acto. Pero no, ella me cogia del brazo y me empujaba, tronchandose de risa, hacia la puerta. Invariablemente, al llegar al patio, me volvia hacia su apartamento y ahi estaba ella, en el balcon, sonriendo, con una mano haciendo de visera y la otra saludandome, y se me encogia el corazon de una manera brutal. Volvia a verla en nuestra casa del bosque, con los hombros erguidos como si esperara una nueva sesion de golpes, volvia a verla con sus mejunjes, sus pociones y sus formulas magicas. Volvia a verla caer, deslomada por mi padre, y sentia de nuevo su peso en mis manos, repentinamente. Volvia a verla con la cotorra roja y oia su carcajada ante David. Pensaba de nuevo en esos largos meses en los que, de dia y de noche, me frotaba las piernas para curarme. Y ahi, esa mujercita sonriente en el balcon, a pleno sol, era ella y al mismo tiempo no lo era; y, en el camino de regreso, siempre acababa llorando, llorando por la ilusion de esa tranquilidad final, llorando por esas cosas que llegan demasiado tarde como para poder borrarlo todo.
?Pensaria mi madre, durante sus ultimos anos, en la muerte como yo pienso en ella ahora? Como ese gran torbellino que ha ido llevando a cabo su mision a mi alrededor, lentamente, tragandose uno a uno a Anil, Vinod, David, mi padre, mi mujer, mi madre.
Un dia le pregunte si sabia quienes eran las personas de la carcel de Beau-Bassin. Me respondio que la gente decia que se trataba de emigrantes europeos cuyo barco se habia quedado varado en la isla mientras iban hacia Australia.
– ?El no te explico nada?
Ese pronombre, «el», llego muy tarde a las conversaciones entre mi madre y yo. Antes creo que le llamaba «padre», pero nunca «papa».
– No. El no me hablaba de su trabajo.
– ?Sabias que en esos momentos habia una guerra en Europa?
– Si, lo sabia. En Mapou habia hombres que se habian alistado en el ejercito. Se ganaban mejor la vida con un fusil que con la hoz de cortar cana, ?sabes? Tenian ropa, tenian comida y podian enviarle dinero a la familia.
– ?Asi que estabas al corriente de la guerra? ?Y por que no me lo dijiste nunca?
– Pues no se. No se me ocurrio.
Yo habia pronunciado mi ultima frase de manera un tanto abrupta, aunque luego lo lamente, pues era evidente que ella tenia otras cosas en que pensar: en sus dos hijos muertos, en un marido violento, en ese hijo pequeno, taciturno y agreste.
Cuando la carcel de Beau-Bassin se vacio, cuando por fin volvi al colegio, nunca hable con nadie de David. Nunca hice preguntas, nunca conte lo que me habia pasado, nunca grite de dolor, me limite a levantarme y a seguir con mi vida. Cuando mi madre me pregunto adonde pensaba ir con David, le respondi: a Mapou para ver a Anil. Ella me dijo amablemente una frase reservada a los ninos, Anil esta en el cielo, y me hizo prometer que no volveria a irme de esa manera. Yo ya no queria ver de nuevo a Anil porque, por extrano que pudiera parecer, ahora que David se habia ido, tenia la sensacion de que Anil tambien estaba muerto y enterrado.
Cuando iba a la escuela y caminaba en el frescor de la manana, mientras el rocio brillaba en la hierba y reinaba el silencio, yo notaba el vacio en mi interior. Recupere la costumbre de colarme en agujeros, a hundir la cabeza en la tierra, a camuflarme entre los arbustos y a subirme a los arboles para esconderme. Me acercaba a la prision y me tiraba horas vigilando aquel patio vacio, sucio y abandonado. Solo ahi, en el lugar en que vi a David por primera vez, solo ahi me permitia llorar. Al igual que la carcel de Beau-Bassin, tambien mi vida estaba vacia y volvi a hablar solo, a contarles cosas a mis hermanos, a David. Cuando cerraba los ojos, Anil, Vinod, David y yo formabamos una fraternidad indivisible, y a veces, en suenos, parte de mi cabello era rubio.
Paso el tiempo. Mientras el bosque se espesaba de nuevo cada invierno y los frutos se llenaban de zumo cada verano, yo crecia. A veces sacaba del escondite del armario la cadena de David. Me la ponia alrededor de los dedos como si fuera un rosario, cerraba los ojos y regresaba a mi la certeza de mi amistad con David.
