patio. Francine se inclinaba sobre el tocadiscos y recolocaba la aguja cada vez que cesaba la musica. Dimitri apoyaba una de sus manos entre los omoplatos de Marie y con la otra mano entrelazaba los dedos con los de ella. Mantenian las mejillas juntas y desfilaban por todo el patio siguiendo un ritmo cadencioso. El rostro de Marie estaba sonrojado, y se reia tontamente a cada paso. La expresion de Dimitri era seria, a la vez que burlona. «Lento, lento, lento, rapido, rapido, lento», canturreaba Francine, marcandoles el ritmo con palmadas. Marie estaba rigida, se movia torpemente y se piso el borde de su propio vestido cuando Dimitri la sujeto entre sus brazos.

– Estoy cansada -se quejo-. Esto es muy complicado. Prefiero bailar el foxtrot.

Francine se cambio de lugar con su hermana. Deseaba cerrar los ojos, porque me estaba muriendo de envidia. Francine era, con diferencia, la mas agraciada de las dos hermanas, y en brazos de Dimitri aporto elegancia al baile. Francine era como una bailarina de ballet, capaz de transmitirlo todo a traves de sus ojos, desde la pasion hasta la ira y el amor. Dimitri paro de hacer muecas. Se irguio y parecio aun mas distinguido. Juntos eran como dos gatos siameses envueltos en un ritual de apareamiento. Me asome un poco mas por la ventana, contagiada por el ritmo ensonador del tango. Cerre los ojos y me imagine alli abajo, en el patio, bailando con Dimitri.

Me cayo una gota de agua en la nariz. Abri los ojos y comprobe que el cielo se habia puesto negro y que estaba cayendo una lluvia tardia. Los bailarines reunieron rapidamente sus cosas y se apresuraron a entrar en la casa. Yo cerre la ventana y mientras lo hacia, me vi reflejada en el espejo del tocador.

«No es joven, sencillamente, esta poco desarrollada», habia dicho Amelia.

Contemple mi reflejo con aversion. Era demasiado menuda para mi edad, pues solo habia crecido unos centimetros desde que cumpli once anos. Unos meses antes de venir a Shanghai, habia observado los primeros brotes de vello de color miel entre las piernas y en las axilas. Pero seguia estando dolorosamente flaca, con el pecho y las nalgas totalmente planos. Nunca me habia importado hasta aquella tarde, siempre habia sentido indiferencia por mi crecimiento fisico. Pero me habia quedado impresionada: me habia dado cuenta de que Dimitri era un hombre y yo queria ser una mujer.

Hacia el final del verano, la ligera tregua entre el ejercito nacionalista y el ejercito comunista desemboco en una guerra civil. El correo no salia ni entraba en Manchuria, por lo que no recibi respuesta a las cartas que les habia escrito a los Pomerantsev. Me poseyo una necesidad desesperada de mantener algun tipo de conexion con mi madre, y comence a devorar cualquier detalle sobre Rusia que pudiera encontrar. Estudiaba detenidamente los libros de la biblioteca de Serguei, buscando cuentos sobre barcos de vapor que zarparan desde Astracan, historias sobre la tundra y la taiga, los montes Urales o las montanas del Caucaso, el Artico o el mar Negro. Molestaba a los amigos de Serguei para que me contaran sus recuerdos sobre dachas estivales, grandes ciudades doradas, estatuas magnificentes que se erguian hacia el cielo azul y desfiles militares. Trataba de componer una imagen de Rusia tal y como mi madre la estaria viendo, pero en su lugar, me perdi en una extension de terreno demasiado grande de imaginar.

Un dia, Amelia me envio a que recogiera las servilletas con el monograma del club. Aunque yo misma las habia llevado a la sastreria para que las bordaran apenas una semana antes, mi mente estaba tan ocupada con las noticias de que los sovieticos habian tomado Berlin que camine distraida por las avenidas de la Concesion sin prestar atencion a donde me dirigia. El grito de un hombre me saco bruscamente de mis pensamientos. Dos personas discutian delante de una valla. Hablaban chino tan rapido que me era imposible entenderles, pero cuando observe a mi alrededor, me di cuenta de que me habia perdido. Estaba en una calle que daba a la parte trasera de una fila de casas abandonadas al estilo europeo. Las contraventanas apenas se sujetaban de sus bisagras y las desconchadas paredes de estuco estaban tenidas por oxidadas manchas de humedad. Un alambre de puas se extendia sobre las vallas y los alfeizares de las ventanas como si fuera hiedra, y en los patios abundaban los charcos estancados, aunque no habia llovido desde hacia semanas. Trate de volver sobre mis pasos, pero lo unico que consegui fue adentrarme aun mas en el laberinto de callejuelas que giraban a la derecha y a la izquierda sin seguir ningun tipo de logica. El hedor a orina era espeso en el aire ardiente, y mi camino se vio interrumpido por pollos y ocas esqueleticos. Aprete los punos por el panico.

