de advertencia. Deje la bicicleta y corri hacia la verja de mi casa.
– ?Mi nombre es Tang! -grito el hombre a mis espaldas-. ?Recuerdalo!
Me volvi cuando alcance la puerta, pero el ya se habia ido. Vole escaleras arriba en direccion al dormitorio de mi madre, con el corazon atronandome en el pecho. Adverti que aun estaba dormida, con su cabello negro extendido por la almohada. Me quite el abrigo, levante cuidadosamente las mantas y me acoste a su lado. Suspiro y me acaricio antes de volver a sumirse en un sueno tan profundo como la muerte.
Agosto era el mes de mi decimotercer cumpleanos y, a pesar de la guerra y de la muerte de mi padre, mi madre estaba decidida a mantener la tradicion familiar de ir al casco antiguo a celebrarlo. Boris y Olga nos llevaron a la ciudad ese dia; Olga queria comprar especias y Boris iba a cortarse el pelo de nuevo. Harbin era mi ciudad natal y, aunque muchos chinos sostenian que nosotros, los rusos, nunca pertenecimos o tuvimos derecho sobre ella, yo sentia que, de algun modo, formaba parte de mi. Cuando entramos en la ciudad, contemplamos toda una serie de detalles que me eran familiares y que me hacian sentir en casa, como las iglesias con sus cupulas en forma de cebolla, los edificios de color pastel y los elaborados peristilos. Igual que yo, mi madre tambien habia nacido en Harbin. Era hija de un ingeniero que habia perdido su trabajo en el ferrocarril despues de la Revolucion. De algun modo, era mi padre el que nos habia conectado con Rusia y habia hecho que nos identificaramos con la arquitectura de los zares.
Boris y Olga nos dejaron en el casco antiguo. Aquel dia, hacia un tiempo extranamente caluroso y humedo, asi que mi madre sugirio que nos tomaramos el dulce tipico de la ciudad: el helado de semillas de vainilla. Nuestra cafeteria favorita estaba muy concurrida y mucho mas animada de lo que la habiamos visto en anos. Todo el mundo hablaba sobre el rumor de que los japoneses estaban a punto de rendirse. Mi madre y yo nos sentamos en una mesa cerca de la ventana. Una mujer en la mesa de al lado le comentaba a su acompanante, mayor que ella, que habia oido el bombardeo de los estadounidenses la noche anterior y que un oficial japones habia sido asesinado en su barrio. Su acompanante asintio con solemnidad, mesandose la barba grisacea, y declaro:
– Los chinos no se atreverian a hacer algo asi si no tuvieran la sensacion de estar ganando.
Tras acabarnos el helado, mi madre y yo dimos un paseo por el barrio, fijandonos en las tiendas nuevas y acordandonos de las que habian desaparecido. Un buhonero que vendia munecas de porcelana trato de atraerme con su mercancia, pero mi madre me sonrio y me dijo:
– No te preocupes, tengo algo para ti en casa.
El poste rojo y blanco de la barberia, con su cartel en chino y ruso, atrajo mi atencion.
– ?Mira, mama! -exclame-. ?Esa debe de ser la barberia de Boris!
Corri hasta el escaparate para mirar el interior. Boris estaba sentado en la silla, con su cara cubierta de espuma de afeitar. Unos pocos clientes mas esperaban, fumando y riendose como hombres que no tenian mucho que hacer. Boris me vio reflejada en el espejo, se volvio y me saludo. El barbero, que llevaba una bata bordada, tambien levanto su cabeza afeitada. Lucia un bigote como el de Confucio y una barba de chivo, y llevaba unas gafas de gruesa montura, que eran muy comunes entre los hombres chinos. Pero cuando vio mi rostro pegado al escaparate, se dio rapidamente la vuelta.
– Vamos, Anya -exclamo entre risas mi madre, tirandome del brazo-. A Boris le van a cortar mal el pelo si sigues distrayendo al barbero. Podria cortarle la oreja, y entonces Olga se enfadaria contigo.
Segui a mi madre obedientemente, pero antes de doblar la esquina, me volvi una vez mas hacia la barberia. No podia ver al barbero a causa del reflejo del escaparate, pero me di cuenta de que conocia aquellos ojos: eran redondos, saltones y me resultaban muy familiares.
