hasta que podamos reunirnos de nuevo.»
3
Unos dias despues, llegaron los paquetes de la senora Woo mientras Serguei Nikolaievich, Amelia y yo estabamos tomando el desayuno en el patio. Yo bebia te a la manera rusa: solo, salvo por una cucharada de mermelada de grosella negra como acompanamiento para endulzarlo. Unicamente tomaba un te de desayuno, aunque cada manana, la mesa rebosaba de tortitas con mantequilla y miel, platanos, mandarinas, peras, cuencos con fresas y uvas, huevos revueltos con queso fundido, salchichas y tostadas triangulares. Me sentia demasiado nerviosa como para tener apetito. Me temblaban las piernas bajo el tablero de cristal de la mesa. Solo hablaba cuando se dirigian a mi, y no pronunciaba ni una sola palabra mas de lo estrictamente necesario. Me aterrorizaba la idea de hacer algo que pudiera provocar el mal humor de Amelia. Sin embargo, ni Serguei Nikolaievich -que me habia dado permiso para llamarle por su primer nombre, Serguei- ni Amelia parecian percatarse de mi timido comportamiento. Serguei me senalaba alegremente los gorriones que visitaban el jardin, y Amelia me ignoraba durante la mayor parte del tiempo.
La campana de la verja repiqueteo, y la doncella trajo dos paquetes envueltos en papel de estraza y atados con cordel, con nuestra direccion garabateada en los laterales en ingles y en chino. «Abrelos», ordeno Amelia, tensando sus dedos en forma de garras mientras sonreia. Delante de su marido, aparentaba tener una gran complicidad conmigo, pero eso no me enganaba. Me gire hacia Serguei y le mostre una por una las prendas. Todos los vestidos de dia recibieron asentimientos y exclamaciones de aprobacion.
– ?Oh, si! ?Ese es el mas bonito! -prorrumpio, senalando un vestido de algodon con un cuello de pajarita y una cenefa de girasoles bordada en el escote y el cinturon-. Deberias ponertelo manana, para nuestro paseo por el parque.
Pero cuando abri el paquete de los vestidos de noche y le mostre el
El tono con el que Serguei se dirigio a mi no era de enfado, pero que me enviara a mi habitacion me hizo sentir rechazada. Camine arrastrando los pies por el recibidor y las escaleras, preguntandome cual seria la razon de su disgusto y que le iba a decir a Amelia. Esperaba que, fuera lo que fuese, no aumentara el desprecio que aquella mujer sentia por mi.
– Ya te dije que Anya no va a venir con nosotros al club hasta que sea mayor -oi que le decia a su esposa-. Tiene que ir al colegio.
Me detuve en el rellano, tratando de escuchar lo que decian. Amelia replico con voz burlona:
– Oh, si, vamos a ocultarle lo que somos en realidad, ?no es asi? Vas a obligarla a pasar el tiempo entre monjas antes de introducirla en el mundo real. Me imagino que ya te ha sorprendido mientras te entregabas a tu habito favorito. Lo se por las miradas compasivas que te dedica.
– Ella no es como las chicas de Shanghai, ella es…
No pude oir el resto de la frase de Serguei, porque el sonido se ahogo por el repiqueteo de los zuecos de Mei Lin subiendo las escaleras con una pila de sabanas limpias entre sus brazos. Me puse el dedo en los labios y le chiste: «?Shhhh!». Su cara de pajarillo me miro por encima de las sabanas. Cuando se dio cuenta de que estaba escuchando a hurtadillas, repitio el mismo gesto con su propio dedo y le entro la risa tonta. Serguei se levanto y cerro la puerta principal, asi que nunca llegue a escuchar el resto de la conversacion de aquella manana.
Mas tarde, Serguei vino a verme a mi cuarto.
– La proxima vez, le dire a Luba que te lleve de compras -me reconforto, besandome la coronilla-. No te desilusiones, Anya. Ya habra tiempo suficiente para que seas la reina del baile.
Mi primer mes en Shanghai transcurrio despacio y sin noticias de mi madre. Escribi dos cartas a los Pomerantsev, describiendoles Shanghai y a mi guardian favorablemente, para que no se preocuparan. Firmaba como Anya Kirilova, por si los comunistas leian las cartas.
