Yo era un hombre feliz en esos tiempos. Despues del instituto, segui una formacion de tres anos para convertirme en maestro. El pequeno Raj se habia dormido apaciblemente en mi corazon, habia comprado una caja roja en la que habia metido la cadena de David, y mi mujer -la unica persona a la que le habia contado esta historia- la guardaba junto a las joyas que le habian regalado para nuestra boda. En 1973 yo era joven y fuerte, los anos de Mapou y Beau-Bassin habian hecho de mi, finalmente, o asi lo espero, un hombre justo, honrado y trabajador. Me ocupaba de mi hijo, de mi mujer y de mi madre, tenia una casita rodeada de flores y arboles frutales y, cuando volvia de noche, tras haber ensenado a leer y a escribir a los ninos durante todo el dia, mi familia me estaba esperando con ganas de verme. Que magnifica epoca aquella, cuando tenia la sensacion de servir para algo y de que mi amor alimentaba mi casa, a mi mujer, a mi hijo, a mi madre. En esos momentos, cuando era feliz, cuando era fuerte y joven, me quebre como una rama seca y apolillada al descubrir por fin la verdadera historia de David.
Viviamos en un pueblecito al este del pais, todos aquellos a los que amaba y que aun vivian me rodeaban y tenia la impresion de que mis anos de infelicidad habian quedado atras. Mi padre habia muerto en 1960, y recuerdo que cuando lo incineramos se me llenaron los ojos de lagrimas y me pregunte como era posible llorar por alguien que me habia pegado y hecho sufrir tanto.
Era un domingo y a mi, en esa epoca, me encantaban los domingos. Por la manana, desayunabamos juntos y tomabamos queso y mermelada. Mi mujer rallaba el queso y a mi me parecia que mi hijo y yo teniamos la misma edad, pues nos quedabamos mirando ese pequeno monticulo de color amarillo palido con los ojos redondos de deseo. Mi madre se servia viruta a viruta, lo cual aun hoy me hace sonreir, pues la veo de nuevo introduciendose en la boca ceremoniosamente cada trocito infimo de queso. A continuacion, mientras mi mujer y mi madre preparaban un copioso almuerzo, yo me llevaba a mi hijo al centro del pueblo, que estaba a unos dos kilometros, para comprar el periodico. Eso tambien era digno de destacar. Le daba la mano por el camino y los vecinos me saludaban con respeto porque yo era un maestro de escuela. Atravesabamos un campo de cana, seguiamos una carretera bordeada de flores y dejabamos atras otras casas hasta llegar al centro del pueblo. Ahi habia un quincallero, un mecanico de bicicletas y un colmado que vendia un poco de todo: tabaco, alcohol, legumbres, conservas, caramelos y el periodico. El dueno solo encargaba diez ejemplares y los ponia en una vitrina, bien a la vista, como si se tratara de productos de lujo. Mi hijo y yo nos tomabamos nuestro tiempo para llegar hasta alli porque nos parabamos a menudo para hablar con otros aldeanos y porque, como si fuera un medico, todo el mundo tenia algo que decirme. Al final de todas las conversaciones, antes de llegar al colmado, me decian: A comprar el diario, ?verdad? Y al regresar: ?Ya ha pillado el diario!
Mi hijo elegia un caramelo, un chicle o un refresco y se tiraba un buen rato para decidirse, y como era domingo, yo le dejaba tranquilo, charlaba con los clientes en el mostrador y todo era muy agradable. Por el camino cogia flores silvestres para mi mujer, y creo que yo era el unico hombre de nuestro pueblo que hacia algo asi en esos tiempos. Cuando volviamos, la comida estaba casi lista, mi mujer se ruborizaba mientras ponia las flores en un jarron -?pensaba tal vez en aquella primera cita en el puerto?- y almorzabamos. Yo leia el periodico nada mas acabar, en la tumbona de mimbre, bajo el enorme mango. Habia en el aire una atmosfera particular y me sentia contento de estar vivo. Fue ahi, bajo un mango, donde descubri como habian venido a parar a la isla todos esos judios. Era un articulo breve en la pagina seis en el que se hablaba de una pequena ceremonia en el cementerio de Saint-Martin.
La sangre me azotaba cada vez mas las sienes a medida que iba leyendo el articulo. Recuerdo haber hundido la cabeza entre las manos y haber llorado como no lo habia hecho en anos. Y cuando quise levantarme de la tumbona para lavarme la cara, me derrumbe como un tronco abatido por un ciclon, pues mi corazon no era lo suficientemente fuerte como para soportar semejante descarga de recuerdos.
A partir de ese momento, nunca he dejado de buscar a David en libros, documentales y archivos para intentar entrever como vivio esos anos terribles. Una voz, unas palabras, una emocion que habria podido ser la suya, la de un nino embarcado a los cinco anos, junto a sus padres, en un barco cargado de refugiados de camino a Palestina. ?Cuando y como murieron sus padres? ?Quien le cogio en brazos para consolarle en ese momento? ?Quien cuido de el? Lo ignoro.
Mientras hundo la caja roja que contiene su estrella entre el granito negro de su tumba y la tierra, vuelvo a ver a ese nino rubio, sus magnificos saltos de longitud, su rostro benevolo que se recorta contra el cielo y el follaje de los arboles, veo a la cotorra roja sobre sus cabellos dorados y me digo que ahora mismo le voy a contar a mi hijo la historia de David, para que tambien el la recuerde.
Nathacha Appanah