En 1950, yo tenia quince anos y habia obtenido aquella famosa beca de la que la senorita Elsa le habia hablado a mi madre. Desde hacia un ano, le sacaba a mi padre una cabeza; por las mananas sentia una especie de colera reprimida, pero no le decia nada a mi madre. Ella daba vueltas a mi alrededor, la pobre, preparandome el te, el bocadillo, estaba orgullosa de mi, ya no tenia tanto miedo, me veia partir y yo ni le dedicaba una mirada. Por el camino, a veces, cogia una piedra y la lanzaba a lo lejos, al frente o al bosque, y luego cogia otra, y una tercera, y una cuarta, y no paraba de tirar piedras mientras la colera me subia a los ojos, pegaba un grito con cada pedrada, un grito a medio camino entre el sollozo y el grunido propio del esfuerzo, hasta que me quedaba sin piedras. Si me daba por recoger un palo, cualquier palo, uno de esos gestos automaticos que todos hacemos al andar, me acordaba de pronto y rompia el baston contra un arbol, contra el suelo, lo destrozaba y lo machacaba hasta que se me deshacia en la mano dejandomela llena de astillas y aranazos. En el colegio, me encogia de hombros, no hablaba, daba miedo con la manera que tenia de apretar la mandibula y contener la respiracion hasta que las venas del cuello y de la frente se me hinchaban. A veces, los punos me picaban y tenia que aplastarlos contra una mesa, una pared, un tronco de arbol o, una o dos veces, contra la cara de alguien. Aplacaba la tristeza y los recuerdos con la ira. En las escasas ocasiones en que me paraba a pensar en lo que hacia, en lo que me estaba convirtiendo -esa manera que tenia de no mirar a mi madre, de caminar a zancadas, de girar la cabeza con rapidez, de gesticular con brusquedad, de dejarme ir, de apretar los punos, de no hablar, de pegar a ciegas-, era plenamente consciente de a quien me parecia. Y ese pensamiento, esa evidencia de que, a fin de cuentas, yo no era mas que el hijo de mi padre, me daba ganas de suicidarme y me hacia lamentar, una vez mas, que de todos esos hombres buenos y justos en que se habrian convertido Anil, Vinod y David solo yo hubiera sobrevivido. Estoy convencido de que habria acabado haciendo alguna tonteria, no se exactamente que, zurrarle la badana a alguien en serio, pegarme con mi padre, arrojarme al mar, que mas da, seguro que podria haber acabado muy mal, como suele decirse en estos casos.
Pero tuvo lugar aquel curso de historia. Yo tenia quince anos y, durante una semana, de diez a doce de la manana, el profesor, un tipo algo pedante con nombre de flor, aunque no recuerdo exactamente cual, nos hablo de la Segunda Guerra Mundial. Estabamos en 1950 y, por increible que hoy pueda parecer, era la primera vez que yo oia hablar de ella. El hombre habia desplegado un gran mapa con flechitas clavadas para indicar los asaltos, las invasiones, los v desembarcos. Luego hablo de los judios. ?Como explicar lo que senti cuando aquel profesor se puso a hablar de pogromos, de estrellas amarillas, de campos de exterminio, de camaras de gas? Estaba horrorizado ante lo que descubria y, al mismo tiempo, por primera vez en muchos anos, me sentia feliz: David habia regresado. Me levantaba por la manana pensando en mi amigo. Pensaba en la manera en que realizaba sus saltos de longitud, en el modo que tenia de caminar de soslayo. Eso me entristecia, pero tambien me hacia sonreir y olvidarme de tirar piedras, romper palos y meterme con los demas alumnos. Pensaba de nuevo en mis noches en la carcel, en los cantos de la prision, en mi madre y en la cotorra, y todos esos recuerdos me hacian compania.
Esperaba que el profesor hablase de una vez de quienes estaban en Beau-Bassin y de los que mi madre me dijo que habian tomado un barco. ?Y si en alguna parte, aqui mismo, habia sucedido aquello de lo que hablaba el profesor? Esas cosas horribles, esas chimeneas como las de Mapou en las que, en vez de canas crepitando en el fuego, habia hombres, mujeres y ninos. Me retorcia en la silla de puro nerviosismo. El viernes, cuando el profesor anuncio que la semana siguiente hablaria de Napoleon Bonaparte, levante la mano. Debo decir que en esa epoca los alumnos no hablaban mucho, solo cuando se les preguntaba algo.
– Dime, Raj.
– Senor, ?podria hablar de los judios que llegaron aqui?
– ?Perdon?
– ?Seria tan amable de hablarnos de los judios que llegaron aqui?
– Pero si aqui no hubo judios. ?De donde sacas eso? ?Como crees que podrian haber venido desde Europa? ?Nadando?
No se quien empezo a reirse primero, cosa que, a fin de cuentas, carece de importancia. Me volvi a sentar mientras la clase y hasta el profesor se partian de risa. Que los demas se burlaran de mi durante mucho tiempo, que a la siguiente semana el profesor me preguntara, con gran regocijo del alumnado, si creia que Napoleon habia estado en la isla, todo eso no tenia ninguna importancia. Lo relevante era que mi colera habia desaparecido, que finalmente el pequeno Raj que yo habia sido no estaba del todo muerto; que digan lo que quieran, que crean lo que les plazca, nunca nadie me quitara la intima conviccion de que, en cierta medida, David regreso para devolverme al recto camino, y que el fue, a lo largo de mi vida, mi angel de la guarda.
Tuve que esperar hasta 1973 para saber como llegaron a la isla los judios de Beau-Bassin.