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Me resultaba imposible comportarme con normalidad mientras estaba esperando la carta proveniente de Estados Unidos. Incluso cuando me sentia tranquila, un momento despues comenzaba a darle vueltas a la cabeza de nuevo. En el periodico, podia leer un articulo hasta tres veces sin prestarle ninguna atencion. Cuando iba a comprar, apilaba latas y paquetes de productos en la cesta, y al llegar a casa, me percataba de que no habia traido nada de utilidad. Tenia la piel cubierta de magulladuras porque me chocaba contra las sillas y las mesas. Me bajaba de la acera en calles concurridas sin mirar, hasta que los bocinazos y los gritos de los conductores furiosos me devolvian a la realidad. Me puse las medias al reves para acudir a un pase de modelos y, si no me paraba a pensarlo, llamaba «Betty» a Ruselina, «Ruselina» a Betty e «Ivan» a Vitaly. Tenia el estomago revuelto como si hubiera bebido demasiado cafe. Me despertaba por las noches banada en sudor. Me sentia completamente sola. Nadie podia ayudarme. Nadie podia consolarme. Era mas que probable que la carta trajera malas noticias, porque, si no, no hubiera estado lacrada y dirigida a mi personalmente. Quizas los padres de Vitaly la habian leido y habian preferido reenviarmela sin mas, en lugar de transmitirme ellos mismos su triste contenido.
Sin embargo, a pesar de haber intentado racionalizar el asunto y haber tratado de prepararme para lo peor, anhelaba contra toda esperanza que mi madre estuviera viva y que la carta fuera suya. No obstante, no lograba ni imaginarme lo que podria leer en una carta asi.
Despues del septimo dia, mi tiempo giraba en torno a las visitas diarias a la oficina de correos en compania de Irina, donde nos poniamos a la cola para enfrentarnos a las miradas hostiles de los empleados.
– No, su carta no ha llegado. Le enviaremos una notificacion a su domicilio cuando llegue.
– Pero es que es una carta muy importante -les decia Irina, tratando de ganarse un poco de comprension-. Por favor, comprendan nuestra inquietud.
Sin embargo, lo unico que hacian los empleados era mirarnos con suficiencia, descartando nuestro drama personal con un gesto de la mano, como si fueran reyes y reinas en lugar de simples funcionarios. E, incluso cuando la carta no llego en diez dias y yo sentia que las costillas se me iban a quebrar, aplastandome los pulmones y cortandome la respiracion, no se dignaron a mostrar un minimo de amabilidad para llamar a otras oficinas de la zona y preguntarles si mi carta les habia llegado por error. Se comportaban como si tuvieran toda la prisa del mundo, incluso cuando no habia nadie mas a quien atender, excepto a Irina y a mi.
Vitaly envio un telegrama a sus padres, pero lo unico que pudieron hacer fue verificar la direccion.
Para tratar de quitarme de la cabeza la carta, fui con Keith una tarde a Royal Randwick. Keith estaba ocupado con la temporada de deportes de verano, ademas de con los acontecimientos habituales, pero trataba de salir conmigo cuando podia. Diana me habia dado el dia libre, y Keith iba a entrevistar a un entrenador hipico llamado Gates y a elaborar un reportaje sobre las carreras de la tarde. Ya habia estado muchas veces en las pistas para realizar reportajes de la seccion femenina, aunque en ninguna ocasion habia permanecido alli mas que lo que se tardaba en hacer las fotografias del atuendo de los asistentes. Nunca me habia interesado lo suficiente como para quedarme a ver las carreras, pero era mejor que pasarme el dia sola.
Miraba desde la terraza del bar del hipodromo mientras Keith entrevistaba a Gates en la zona de ensillado. Su caballo,
Una mujer estadounidense y su hija, vestidas con trajes y sombreros de Chanel, se aproximaron a la linea amarilla que delimitaba la zona de apuestas y la zona privada del bar, y echaron un vistazo desde alli, como si estuvieran tratando de localizar un pez en un estanque.
– ?Es cierto que las mujeres tienen prohibido traspasar esta linea? -me pregunto la madre.
