Despues de que Keith llamara al periodico para transmitir su historia y los resultados, me encontre con el en el bar para tomar una copa. Pidio para mi una cerveza con gaseosa, que trate de beberme educadamente, mientras el me explicaba en que consistia la vida en el mundo de las carreras: los desconocidos y los favoritos, los pesos y los sorteos de los puestos, las tacticas de los jinetes y las apuestas de los corredores. Por primera vez, aquella tarde, me di cuenta de que me llamaba Anne, en lugar de Anya. Me preguntaba si estaba anglicanizando mi nombre a proposito, o si simplemente no era capaz de percibir la diferencia. Cuando le hable sobre la carta y mi madre, me paso el brazo por los hombros y me dijo: «Es mejor que no pensemos en cosas tristes».
A pesar de todo, echaba de menos su compania. Anhelaba que me cogiera de la mano, que me sacara del remolino que me estaba engullendo. Queria decirle: «Keith, mirame. Mira como me estoy ahogando. Ayudame». Pero el no se daba cuenta. Me acompano hasta la parada del tranvia, me dio un beso en la mejilla y me envio de vuelta a mi absurda soledad mientras el seguia bebiendo en el bar del hipodromo y buscando historias para sus reportajes.
Abri la puerta de mi piso. El silencio en el interior era comodo y opresivo al mismo tiempo. Encendi la luz y vi que Ruselina y Betty habian hecho la limpieza. Habian sacado brillo a mis zapatos y los habian colocado en fila junto a la puerta. Mi camison estaba doblado a los pies de la cama junto a un par de chinelas de tela. Sobre mi almohada, habian colocado una pastilla de jabon de lavanda y una toalla de manos. La toalla estaba bordada con flores y pajarillos. La desdoble y vi que tambien tenia bordadas las palabras: «Para nuestra nina preciosa». Se me llenaron los ojos de lagrimas. Quizas las cosas acabarian mejorando. Incluso aunque algo en mi interior me decia que la llegada de la carta empeoraria la situacion, seguia manteniendo viva la esperanza de que no fuera asi.
Betty habia cocinado una tanda de galletas de jengibre y me las habia dejado en un tarro sobre el escritorio. Cogi una y casi me rompi los dientes tratando de morderla. Puse el hervidor a calentar y prepare un poco de te para ablandar las galletas antes de comermelas. Me tumbe en la cama con la intencion de descansar solo un instante, pero me quede profundamente dormida.
Me desperte una hora despues porque estaban llamando a la puerta. Me esforce por incorporarme, pues tenia las extremidades adormecidas por el sueno y la tristeza. Vi a Ivan por la mirilla. Abri la puerta y el entro de una zancada en el piso, cargado de pasteles congelados. Se dirigio directamente a la cocinilla y abrio la puerta de la mininevera. La unica cosa que habia en su interior era un bote de mostaza en la balda superior.
– Mi pobre Anya -me dijo, mientras colocaba los paquetes en la nevera-. Irina me hablo sobre tu terrible espera. Manana mismo voy a ir a la oficina de correos y me quedare alli delante hasta que rastreen el paradero de esa carta. -Ivan cerro la nevera y me rodeo con sus brazos, apretandome como un enorme oso ruso. Cuando nos separamos, me miro la cintura-. Te estas quedando muy delgada -senalo.
Me sente en la cama y el se sento ante mi escritorio, frotandose la barbilla y mirando fijamente el oceano.
– Eres muy amable -le dije.
– Me he portado fatal contigo -replico, sin mirarme-. He tratado de obligarte a sentir cosas que tu no sentias.
Nos sumimos en el silencio. Ya que el no me miraba a mi, yo le contemple a el. Sus grandes manos, con los dedos apoyados en la mesa, la espalda ancha y familiar, el pelo ondulado. Desee poder amarle como el queria, porque era un buen hombre y me conocia bien. Me di cuenta de que la carencia de sentimientos por Ivan estaba en mi misma, no tenia nada que ver con el.
– Ivan, tu siempre me importaras.
Se puso en pie, como si le hubiera dado razones para marcharse, aunque en realidad, yo queria que se quedara. Queria que se tumbara junto a mi, para que yo pudiera acurrucarme a su lado y dormirme apoyada en su hombro.
– Me vuelvo a Melbourne en dos semanas -me dijo-. He contratado a alguien para que se haga cargo de la fabrica en Sidney.
– Oh -exclame. Era como si me hubiera apunalado.
