Olga estaba junto al horno, retorciendo su labor entre las manos. Salto de la silla en cuanto nos vio.

– ?Os habeis enterado? -pregunto, livida y temblorosa-. Los sovieticos estan en camino. Los japoneses se han rendido.

Fue como si aquellas palabras destrozaran a mi madre.

– ?Los sovieticos o los estadounidenses? -pregunto, con una agitacion creciente en su voz.

En mi fuero interno, podia sentir el deseo de que fueran los estadounidenses los que vinieran a liberarnos con sus amplias sonrisas y sus coloridas banderas. Pero Olga nego con la cabeza.

– Los sovieticos -aclaro-. Vienen a ayudar a los comunistas.

Mi madre le entrego la nota del general.

– ?Dios mio! -exclamo Olga tras leerla. Se desplomo en la silla y le paso la nota a su marido.

– ?Hablaba ruso asi de bien? -inquirio Boris-. ?Y no lo sabiais?

Boris comenzo a hablarnos sobre un viejo amigo de Shanghai, una persona que podria ayudarnos. Segun nos explico, los estadounidenses estaban de camino, y mi madre y yo debiamos partir hacia alli inmediatamente. Mi madre pregunto si Boris y Olga vendrian tambien, pero Boris nego con la cabeza y bromeo:

– Lina, ?que van a hacerles a un par de viejos renos como nosotros? La hija de un coronel del Ejercito Blanco es un premio mucho mas jugoso. Tienes que sacar a Anya de aqui inmediatamente.

Con la madera que Boris corto para nosotras, hicimos una hoguera y quemamos la carta junto con la ropa de cama del general y sus utensilios de cocina. Observe el semblante de mi madre mientras las llamas se avivaban y senti la misma soledad que vi reflejada en su rostro. Estabamos incinerando a un companero, a una persona a la que no habiamos llegado a conocer ni a comprender, pero que considerabamos un companero, al fin y al cabo. Mi madre estaba cerrando de nuevo las puertas del garaje cuando se percato de la existencia del baul. Estaba encajado en una esquina y camuflado bajo unos sacos vacios. Lo arrastramos fuera de su escondite. Era un baul antiguo y estaba bellamente tallado con la imagen de un anciano de largos bigotes que sostenia un abanico y contemplaba un estanque. Mi madre rompio el candado con un hacha, y levantamos la tapa entre las dos. En su interior, estaba doblado el uniforme del general. Mi madre lo cogio y entonces descubri la bata bordada en el fondo del baul. Bajo la bata, encontramos un bigote y una barba falsos, algo de maquillaje, unas gafas de gruesa montura y una copia del Nuevo atlas de bolsillo de China doblado dentro de una antigua hoja de periodico. Confiaba en que si yo era la unica que conocia el secreto del general, estariamos a salvo.

Una vez que hubimos quemado todo, removimos el suelo y aplastamos el hollin con el reverso de nuestras palas.

Mi madre y yo acudimos a la delegacion oficial del distrito para conseguir un permiso para viajar a Dairen, donde esperabamos poder embarcarnos rumbo a Shanghai. Habia docenas de otros rusos esperando en los pasillos y en los rellanos, algunos extranjeros de otras nacionalidades y tambien chinos. Todos ellos conversaban sobre los sovieticos y sobre como algunos de ellos ya habian llegado a Harbin, acorralando a los integrantes de la Rusia blanca. Una anciana que estaba junto a nosotras le conto a mi madre que los miembros de la familia japonesa que vivian en la casa al lado de la suya se habian suicidado, aterrorizados por la venganza de los chinos. Mi madre le pregunto por que se habian rendido los japoneses, y la mujer se encogio de hombros; pero un joven contesto que habia oido rumores sobre que se habia lanzado una nueva bomba sobre algunas ciudades japonesas. Salio el ayudante del oficial y nos comunico que no se emitiria ningun permiso hasta que todos los que lo solicitaban hubieran sido entrevistados por un miembro del partido comunista.

Cuando volvimos a casa, no se veia a nuestros perros por ninguna parte y la puerta estaba entreabierta. Mi madre se detuvo antes de empujarla para abrirla y, del mismo modo que el recuerdo de su rostro el dia despues del entierro de mi padre permanece en mi memoria, tambien quedo grabado en mi mente ese momento, como una escena de pelicula repetida una y otra vez: la mano de mi madre en la puerta, la puerta que giraba sobre sus goznes lentamente hasta abrirse, la oscuridad y el silencio del interior y la sensacion increible de saber que alguien estaba alli dentro, esperandonos.

