Nathacha Appanah
El ultimo hermano
1.
Ayer volvi a ver a David. Yo estaba en la cama, tenia el espiritu vacio y el cuerpo ligero, con una leve pesadez ahi, entre los ojos. No se por que gire la cabeza hacia la puerta, pues David no habia hecho ningun ruido, nada de ruido, no como antes, cuando andaba y corria un poco de soslayo y yo siempre me sorprendia de que sus piernas y sus brazos, largos y finos como las canas que crecen junto a los rios, de que su rostro perdido en un cabello lacio e ingravido como la espuma de las olas, de que todo eso, en fin, todas esas cositas suaves e inofensivas produjeran tanto ruido en el suelo cuando David caminaba.
David estaba apoyado contra el marco de la puerta. Era alto, lo cual me asombro. Llevaba una de esas camisas de lino que, incluso de lejos, dan envidia por su suavidad y su ligereza. Habia adoptado una postura indolente, con los pies ligeramente cruzados y las manos en los bolsillos. Una especie de destello caia sobre parte de sus cabellos, y sus rizos brillaban. Le note feliz de verme despues de todos estos anos. Me sonrio.
Puede que fuera en ese momento cuando comprendi que estaba sonando. No se de donde procede ese sobresalto de la consciencia, me pregunto por que, a veces, surge en el sueno lo real. En esa ocasion, ese sentimiento difuso me resulto muy desagradable y tuve que luchar para convencerme de que David estaba de verdad alli, de que solo esperaba pacientemente a que yo me despertara. Me dije, pues mira, le voy a chinchar, le voy a decir que se esta haciendo el chulo, que esta actuando, pero no pude emitir ni un sonido. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, abria la boca de par en par y lo intentaba, pero no habia manera, la garganta se me secaba; resulta increible lo real que parecia esa impresion, como el aire se colaba a bocanadas en mi boca bien abierta y resecaba todo su interior. Senti en ese momento que estaba a punto de despertar, y pense que si conservaba la calma, el sueno se prolongaria. Asi pues, me quede en la cama, cerre la boca y continue mirando hacia la puerta, pero no pude contener la tristeza que se originaba en mi corazon.
En el preciso instante en que esa pena se apodero de mi, David echo a andar. Hizo un movimiento de lo mas ligero para despegar el hombro del marco de la puerta, conservo las manos metidas en los bolsillos y dio tres pasos. Los conte. Tres pasos. David era alto, fuerte, adulto, guapo, muy guapo. Entonces supe con certeza que estaba sonando y que no podia hacer nada. La ultima vez que lo vi, el tenia diez anos. Y sin embargo, ahi estaba mi David, delante de mi. Una ternura increible emanaba de el, algo indefinible que yo ya habia experimentado en los momentos mas preciosos de mi vida: cuando vivia en el norte, era pequeno y tenia a mis dos hermanos; cuando pase con el aquellos dias de verano, en 1945.
En la cama, ahi tumbado, senti un poco de verguenza. Yo no era una figura de ensueno. Para mi habian pasado sesenta largos anos sin David y, aplastado en el lecho, me lamentaba de cada dia transcurrido. Durante todo ese tiempo, nunca habia sonado con el. Incluso al principio, cuando pensaba en el a diario, cuando lloraba desconsoladamente por lo mucho que lo echaba de menos, nunca se me habia aparecido en suenos. Ojala hubiese aparecido antes, cuando yo era un poco como el, joven y fuerte. Yo tambien podia erguirme asi, con la cabeza alta, las manos en los bolsillos y la espalda recta. Tambien yo podia hacerme el chulo, ir de actor.
Estirando el cuello, incorporandome un poco sobre los codos, habria podido distinguir mejor su rostro, pero tenia miedo de moverme. Queria que el sueno durara, que continuase, deseaba que David se acercara por propia voluntad. Hice mis calculos: dos pasos mas y estaria al alcance de la mano, al alcance de la vista. Por fin podria mirarle a los ojos. Podria levantarme de golpe, darle un amistoso empujon, abrazarle, todo muy rapido, antes de que me despertase, pillarle por sorpresa en cierta medida. ?Tendria todavia aquel diente roto, ahi delante, aquel diente que se habia mellado contra el suelo cuando le deje caer mientras haciamos el avion? Lo tenia sujeto en horizontal, con las manos hacia el frente. Gritaba y reia mientras yo recorria varios metros. Era muy ligero, pero tropece. Ya en el suelo, David seguia riendo, pero yo me fije enseguida en su sonrisa rota, en esos labios sanguinolentos que no le impedian reir. Le encantaba hacer el avion. Queria seguir jugando y no tenia tiempo para compadecerse de si mismo. De no ser asi, con todo lo que habia vivido en sus diez anos, creo que podria haber llorado de la manana a la noche.
