madre abandonaba nuestra cabana dos horas despues. Mi madre regresaba al final de la tarde y mi padre, bueno, el volvia cuando volvia, siempre borracho, dando tumbos y farfullando, moviendo los brazos y las piernas como una marioneta desarticulada.

Yo tenia un hermano que me llevaba un ano, al que queria mas que a nada en el mundo, y un hermanito un ano menor que yo que me queria a mi, segun creo, mas que a nada en el mundo. Anil y Vinod. Y yo, Raj.

Recuerdo estar constantemente a los pies de Anil y que Vinod, a su vez, estaba a los mios. En el campamento, cuando un nino aprendia a andar o entendia mas o menos lo que le decian, dejaba de ser un nino y tenia un papel que cumplir, unas tareas que llevar a cabo. Tengo mi primer recuerdo muy claro en la mente. No se que habia o no habia hecho Anil, pero mi padre lo tiene agarrado de la cabeza con un brazo y, con el otro, le atiza a mi hermano en el culo con una cana de bambu muy verde, con sus nervios, sus nudos y una punta muy afilada. Mi madre llora junto a la puerta con las manos en las orejas y, de repente, a mi lado, Vinod se lanza contra mi padre, intentando quitarle el bambu, y mi padre, con un codazo, catapulta a mi hermanito al otro extremo de la habitacion mientras mi madre se precipita. Desde donde estoy no veo la cara de Anil, pero recuerdo que se somete a la voluntad de mi padre y que el unico llanto que oigo es el de mi madre, primero, y luego el de Vinod, y que el, mi hermano mayor, no llora.

Tiempo despues, cuando yo ya era un adulto, mi padre habia muerto y mi hijo era un adolescente, le conte esta historia a mi madre. Ella ponia en duda que ese recuerdo fuera mio, pues yo era muy pequeno, decia, apenas cuatro anos. Mi madre pensaba que yo debia de haber escuchado la historia de boca de Anil, pero yo se que ese es mi primer recuerdo del campamento de Mapou. Esa escena en la que yo ejerzo de espectador y en la que mi hermano pequeno, que tiene tres anos, acude en defensa de Anil cuando deberia haber sido yo quien lo hiciera. Yo. Cuando vuelvo a ese primer recuerdo de mi vida, tengo tambien la impresion de que me mantengo al margen porque me siento culpable de algo, porque soy yo el que tendria que estar recibiendo los bastonazos y no Anil. Es curioso, recuerdo el color de la tierra del campamento, el modo en que soltaba ese polvo acre, recuerdo la lluvia, recuerdo la montana, al final del campamento, junto al rio, esa masa negra que se recortaba contra el cielo de noche y nos tapiaba las estrellas. Recuerdo todo eso, pero no me acuerdo de lo que hice ese dia para que Anil se llevara esa somanta.

De pequeno, yo era debil. De los tres hermanos, era yo el que mas miedo tenia, el que siempre estaba algo enfermo, al que mas se protegia del polvo, de la lluvia, del barro. Y sin embargo, fui yo quien sobrevivio en Mapou.

Entre nuestras numerosas tareas en el campamento, de la que nunca nos escaqueabamos era del transporte de agua. El rio corria a unos centenares de metros del campamento y nosotros sabiamos que, a diferencia de los demas ninos del lugar, teniamos suerte. Algunos acompanaban a su padre a la plantacion, otros tenian que cavar y mantener trincheras para evacuar el agua en prevision del proximo diluvio, pero nosotros ibamos al rio.

Al final del campamento, habia un bosquecillo que atravesabamos por un sendero apenas trazado en la espesura. Anil encabezaba la marcha, Vinod la cerraba y yo, una vez mas, era el mas protegido de los tres. Ese sendero me parecia maravilloso. Por el camino habia fresas silvestres, y en verano las mas maduras engordaban en los arbustos. Las mariposas se posaban muy cerca y nosotros nos deteniamos para observarlas, maravillados por sus colores entremezclados, y estoy convencido de que, en esos momentos, todos sonabamos con transformarnos en mariposa: vestirnos de colorines, batir las alas y echar a volar.

Anil siempre caminaba con un baston torcido hacia arriba en forma de U, en cuyo hueco dejaba a veces descansar la mano. Era una rama de alcanforero que al principio olia mucho pero que, al final, acabo convertida en un sencillo baston de crio. Mi hermano mayor azotaba las hierbas que tenia delante para alejar a las culebras que tanto nos asustaban a Vinod y a mi. Anil adoraba ese baston. Era, a fin de cuentas, lo unico que de verdad le pertenecia, algo que no tenia que compartir con nadie, que no representaba un peligro ni un objeto de codicia y que, por consiguiente, nadie podia reclamarle.

Escuchabamos el rio antes incluso de verlo, y a veces, en ese preciso momento, Anil se daba la vuelta para sonreirnos con dulzura y yo me contenia para no ponerme a correr y a saltar. Ibamos a una hora en la que estabamos seguros de no encontrar a nadie. Se trataba de un rio que bajaba de la montana, y yo, aunque era pequeno, me daba cuenta de la pureza de sus aguas, procedentes de las alturas, puede incluso que de las nubes, y que eran de una claridad cegadora y de un sabor, segun Vinod, algo dulzon. Ese rio era nuestro eden, y pasabamos del infierno de nuestro campamento al paraiso por ese bosquecillo que atravesabamos de manera ceremoniosa practicamente a diario.