Mi madre dejo caer la mano hacia un lado y busco la mia. No temblaba tanto como por la muerte de mi padre, sino que se mantenia calida, firme y decidida. Entramos juntas, sin quitarnos los zapatos en la entrada, como siempre haciamos, sino que seguimos hasta el salon. Cuando lo distingui junto a la mesa, con sus manos mutiladas descansando frente a el, no me sorprendi. Fue como si lo hubiera estado esperando todo el tiempo. Mi madre no dijo nada. Su mirada marcada por una expresion vacia se cruzo con la de aquellos ojos vidriosos. Esbozo una amarga sonrisa y, con un gesto, nos invito a que nos sentaramos con el a la mesa. Fue entonces cuando me percate de la presencia del otro hombre, que estaba de pie junto a la ventana. Era alto, con brillantes ojos azules y un bigote que cubria sus labios como una estola de vison.

Aunque era verano, aquella noche cayo la oscuridad rapidamente. Recuerdo la sensacion de la mano de mi madre apretando la mia firmemente, con la luz atenuada de la tarde retrocediendo por el suelo y el silbido de la tormenta golpeando las ventanas sin postigos. Tang nos entrevisto primero, y su tensa sonrisa aparecia siempre que mi madre contestaba a sus preguntas. Nos dijo que el general no era en absoluto un general, sino un espia que tambien se disfrazaba de barbero. Hablaba correctamente chino y ruso, y era un maestro del disfraz que utilizaba sus habilidades para reunir informacion de la resistencia. Debido a que los rusos pensaban que era chino, se sentian bastante comodos reuniendose en su barberia, hablando frente a el de sus planes y revelando los de sus homologos chinos. Me alegre de no haberle contado a mi madre que habia comprendido quien era el general tan pronto como descubri el disfraz en el baul. Tang tenia la mirada clavada en el rostro de mi madre, y ella parecia estar tan sorprendida que me convenci de que el chino pensaria que no estaba al tanto de las actividades del general.

Pero, aunque era obvio que mi madre no sabia quien era el general, que no habiamos recibido a ningun visitante mientras el habia permanecido con nosotras y que no sabiamos que hablaba otros idiomas aparte del japones, todo ello no podria borrar el odio que Tang sentia por nosotras. Todo su ser parecia enfervorizado por ese odio. Tanta malicia ardia solamente en pos de un objetivo: la venganza.

– Senora Kozlova, ?ha oido hablar de la Unidad 731? -pregunto, mientras la ira contenida desfiguraba su rostro. Parecia satisfecho cuando mi madre no le dio respuesta-. No, por supuesto que no. Ni tampoco su general Mizutani. Su culto y bien hablado general Mizutani que se banaba una vez al dia y que nunca en su vida ha matado a un hombre con sus propias manos. Sin embargo, parecia bastante satisfecho de mandar a morir a gente alli, asi como lo parecia usted de alojar a un hombre cuyos compatriotas han estado masacrandonos. Usted y el general han derramado tanta sangre como cualquier ejercito.

Tang levanto un munon y agito la infectada masa frente al rostro de mi madre.

– Ustedes los rusos, protegidos por su piel clara y sus modales occidentales, no saben nada de los experimentos con personas que se realizaban en el barrio de al lado. Yo soy el unico superviviente. Una de las muchas personas que ellos ataron a un poste en la nieve, de modo que sus amables y limpios medicos pudieran observar los efectos de la congelacion y la gangrena y asi evitarlas en sus propios soldados. Pero tal vez nosotros fueramos los mas afortunados. Siempre tuvieron la intencion de fusilarnos al final. No como a los otros, a los que infectaron con peste para luego abrirles las tripas sin anestesia y observar los efectos. Me pregunto si usted imagina la sensacion de que le sierren la cabeza estando todavia viva. O de que un medico la viole y la deje embarazada para poder cortarla por la mitad y estudiar el feto.

El horror atenazo el semblante de mi madre, pero en ningun momento retiro la mirada de la de Tang. Al ver que no habia quebrantado su animo, esbozo de nuevo su sonrisa cruel y saco una fotografia de una carpeta que estaba sobre la mesa, ayudandose con el munon y el codo. Aparentemente, era de alguien atado a una mesa y rodeado de medicos, pero la luz del techo se reflejaba en mitad de la imagen y yo no podia verla con claridad. Le dijo a mi madre que la cogiera; ella la miro y la aparto en seguida.

– ?Quizas deberia mostrarsela a su hija? -le dijo-. Son aproximadamente de la misma edad.

Los ojos de mi madre refulgieron y su ira encontro el odio de los de Tang.

– Mi hija es solo una nina. Odieme si lo desea, pero ?que tiene que ver ella con todo esto?

Volvio a dirigir la mirada hacia la fotografia y las lagrimas aparecieron en sus ojos, pero las contuvo. Tang sonrio, triunfante. Estaba a punto de anadir algo, cuando el otro hombre carraspeo. Casi me habia olvidado del ruso, porque se habia sentado tranquilamente, mirando por la ventana, y puede que ni siquiera estuviera escuchando la conversacion.

Cuando el oficial sovietico interrogo a mi madre, fue como si hubieran cambiado el guion y de repente se estuviera representando otro drama. Se mostraba indiferente hacia la sed de venganza de Tang o los detalles

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