Dicen que se suenan cosas extranas cuando uno esta cerca de la muerte. Durante mucho tiempo, mi madre sono que se le aparecia mi padre, vestido con su traje marron, preparado para acudir al trabajo, y que le decia ven conmigo, te necesito. En su sueno, mi madre se negaba en redondo, me contaba con la voz un tanto asustada; ella, que cuando el vivia nunca le habia negado casi nada. Me pregunto si la noche en que mi madre murio mientras dormia, me pregunto si esa noche se canso de decir que no y decidio seguir a mi padre hacia las tinieblas.
Pero el, David, no me dijo nada, se quedo ahi, observandome con paciencia, entre la sombra y la luz. El polvo suspendido en las primeras luces del alba me recordo, curiosamente, a la purpurina. Al final resultaba agradable, un sueno triste y delicioso a la vez; habia en la habitacion una luz del color de las lilas y me dije que ahora el se me podria llevar con facilidad. Me he convertido en un hombre viejo y fragil, y si volvieramos a hacer el avion y el me dejara caer sin querer, como yo lo solte hace mas de sesenta anos, todo mi cuerpo se resquebrajaria.
De repente me harte de esperar, extendi la mano hacia el y ya era de dia, la habitacion estaba vacia, la luz era cegadora, David habia desaparecido al igual que el sueno; la mano extendida, fuera de las sabanas, se entumecia y helaba mientras el rostro se banaba en lagrimas.
Telefonee a mi hijo poco despues de desayunar. Le pregunte si podia llevarme a Saint-Martin y el me dijo que claro que si, cuando quieras, me paso a mediodia. Mi hijo es su propio jefe, no tiene tiempo para mucho mas que trabajar, no esta casado, no tiene hijos, se mueve poco, apenas descansa. Pero para mi, durante estos ultimos anos, siempre parece tener tiempo. Es porque soy viejo, porque soy la unica familia que le queda y porque tiene miedo.
A las doce en punto, mi hijo estaba alli y yo ya llevaba preparado desde hacia una hora. Cuando envejeces, te pones en marcha antes de tiempo para todo por miedo a llegar tarde, y al final te acabas aburriendo de esperar a los demas. Me puse un pantalon negro, una camisa azul y una chaqueta ligera. Como de costumbre, deslice en el bolsillo interior de la chaqueta un pequeno peine de color beige con puas de sierra y un panuelo blanco cuidadosamente plegado. Tambien me hice con la cajita roja que siempre tengo a mano. Sonriendo, pense que tenia el aspecto de un hombre a punto de declararse. Me habria gustado lustrarme los zapatos, pero esa actividad me agota solo de pensarlo. Asi pues, me sente y frote lo mejor que supe los flancos de los zapatos con la alfombra del salon, haciendo un ruidillo que me daba cierto sopor. Cuando escuche el grunido del motor del coche frente a la verja, me levante y me puse a esperar a mi chaval apoyado en el baston, como si estuviera de guardia.
El coche es nuevo, gris y resplandeciente. Gris metalizado, precisa con orgullo mi hijo. No dice nada de mi aspecto, me ayuda a sentarme, me abrocha el cinturon de seguridad, lo manipula para que no me apriete, pone mi baston en el asiento de atras y cada vez que nuestras miradas se cruzan me dedica una franca sonrisa que le tensa las mejillas hacia las orejas y le arruga los ojos.
Durante unos instantes, me habla de su trabajo. Se dedica a la informatica, pero no es facil hablar de ordenadores con un viejo como yo, que no entiende del asunto. Por consiguiente, me habla de sus empleados, de los jovenes a los que instruye y que le abandonan enseguida porque, segun dice mi hijo, asi es como funciona el oficio de informatico, a toda prisa. Cuando le indico que vamos al cementerio de Saint-Martin, el me dice, vale, papa, no hay problema. Probablemente, para el no es ninguna sorpresa que yo vaya al cementerio. Casi todos mis amigos ya estan muertos, somos de esos que han tenido vidas penosas y problematicas que nos han llevado a morir pronto, destrozados y con cierta prisa por acabar de una vez.
Mi hijo pone musica clasica, se asegura de que las ventanillas esten bien cerradas, regula la temperatura del coche a veinte grados, no sobrepasa la velocidad autorizada y, a cada frenazo algo brusco, extiende el brazo para protegerme. Me gustaria decirle que no tenga tanto miedo por mi ni tanto miedo por el.
En Saint-Martin, circulamos por un camino de tierra y arena en el que enormes acacias han dejado caer