elegante. Las cornisas y los paneles estaban pintados de dorado y embellecidos con un estampado de hojas de arce. Este motivo se repetia en los bordes de las sillas de terciopelo rojo y en las patas del aparador. Me basto con contemplar la mesa del comedor en madera de teca y la lampara de arana para saber que Serguei Nikolaievich bromeaba cuando habia sugerido que yo le ensenara las costumbres de los antiguos aristocratas. Escuche a Serguei Nikolaievich y a Amelia conversar con sus invitados en el salon contiguo, pero vacile antes de llamar a la puerta. Estaba agotada, rendida por los acontecimientos de la ultima semana, y aun asi me sentia obligada a componer un semblante educado y a aceptar cualquier gesto de hospitalidad que tuvieran hacia mi. No sabia nada de Serguei Nikolaievich, excepto que el y Boris eran amigos y que era el dueno de un club nocturno. Pero antes de llamar, la puerta se abrio y Serguei Nikolaievich aparecio ante mi, sonriendo.

– Aqui esta -exclamo, cogiendome del brazo y conduciendome al interior de la estancia-. Es una jovencita preciosa, ?verdad?

Amelia estaba alli, ataviada con un vestido de noche rojo que le dejaba un hombro al descubierto. Alexei Igorevich se aproximo y me presento a su regordeta esposa, Lubov Vladimirovna Mijailova. Esta se echo a mis brazos.

– Llamame Luba y, por todos los santos, a mi marido llamalo Alexei. Aqui no utilizamos formalismos -me dijo, mientras me besaba con sus labios pintados.

Detras de ella esperaba un joven de no mas de diecisiete anos, con los brazos cruzados a la altura del pecho. Cuando Luba se hizo a un lado, se presento como Dimitri Yurievich Lubenski.

– Pero a mi tambien, llamame simplemente Dimitri -me dijo, besandome la mano.

Su nombre y su acento eran rusos, pero era distinto de todos los hombres rusos que yo habia conocido hasta entonces. Su traje de corte perfecto brillaba a la luz de la lampara, y llevaba el pelo peinado hacia atras, dejando a la vista un rostro escultural, en lugar de peinado hacia delante, como era la moda entre la mayoria de los hombres rusos. La sangre me ruborizo la superficie de la piel y baje la mirada.

Cuando nos sentamos, la anciana doncella china nos sirvio sopa de aleta de tiburon de una gran sopera. Habia oido hablar de aquel famoso plato, pero no lo habia probado nunca antes. Removi la fibrosa sopa en el plato y tome la primera jugosa cucharada. Levante la mirada y me percate de que Dimitri me estaba observando mientras apoyaba ligeramente la barbilla sobre los dedos. No hubiera podido decidir si su rostro reflejaba regocijo o desaprobacion. Pero entonces, sonrio bondadosamente y exclamo:

– Me alegra ver que le estamos presentando los manjares de esta ciudad a nuestra princesa del norte.

Luba le pregunto si le emocionaba que Serguei fuera a nombrarle encargado del club y Dimitri se volvio para contestarle. Pero yo continue estudiandolo. Aparte de mi, era la persona mas joven de la mesa y, aun asi, parecia mayor para su edad. En Harbin, el hermano de una companera del colegio que tenia diecisiete anos, todavia jugaba con nosotras. Sin embargo, no podia imaginar a Dimitri montando en bicicleta o corriendo calle abajo, jugando escandalosamente al «Tu la llevas».

Serguei Nikolaievich me lanzo una mirada por encima del borde de su copa de champan y guino un ojo. Acto seguido, levanto la copa para hacer un brindis.

– Por la encantadora Anna Victorovna Kozlova -declaro, utilizando mi nombre patronimico completo-. Porque progrese igual que Dimitri bajo mi proteccion.

– Claro que lo hara -replico Luba-. Todo el mundo progresa gracias a tu generosidad.

Luba iba a anadir algo mas cuando Amelia la interrumpio golpeando una cuchara contra la copa de vino. Su vestido hacia que sus ojos parecieran mas profundos y oscuros y, de no ser por la bizquera etilica que le desfiguraba el rostro, se la podria haber considerado bella.

– Si no parais de hablar ruso ahora mismo -amenazo con los labios fruncidos-, voy a tener que prohibir estas reuniones. Hablad en ingles, como os he pedido.

Serguei Nikolaievich solto una carcajada estruendosa y trato de apoyar la mano sobre el puno de su esposa. Ella lo aparto bruscamente y volvio su mirada glacial hacia mi.

– Por eso estas aqui -me espeto-. Eres mi pequena espia. Cuando hablan en ruso, no puedo fiarme de ninguno de ellos.

Tiro la cuchara, que reboto y cayo estrepitosamente al suelo.