Asenti con la cabeza. En realidad, aquel borde no era una linea de prohibicion para las mujeres, era una linea para marcar la zona exclusiva de los socios. Sin embargo, estaba claro que las mujeres no podian ser socias.
– ?Es totalmente increible! -comento ella-. ?No habia visto una cosa asi desde que estuve en Marruecos! Y digame, ?que hago si deseo apostar?
– Bueno -le respondi-, su acompanante masculino puede hacer la apuesta por usted o puede usted salir al exterior y hacer su apuesta desde el lado que no esta reservado para socios. Pero, aun asi, no estaria bien visto.
La mujer y su hija se echaron a reir.
– Eso es mucha molestia. ?Que pais mas machista es este!
Me encogi de hombros. Nunca me habia parado a pensarlo antes. A fin de cuentas, lo que a mi me interesaba siempre habia estado en la zona de mujeres.
Mi primera parada solia ser el tocador. Alli, las mujeres se afanaban en dar los toques finales a su maquillaje, aplicarse el lapiz de ojos, colocarse bien el sombrero o el vestido y estirarse las costuras de las medias. Era un buen lugar para ponerse al dia de los cotilleos y enterarse de quien llevaba vestidos de Dior verdaderos y quien imitaciones. Alli solia encontrarme con una mujer italiana llamada Maria Logi. Tenia un tipo parecido al de Sofia Loren, de piel dorada y una silueta voluptuosa. Su acaudalada familia lo habia perdido todo durante la guerra y, al llegar a Australia, habia intentado introducirse de nuevo en los circulos adecuados. Sin embargo, no habia sido capaz de casarse con ningun miembro de la alta sociedad y, en cambio, se habia convertido en la esposa de un famoso jinete. Habia una regla no escrita en la seccion femenina que consistia en que, aunque era aceptable retratar en los articulos a las mujeres e hijas de los entrenadores y los duenos de caballos, no lo era fotografiar a las esposas de los yoqueis, independientemente de lo ricos que fueran o de los triunfos que obtuvieran.
Maria trato de sobornarme una vez para que publicara su fotografia. No acepte, pero le dije que, si se compraba un vestido de un buen disenador australiano, saldria en mi especial sobre la moda en las carreras. Aparecio con un vestido de lana color crema confeccionado por Beril Jents. El color le sentaba muy bien, en contraste con su bronceada piel, y lo llevaba con un panuelo amarillo al cuello y con mucho glamour italiano. ?Como podia negarme a convertirla en el centro de atencion de mi camara?
– Me has hecho un favor, asi que tengo que devolvertelo -me dijo despues, cuando me la encontre en el tocador-. Mi marido tiene muchos amigos. Te encontrare un guapo jinete para que te cases con el. Son buenos maridos. No son agarrados cuando toca gastar en sus mujeres.
Me eche a reir y le dije:
– Mira que alta soy, Maria. Ningun jinete se interesaria por mi.
Maria nego con el dedo y me contesto:
– Te equivocas. Les encantan las mujeres esculturales. Mira, si no, sus caballos.
Me volvi hacia la mujer estadounidense y su hija.
– El cesped no siempre es mas verde al otro lado -les dije-. Las mujeres aficionadas a las carreras son conocidas por su belleza, encanto e ingenio. Sin embargo, rara vez he oido comentar algo asi sobre sus maridos.
– ?Que pasaria si cruzaramos la linea? -pregunto la hija. Pisoteo la linea y puso un pie del lado de los socios. Su madre la imito. Se quedaron alli, con las manos en las caderas, pero la carrera de la tarde estaba a punto de comenzar y, excepto por una mirada obscena que les dedico un anciano, nadie mas les presto demasiada atencion.
Keith corrio hacia mi, ondeando en el aire su cartilla de apuestas.
– He apostado por mis favoritos para ti. -Me colgo sus prismaticos al cuello y me guino un ojo-. Volvere a buscarte cuando haya terminado de trabajar.
Abri la cartilla de apuestas y vi que habia apostado tres monedas de cinco chelines para mi en apuestas combinadas, lo cual se consideraba adecuado para una dama. Valoraba su esfuerzo, pero no me interesaban demasiado las carreras. Incluso cuando uno de los caballos que habia elegido para mi,