Teniamos, entre los tres, seis cubos que llenar, y retrasabamos todo lo que podiamos el momento de regresar al campamento. Atrapabamos los pececillos que intentaban nadar contra la corriente, nos contemplabamos en el agua y aun hoy dia, cuando pienso en mis hermanos, veo nuestros tres rostros reflejados en el rio, algo borrosos a causa de las ondas en la superficie del agua: Anil a mi izquierda, Vinod a mi derecha, y nos parecemos mucho con el cabello moreno mal cortado, los ojos hinchados por el polvo, el cuello flaco, unos dientes que parecen demasiado grandes para nosotros, pues tenemos las mejillas muy hundidas, y esa manera tan nuestra de mirarnos unos a otros y echarnos a reir.

Anil era quien daba la senal de partida y los demas no la discutiamos. Llenabamos los cubos hasta el borde y emprendiamos el regreso, que era mucho menos agradable que la ida. Anil nos habia ensenado a caminar con ligereza, para derramar la menor cantidad de agua posible. Las asas de hierro se nos clavaban en la palma de la mano y nosotros apretabamos los dientes. Anil se ponia el baston bajo el brazo y nunca lo dejaba caer.

Cuando mi madre volvia de trabajar, la casa tenia que estar limpia, la tierra frente a la puerta recogida de la mejor manera posible, el agua en la barrica, los troncos alineados para el fuego, los hatillos de hojas secas bien atados y nosotros bien sentaditos. Se hacia pronto de noche, los hombres regresaban de la plantacion y empezaba entonces otra vida para nosotros y para nuestra pobre madre, una vida llena de gritos, de hedor a alcohol y de sollozos.

Todos los hombres del campamento bebian. No se ni donde ni como compraban la bebida, pues nadie alli podia comer hasta saciarse. Tragabamos un pan insipido que nuestras madres cocian, hierbas machacadas, a veces legumbres, y bebiamos a diario un te demasiado hervido. Mi padre no era ni mejor ni peor que los demas. Berreaba cosas que no entendiamos, cantaba canciones que su lengua pesada y cargada de alcohol hacia incomprensibles y nos llevabamos algun que otro sopapo si no le seguiamos la corriente. A menudo acababamos fuera, abrazados a mi madre, y no eramos la unica familia en semejante situacion.

?Que mas decir de esas noches en el campamento? Yo no tenia la impresion de ser mas desdichado que los demas, mi universo empezaba y terminaba aqui; para mi, el mundo estaba hecho asi, con padres que trabajaban de la manana a la noche y que volvian a casa, borrachos, para emprenderla con su familia.

Cuando cumpli seis anos, mi padre me envio a la escuela. A ella solo acudian cuatro ninos del campamento, y para nosotros, los tres hermanos, la escuela era, junto con el rio y los vapores de la fabrica, otra vertiente del paraiso. Pero mi padre habia decidido matricularme a mi solo, sin Anil y sin Vinod, y ese constituia el peor castigo posible. Llore, berree, grite, me daban lo mismo los golpes de bambu, las bofetadas y las amenazas de mi padre; y, por encima de todo, era insensible a las suplicas de mi madre, quien me miraba con sus ojos humedos y me decia, Raj, te lo suplico, hazlo por mi, ve a la escuela.

En esa epoca, los ninos nunca se salian con la suya. Con lo que, evidentemente, acabe yendo a la escuela. Solo habia dos clases, una para los pequenos, para los principiantes como yo, y otra para los que, en teoria, sabian leer, escribir y contar. Me dieron una pizarra sobre la que podia escribir con tiza, y debo confesar que mi inmensa pena se vio atenuada por ese mundo desconocido que representaban la escuela y la instruccion. Salia de casa a las siete de la manana y mis dos hermanos me acompanaban hasta el final del campamento, junto a la montana. Tenia que rodear la plantacion, pues las aulas estaban algo alejadas de la fabrica. A veces, durante el trayecto, que duraba una buena media hora, me imaginaba que ibamos los tres de camino a la escuela y que ante nuestros ojos pronto se extenderian las cartulinas en las que el mundo nos seria explicado, dibujado y escrito. En una de ellas habia un hombre vestido con un pantalon y una camisa de manga corta que tenia el cabello moreno y ondulado, un rostro agradable y una sonrisa. En la parte de abajo de la cartulina, la palabra PAPA. Anil y Vinod podrian creer entonces lo que yo les contara: los padres del mundo no se parecian ni a los del campamento ni al nuestro.

Mis hermanos se las apanaban para esperarme por la tarde en vistas a ir juntos al rio, pero, con mucha frecuencia, yo iba a parar a un campamento vacio cuya fealdad se me aparecia de golpe en toda su magnitud. En esos momentos solo tenia un deseo: ocultar la cabeza entre las manos y llorar. Comparaba esa imagen con la de la cartulina CASA, una cosa hermosa, blanca, con el tejado azul, limpia, impermeable a la lluvia, solida, de lo mas

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