Serguei me envio a la Escuela de Santa Sofia para ninas en la Concesion Francesa. La escuela estaba dirigida por una congregacion de monjas irlandesas, y las estudiantes eran una mezcla de catolicas, rusas ortodoxas y algunas ninas chinas e indias de familias acaudaladas. Las monjas eran mujeres bondadosas que sonreian mucho y se enfadaban poco. Creian fervientemente en la educacion fisica y jugaban al beisbol con las ninas mayores todos los viernes por la tarde, mientras las ninas mas pequenas observaban. La primera vez que vi a la profesora de geografia, la hermana Mary, haciendo una carrera entre bases con el habito arremangado hasta las rodillas, mientras la perseguia la profesora de historia, la hermana Catherine, tuve que contenerme con todas mis fuerzas para no reirme. Aquellas mujeres eran como grullas gigantes tratando de alzar el vuelo. Pero no me rei. De hecho, nadie lo hizo. Porque, si bien las hermanas solian ser amables, tambien podian ser duras imponiendo castigos. Cuando Luba me llevo a matricularme a la escuela, observamos a la madre superiora paseandose frente a filas de ninas puestas de cara a la pared. Les estaba olfateando el cuello y el cabello. Despues de cada inhalacion, movia con nerviosismo la nariz y elevaba los ojos al cielo, como si estuviera catando una muestra de buen vino. Mas tarde, me entere de que estaba inspeccionando a las ninas para ver si se habian puesto talco perfumado, tonicos aromaticos en el cabello u otros productos cosmeticos para llamar la atencion. La madre superiora consideraba que existia una conexion directa entre la vanidad y la corrupcion moral. La unica culpable a la que habia sorprendido aquella manana habia tenido que fregar los banos durante una semana entera.
La hermana Bernardette ensenaba matematicas. Era una mujer regordeta cuya barbilla formaba una linea recta con su cuello. Su acento del norte era espeso como la mantequilla, y tarde dos dias en entender que cierta palabra que repetia todo el tiempo no era otra cosa que «parentesis».
– ?Por que frunce usted el ceno, senorita Anya? -me pregunto-. ?Hay algun problema con los
Negue con la cabeza y me percate de dos ninas que me estaban sonriendo desde el otro lado del pasillo. Despues de la clase, se acercaron a mi sitio y se presentaron como Kira y Regina. Regina era una nina muy bajita de cabello oscuro y ojos violaceos. Kira era rubia como el sol.
– Eres de Harbin, ?verdad? -pregunto Kira.
– Si.
– Ya lo sabiamos. Nosotras tambien somos de Harbin, pero vinimos con nuestras familias a Shanghai despues de la guerra.
– ?Por que sabiais que yo tambien soy de Harbin? -inquiri.
Se rieron. Kira me guino un ojo y me susurro al oido:
– Porque no necesitas clases de escritura cirilica.
El padre de Kira era medico, y el de Regina, cirujano. Descubrimos que habiamos elegido practicamente las mismas asignaturas durante aquel trimestre: frances, gramatica inglesa, historia, matematicas y geografia. Sin embargo, para las actividades extraescolares, yo me dirigia al gimnasio para la clase de arte, mientras ellas corrian a sus casas en el extremo lujoso de la avenida Joffre para recibir clases particulares de piano y violin.
Aunque nos sentabamos juntas en casi todas las clases, note sin necesidad de preguntarlo que los padres de Regina y de Kira no aprobarian que sus hijas vinieran a visitarme a casa de Serguei, ni tampoco se sentirian comodos con mi presencia en sus propios hogares. Por eso, nunca invite a las chicas, y ellas nunca me invitaron a mi. De algun modo, me sentia aliviada, porque intimamente temia que, si las invitaba a venir a casa, Amelia podria tener otro de sus arrebatos alcoholizados, y yo me avergonzaria de que unas ninas tan bien educadas pudieran presenciar su comportamiento. Asi que, aunque echaba de menos su compania, Regina, Kira y yo teniamos que conformarnos con mantener una amistad que comenzaba con las oraciones por la manana y terminaba cuando sonaba el timbre de la escuela por la tarde.
Cuando no estaba en la escuela, entraba de puntillas en la biblioteca de Serguei y me deslizaba sigilosamente