Doble una esquina en la que habia una pila de armazones de cama oxidados y un frigorifico viejo, y tropece frente a un cafe ruso. Las sucias ventanas estaban cubiertas de cortinas de encaje blanco. El Cafe Moskva estaba embutido entre una verduleria, cuyas zanahorias y hojas de espinacas se marchitaban lentamente en sus cubos, y una pasteleria donde las porciones de te helado estaban cubiertas por una capa de polvo. Me alivio encontrar algo ruso y entre en el cafe con la intencion de preguntar como volver a casa. Cuando empuje la puerta abatible, sono una campanilla. Percibi el olor a salchichas especiadas y a vodka tan pronto como accedi al lobrego interior. Atronaba una musica china proveniente de una radio, que se mantenia en equilibrio precario sobre la barra, pero no lograba ahogar el sonido de las moscas revoloteando en el techo metalico. Una anciana, tan arrugada que parecia a punto de descomponerse, me observo con ojos entornados por encima de su mugriento menu. Llevaba un arrugado vestido de terciopelo con encaje alrededor del cuello y las munecas, su pelo era grisaceo y lucia una tiara a la que le faltaban varias cuentas. Movia los labios, y la expresion de sus ojos era sombria y preocupada.

– Dusha-dushi. Dusha-dushi (Sincerate desde el alma. Sincerate desde el alma) -me susurro.

En la mesa contigua, un anciano con una boina estudiaba el menu, pasando freneticamente las amarillentas paginas como si estuviera leyendo una novela de detectives. Su acompanante lucia unos orgullosos ojos azules y el cabello negro peinado en un apretado mono. Se mordia las unas mientras garabateaba unas palabras en una servilleta de papel. El propietario se acerco a mi con el menu, con mejillas sonrosadas como la remolacha del borscht y una peluda panza asomandose entre los botones de la camisa. Dos mujeres vestidas de negro y ataviadas con chales del mismo color miraron fijamente mis caros zapatos cuando me sente.

– ?Que desea? -me pregunto el propietario.

– Quiero que me hable sobre Rusia -le conteste impulsivamente.

El se restrego su pecosa mano contra las mejillas y la frente y se dejo caer en la silla frente a mi como un condenado a muerte. Fue como si hubiera estado esperando aquel encuentro, aquel dia, aquel momento. Tardo un instante en reunir fuerzas antes de describirme los campos en verano rebosantes de botones de oro, abedules, bosques embriagados por la fragancia de las agujas de pino y el musgo aplastado por las pisadas. Le brillaron los ojos cuando se acordo de como, de nino, perseguia a las ardillas, a los zorros y a las comadrejas, y del sabor de las albondigas recien hechas de su madre, servidas en las glaciales noches de invierno.

Toda la estancia guardo silencio para prestar atencion a sus palabras, y cuando el propietario se canso, los otros se sumaron para rellenar los huecos de su historia. La anciana aullo como el lobo solitario en el bosque; el hombre de la boina canto las melodias que las enormes campanas de iglesia entonaban en los dias festivos; y el poeta describio a los campesinos y campesinas cosechando los campos llenos a reventar de trigo y cebada. Durante ese tiempo, las mujeres enlutadas seguian planendo, e interrumpian cada anecdota con la letania: «Solo despues de muertas volveremos a nuestro hogar».

Las horas volaron como si fueran minutos, y no me di cuenta de que habia pasado toda la tarde en el cafe hasta que el sol se puso, y la luz a traves de las cortinas se transformo de amarilla en grisacea. Seguramente, Serguei estaria preocupado por mi paradero, y Amelia se enojaria cuando le dijera que no habia recogido las servilletas. Y aun asi, no podia marcharme o interrumpir a aquella peculiar gente. Me quede alli sentada, escuchando hasta que las piernas y la espalda me dolieron por la inmovilidad prolongada, asimilando cualquier risotada alegre o cualquier triste mirada. Me fascinaban las historias de un lugar que se estaba desarrollando ante mi como el relato de un viajero.

A la semana siguiente, tal y como el propietario del cafe habia prometido, me esperaba alli un soldado sovietico. El rostro de aquel hombre se habia deformado como un jarron de ceramica en el interior del horno. La nariz y las orejas se le habian descompuesto por efecto de la congelacion, y habia envuelto los orificios en gasa para evitar el contacto con el polvo. El aire le vibraba en la garganta, y encogi los dedos de los pies para evitar estremecerme por el efluvio a bilis que llegaba a mi nariz cada vez que hablaba.

– No te asustes por mi aspecto -me dijo-. Mi destino ha sido afortunado en comparacion con el de los otros. Yo he logrado llegar a China.

El soldado me conto que los alemanes le habian hecho prisionero. Tras la guerra, en lugar de acogerles de vuelta a casa, Stalin ordeno que todos los antiguos prisioneros de guerra fueran trasladados a campos de trabajo.

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