levante un parpado y aun me acuerdo de su iris verde apuntando hacia arriba, como si intentara mirar por encima de la frente. Acerque el rostro a ese iris confiando en que me viera por fin y se despertara. Pero el seguia inmovil.
Entonces, para hacer algo, para mantener las manos ocupadas, para no ver, para no entender, hice todo lo que pude para despertarle, cosa que cuento hoy con mucha tristeza. Intente ponerle de pie, echarmelo al hombro, le grite, le berree el nombre en la oreja, lo sacudi, hasta le amenace con dejarle caer si no se despertaba, le pase los brazos por los sobacos, lo levante, arrastre su cuerpo unos metros y acabe asi, pegado a ese cuerpo inmovil con la cabeza caida y los brazos que se bamboleaban, sin atreverme a dar un paso. Pero muy pronto las piernas doloridas me empezaron a temblar y ya no pensaba mas que en no soltarlo, ni hablar de soltarlo, y las malditas piernas clamaban su dolor, un dolor asqueroso que me atacaba por todas partes, pero no lo solte, me mantuve firme hasta que yo mismo me derrumbe, y aun asi no deje de abrazarlo. Dios es consciente del poco respeto que le tuve a David en ese momento, deberia haberle dejado en paz, pero habia prometido no soltarlo.
En el suelo, me pegue a el y llore y suplique como nunca tuve la ocasion de hacerlo con todos aquellos a los que perdi. No necesito recrearme en lo que decia. Sea cual sea el pais, el idioma, la edad o la condicion social, en esos momentos solo usamos variantes de las mismas frases y las mismas palabras.
Creo que no me habria movido, que habria acabado muriendo tambien en ese rincon umbrio y silencioso, si no hubieran venido a buscarnos.
Cuando oi los primeros ladridos a lo lejos, aunque el cuerpo me pesaba como si fuera de plomo, no dude ni un segundo. Es increible la fuerza de un cuerpo acorralado. Me di la vuelta de manera que la espalda encajara en el pecho de David. Le cogi los brazos, me los cruce alrededor del cuello y, con un movimiento seco, me puse de rodillas. Oia a los perros acercandose, pero no tuve miedo. Pense en el fardo de ropa e intente repartir bien el peso de David en la espalda, mas hacia los hombros que hacia las caderas, me incline un poco mas y me ergui apretando los dientes. Trastabille al asegurar sus brazos en el cuello y luego trate de correr. No lo consegui, pero fui avanzando paso a paso. David resbalaba y yo pensaba en el fardo y en mi madre y en lo contenta que estaria de vernos, a los dos, y ella si que sabria que medicamentos necesitaba David, ella si que sabria que hacer, a quien invocar, a quien suplicar, a quien rezar. Si, caminaba una vez mas hacia la casa hundida en el bosque, y mi madre iria a buscar sus plantas, sus raices y sus hojas. Mapou ya no tenia ninguna importancia, yo habia dejado de pensar en Anil, toda mi alma estaba consagrada a trasladar a David a la casa. Iba agachado, los pies de David se arrastraban por el suelo a mi espalda, pero no deje de andar. Seguia un camino oscuro y hecho de musgo, y por doquier, frente a mi, bajo los pies, por el rabillo del ojo, veia esos helechos suaves y velludos. Yo le decia a David que no nos ibamos a separar, se lo volvia a prometer de nuevo. Como en el bosque, la primera vez que me habia seguido, pronuncie esas palabras marcandolas bien, articulandolas como si estuviera en clase. No tenia miedo y, aunque todo me hacia un dano atroz, disponia del valor fulgurante de los crios asustadizos y desdichados.
Cuando llegaron ante nosotros, ellos, los gigantes, los policias de uniforme azul, negro y blanco con sus porras lustrosas y esos perros que saltaban hacia nosotros como si fueramos lAdrOnEs, mAtOnEs y cAnAllAs, cuando me vieron, con David a la espalda, ?es cierto que grite y chille como una bestia feroz, segun me explico mi madre en diferentes ocasiones? ?O acaso vacile y llore todas las lagrimas posibles, que es lo que hago ahora, sesenta anos despues, sobre su tumba?
15.
Cuando los policias nos encontraron en el bosque, David y yo estabamos a tan solo una hora de camino de la prision. Tres dias, tres dias dando vueltas alrededor de Beau-Bassin, eso era lo que habiamos hecho. David estaba muerto y yo tenia poliomielitis. No trasladaron su cuerpo a la carcel, lo enterraron aqui, en Saint-Martin, en el cementerio judio. La prision de Beau-Bassin estaba en cuarentena, pues la epidemia de polio se extendia por toda la isla. Los policias querian enviarme al hospital del Norte, pero mi madre les suplico que no lo hicieran y ellos se limitaron a entregarme a ella. Fue mi madre quien me conto todo esto. Mi memoria se detuvo en ese lindero fresco y umbrio, entre los helechos y la penumbra, mientras gritaba con David a cuestas.