Cuando regresamos a casa, mi madre me sento delante de su tocador y me deshizo con reverencia las trenzas infantiles, para cepillarme el cabello y hacerme un elegante mono como el suyo, con la raya a un lado y el pelo recogido en la base de la nuca. Me aplico un toque de perfume detras de las orejas y despues me mostro una caja aterciopelada que reposaba sobre el tocador. La abrio y pude ver en su interior un collar de oro y jade que mi padre le habia obsequiado como regalo de bodas. Lo cogio y lo beso antes de ponermelo sobre la garganta y abrochar el cierre.
– ?Mama! -proteste, ya que sabia cuanto significaba para ella aquel collar.
Ella fruncio los labios.
– Ahora quiero dartelo a ti, Anya, porque te estas convirtiendo en una joven muy hermosa. A tu padre le habria gustado verte llevandolo en las ocasiones especiales.
Toque el collar con dedos temblorosos. Aunque echaba de menos estar con mi padre y hablar con el, senti que nunca se habia alejado de mi. El jade parecia calido contra mi piel, nada frio.
– El esta con nosotros, mama -le dije-. Estoy segura.
Ella asintio y contuvo una lagrima.
– Tengo algo mas para ti, Anya -me dijo mientras abria uno de los cajones cerca de mi rodilla y sacaba un paquete envuelto en un pano-. Algo que te haga recordar que siempre seras mi nina pequena.
Le cogi el paquete de las manos y desate el nudo, emocionada por ver que habia dentro. Era una muneca matrioska con el rostro sonriente de mi difunta abuela. Me volvi para mirar a mi madre, entendiendo que lo habia pintado ella. Sonrio y me insto a que la abriera, para ver la siguiente muneca. Desenrosque la cintura de la muneca y descubri que la segunda muneca tenia cabello oscuro y ojos color ambar. Sonrei por la broma de mi madre y supe que la siguiente muneca tendria cabello rubio rojizo y ojos azules, pero cuando adverti que tambien tenia un sinnumero de pecas por todo su divertido rostro, me entro la risa. Abri esa muneca para encontrar una mas pequena y volvi a mirar a mi madre. «Tu hija, que sera mi nieta -me dijo-, y su bebe dentro de ella.»
Volvi a cerrar todas las munecas y las alinee sobre el tocador, contemplando nuestro viaje matriarcal y deseando que mi madre y yo pudieramos permanecer exactamente donde estabamos en aquel momento.
Despues, en la cocina, mi madre coloco un
Observo mi pastel de cumpleanos y se me acerco para acariciarme la cabeza torpemente. Podia oler el alcohol en su aliento cuando me dijo:
– Tu eres mi hija.
Se giro hacia mi madre y, con las lagrimas resbalandole por las mejillas, le dijo:
– Y tu eres mi esposa.
Se volvio a sentar en la silla, y se recompuso limpiandose la cara con el dorso de la mano. Mi madre le ofrecio el te, y el bebio un sorbo y comio una rebanada de pan. Su rostro se desfiguro por el dolor, pero, tras un momento, se relajo y suspiro como si hubiera tomado una decision. Se levanto de la mesa y, volviendose hacia
Le pregunto lentamente en ruso a que se dedicaba antes de la guerra, si siempre habia sido general. El parecio confundido durante un momento, y despues se senalo la nariz con un dedo y pregunto:
– ?Yo?
Mi madre asintio y repitio la pregunta. El nego con la cabeza mientras cerraba la puerta a sus espaldas, y murmuro en un ruso tan bien pronunciado que podria haber sido cualquiera de nosotros:
– ?Antes de esta locura? Yo era actor. Actor de teatro.
A la manana siguiente, el general se habia marchado. En la puerta de la cocina, habia prendida una nota escrita en perfecto ruso. Primero la leyo
Mi madre y yo corrimos a casa de los Pomerantsev. Boris estaba cortando lena, pero se detuvo cuando nos vio, se seco el sudor de su rubicundo rostro y nos condujo al interior de la casa.