Despues de que Ivan se marchara, me tumbe de nuevo en la cama, sintiendo como el vacio dentro de mi se ensanchaba y se agrandaba, como si me estuviera muriendo desangrada.
Al dia siguiente de la visita de Ivan, estaba en mi despacho en el periodico, trabajando en un articulo sobre una variedad de algodon que no necesitaba planchado. Nuestra oficina daba al oeste. El sol estival entraba a raudales por los cristales de las ventanas y convertia la seccion femenina en una especie de invernadero. Los ventiladores de pared zumbaban pateticamente tratando de mitigar el opresivo calor. Caroline trabajaba en un articulo sobre lo que le gustaba comer a la familia real cuando estaba en Balmoral. Cada vez que la miraba, notaba que se estaba cayendo lentamente hacia delante, como una flor marchitandose. Incluso Diana parecia desvaida, y minusculos mechones de su cabello se le adherian a la frente, que le brillaba por el sudor. Pero yo no conseguia entrar en calor. Mis huesos eran de hielo y me congelaban desde dentro. Diana les dijo a las reporteras de menor antiguedad que podian arremangarse si lo necesitaban, mientras que yo me puse un jersey.
Mi telefono sono y me dio un vuelco el corazon cuando escuche la voz de Irina: «Anya, ven a casa -me dijo-. La carta esta aqui».
En el tranvia de vuelta a casa, apenas podia respirar. El terror se estaba volviendo cada vez mas real. Una o dos veces, pense que me iba a desmayar. Esperaba que Irina hubiera llamado a Keith, tal y como le habia pedido. Queria que el e Irina estuvieran alli cuando leyera la carta. El murmullo del trafico me hizo recordar el ronroneo del coche de mi padre cuando nos llevaba de paseo a mi madre y a mi los domingos. De repente, la imagen de ella frente a mi surgio mucho mas clara que durante todos aquellos anos. Me desconcerto la viveza de su pelo oscuro, sus ojos color ambar y los pendientes en los lobulos de sus orejas.
Irina estaba esperandome fuera del apartamento. Me quede mirando el sobre que tenia en la mano y di un traspie. Estaba sucio y era muy fino.
– ?Quieres estar sola? -me pregunto.
Le cogi la carta de la mano. La sopese entre los dedos: era liviana. Quizas no dijera nada en absoluto. Puede que simplemente fuera un panfleto del tio de Vitaly sobre la probidad del partido comunista. Queria despertar de aquella pesadilla y encontrarme en cualquier otro lugar.
– ?Y Keith? -pregunte.
– Dijo que tenia que terminar un articulo urgente, pero que trataria de acabar lo antes posible.
– Gracias por llamarle.
– Estoy segura de que son buenas noticias -me dijo Irina, mordiendose el labio.
Al otro lado de la calle, junto a la playa, habia una zona de cesped bajo un pino. Senale con la cabeza hacia alli.
– Te necesito -le confese-. Mas que nunca.
Irina y yo nos sentamos a la sombra del arbol. Mis manos parecian de gelatina y tenia la boca seca. Rasgue el sobre y contemple la caligrafia rusa, sin poder leer una frase despues de otra, sino mirando todas las palabras a la vez, sin entender nada. «Estimada Anna Victorovna» fue lo unico que pude leer antes de que se me nublara la vista y la cabeza comenzara a darme vueltas.
– No puedo -dije, pasandole la carta a Irina-. Por favor, leemela.
Irina me cogio el papel de las manos. Tenia una expresion seria en el rostro y le temblaban los labios. Comenzo a leer.
Estimada Anna Victorovna:
Mi hermano me ha informado de que busca noticias sobre su madre, Alina Pavlovna Kozlova, despues de que se la llevaran de Harbin para su traslado a la Union Sovietica. Cuando a su madre la deportaron aquel dia de agosto, yo volvia a Rusia de manera voluntaria, asi que iba en el ultimo vagon de pasajeros junto con los oficiales rusos que supervisaban la deportacion.
Aproximadamente a medianoche, cuando el tren se dirigia hacia la frontera, se detuvo de manera repentina. Recuerdo la cara de sorpresa en el rostro del oficial que se sentaba a mi lado, por lo que me imagine que aquella parada no estaba planeada. En la penumbra en la que estaba sumido el exterior, solo pude vislumbrar un automovil militar aparcado cerca de la locomotora y la silueta de los cuatro chinos que estaban situados delante