El rostro de Serguei Nikolaievich empalidecio. Alexei miro torpemente a su esposa, mientras Dimitri bajaba la mirada. La anciana doncella gateo para recuperar la cuchara y se retiro a la cocina como si, al llevarse la cuchara, pudiera llevarse tambien el motivo de enfado de Amelia.

Luba fue la unica que tuvo el valor suficiente como para salvar la situacion.

– Solo estabamos diciendo que Shanghai es una ciudad llena de posibilidades -aclaro-, cosa que tu siempre has dicho.

Los ojos de Amelia se estrecharon y retrocedio la cabeza como una serpiente antes de atacar. Lentamente, aparecio una sonrisa en su rostro. Relajo los hombros y los apoyo en la silla, levantando la mano temblorosa.

– Si -exclamo-, de hecho, en esta habitacion nos hemos reunido un grupo de supervivientes. El Moscu- Shanghai sobrevivio a la guerra y en un par de meses estara de nuevo en la brecha.

Todos los presentes levantaron sus copas, para hacer un brindis. La doncella volvio con el segundo plato y, repentinamente, la atencion de todo el mundo se centro en el pato pequines, mientras la emocion de sus voces borraba la tension del momento anterior. Solo yo parecia tener la incomoda sensacion de haber presenciado una escena siniestra.

Despues de la cena, acompanamos a Serguei Nikolaievich y a Amelia a traves del salon de baile pequeno hasta la biblioteca. Procure no mirar boquiabierta como una turista provinciana los elegantes tapices y pergaminos que se alineaban en las paredes.

– Esta casa es exquisita -le confese a Luba-. La esposa de Serguei Nikolaievich tiene muy buen gusto.

La mujer hizo una mueca de diversion.

– Querida -me susurro-, su primera esposa era la que tenia un gusto excelente. La casa se construyo en la epoca en la que Serguei era comerciante de te.

El modo en el que recalco «primera esposa» me produjo un escalofrio. Me hizo sentir curiosidad y, al mismo tiempo, temor.

Me preguntaba que le habria pasado a la mujer que habia creado toda aquella belleza y refinamiento que tenia ante mi. ?Que habria ocurrido para que Amelia hubiera terminado sustituyendola? Pero me dio verguenza preguntar, y Luba parecia mas interesada en hablar de otras cosas.

– ?Sabias que Serguei era el mas famoso de los exportadores de te que proveia a los rusos? Bueno, la Revolucion y la guerra han cambiado todas esas cosas. Y aun asi, no puede decirse que el no haya luchado. El Moscu-Shanghai es el club nocturno mas famoso de la ciudad.

La biblioteca era una acogedora estancia en la parte posterior de la casa. Volumenes de Gogol, Pushkin y Tolstoi encuadernados en piel desbordaban las estanterias que recorrian las paredes, libros que jamas habria imaginado entre las manos de Serguei Nikolaievich o Amelia. Acaricie con la punta de los dedos los lomos, intentando imaginarme a la primera esposa de Serguei Nikolaievich. Su misteriosa presencia parecia evidente en todos los colores y texturas que me rodeaban.

Nos sentamos en mullidos sofas de cuero mientras Serguei Nikolaievich sacaba vasos y una botella de oporto. Dimitri me entrego un vaso y se sento a mi lado.

– Dime, ?que te parece esta alocada y maravillosa ciudad? -me pregunto-, ?es el Paris del Este?

– Aun no la he visto demasiado. Apenas he llegado hoy -le conteste.

– Es cierto, perdona… Se me habia olvidado -me dijo, y luego sonrio-. Quizas mas adelante, cuando te hayas instalado, podre llevarte al jardin de Yuyuan.

Me cambie de asiento, consciente de que estaba tan cerca de mi que nuestras caras casi se tocaban. Sus ojos eran atractivos, profundos y misteriosos, como la espesura de un bosque. Era joven, pero irradiaba desenvoltura. A pesar de sus ropas elegantes y su piel lustrosa, su actitud era una mezcla de fanfarroneria y cautela. Era como si no estuviera comodo en aquel entorno.

Algo cayo entre nosotros y Dimitri lo recogio. Un zapato negro de tacon de aguja. Levantamos la mirada para ver a Amelia apoyada contra una estanteria, con un pie desnudo que hacia juego con su hombro descubierto.

– ?Que estais susurrando vosotros dos? -siseo-. ?Sinverguenzas! Solo oigo ruso o susurritos cuando me junto con vosotros.

Su marido y sus acompanantes no prestaron atencion a este nuevo arrebato. Serguei Nikolaievich, Alexei y Luba estaban reunidos junto a la ventana abierta, absortos en una discusion sobre carreras de caballos. Solo

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