Mi madre me dio masajes durante dos meses con hierbas, aceites y no se que mas. Me hizo beber infusiones y tisanas. En cuanto salia el sol, se ponia a elaborar sus mezclas de aceites y hierbas en el cuenco de cobre estanado, y uno de mis primeros recuerdos tras la muerte de David es el tintineo regular de la cuchara golpeando el fondo del recipiente. En el mes de mayo de 1945, tres enfermeros con bata blanca vinieron a buscarme. Iban de pueblo en pueblo recogiendo a los ninos que habian sobrevivido a la polio para ponerles un aparato ortopedico en los pies. Mi madre me escondio en el cobertizo, ahi donde habiamos ocultado a David, e hizo como que no entendia lo que le decian. Volvieron al dia siguiente, y luego, algo despues, lo dejaron estar, ?para que insistirle a una pobre familia?
Me quede un ano entero en casa, tumbado la mayor parte del dia, llorando a veces durante horas. Mi padre no me volvio a dirigir la palabra. Esto es algo que pocos pueden creer, pero lo cierto es que no volvio a hablarme hasta que murio en 1960. Cuando queria comunicarme algo, lo hacia a traves de mi madre. El director de la carcel lo habia despedido cuando encontraron a David conmigo, y ahora trabajaba como ayudante de un hojalatero en un taller del pueblo. Cuando volvia, traia consigo un olor metalico que te hacia rechinar los dientes. A veces le levantaba la mano a mi madre, y yo, desde la cama, gritaba como nunca habia pensado que pudiera hacerlo hasta que aparecia en mi cuarto, con la mano alzada, dispuesto a hundirme ese grito en la garganta. Pero a mi tampoco volvio a pegarme. Ahora, yo solo disponia de ese truco para proteger a mi madre. Y el se detenia al verme, no se por que le causaba yo ese efecto desde mi fuga. Soltaba dos o tres palabrotas, daba unas palmadas y se iba. Fue un ano espantoso para mi, y no me averguenza reconocer que cada manana rezaba para que me muriera. Tenia diez anos.
Pero nada me ocurrio. Por el contrario, me cure de la poliomielitis y no llevo ningun aparato; aunque tengo la pierna izquierda atrofiada y cojeo ligeramente, de joven pude correr muy rapido. Recuerdo que en los anos setenta un diario publico un articulo sobre la epidemia de polio de 1945 y me hicieron una entrevista al respecto. En ese articulo, el periodista hablaba de mi como de un «milagro», pero no creo que supiera hasta que punto tenia razon.
En la actualidad, a veces me cruzo con personas de mi edad que llevan en el pie ese artilugio de plataforma, negro y monstruoso, y yo las contemplo con ternura y un poco de culpabilidad. No me atrevo a decirles que tambien yo contraje la poliomielitis, pero tuve la suerte de tener una madre que me queria mas que a nada en el mundo y que era un poco hechicera.
Mi madre no sabia leer ni escribir, y cuando hacia falta, apoyaba el pulgar sin verguenza alguna en una almohadilla de tinta para firmar algun papel. Cada vez que creo estar lleno de certezas, pienso en eso, en esa huella azul, y vuelvo al sitio que me corresponde. Hacia el final de su vida, esa madre que no sabia leer ni escribir quiso irse a vivir a una residencia en Albion, en la costa noroeste. Era un lugar blanco de sol, muy caluroso, en el que habia que entornar los ojos para contemplar el mar. A mi no me gustaba la idea de que mi madre viviese alla, aunque no sabria decir exactamente por que, tal vez por lo mucho que habia insistido ella, tal vez porque asi me arrebataba el unico deber que me quedaba, ahora que mi hijo era mayor y que yo habia enviudado: ocuparme de ella como ella se ocupo de mi.
A decir verdad, se trataba de un lugar muy agradable. Estaba situado entre casuarinas y grandes platanos, tenia un tejado rojo que se veia de lejos, una enorme antena parabolica para ver cien canales de television, flores por todas partes, tanta calma que casi se podia oir el ruido de los rayos de sol al calentar las paredes, parecia un hotel. Mi madre disponia de un pequeno apartamento, ?nada que ver con lo que habia tenido en Mapou y en Beau-Bassin! Creo que le encanto el cambio, esa nueva vida con amigas para hablar de naderias, un picnic semanal organizado en el otro extremo de la isla, juegos de naipes por la tarde, clases de yoga para los mas valientes y tele por la noche, antes de dormirse con la ventana abierta. Cuando yo me iba, despues de cada visita, le daba un beso y la miraba fijamente a los ojos mientras le preguntaba si queria volver a casa; y siempre me decia a mi mismo que si veia la menor duda ensombreciendo sus ojos, el menor gesto, le haria la maleta en el