estas memorias 'preventivas'».

Dado que las leyes de Nueva York prohiben que los delincuentes obtengan retribucion economica de la publicacion del relato de sus crimenes, todos los beneficios que se obtengan de la venta de las memorias de Plunkett iran destinados a las familias de las victimas. «En realidad, Martin insiste en que asi se haga», subrayo Alpert.

Los cuerpos de policia de todo el pais han expresado ya un gran interes en leer, desde un enfoque puramente «forense», el manuscrito que prepara Plunkett. Consideran que puede ayudarlos a arrojar luz sobre asesinatos sin resolver que hubiese cometido el propio Plunkett (de quien varios agentes del FBI sospechan que tal vez se trate de un asesino en serie que actua desde hace anos). Como parte de «un acuerdo reciproco beneficioso para ambas partes», Alpert ha accedido a entregar «informacion relevante respecto a casos abiertos», a cambio de «documentos oficiales de la policia que ayuden a Martin a desarrollar la narracion de su libro».

La obra, sin titulo todavia, sera subastada cuando este concluida.

I. Los Angeles

1

El calculo de Dusenberry se quedaba corto y la metafora de la piedra del alcaide Warden Wardlow acertaba solo en parte. Los objetos inanimados pueden sangrar pero, para que se lleve a cabo una transfusion, la efusion debe ser autorizada por la volicion mas profunda y logica del objeto. Incluso Milt Alpert, ese decente marchante de literatura basicamente honrado, ha tenido que argumentar el anuncio de nuestra colaboracion con esloganes cargados de justificaciones y con palabras que nunca he pronunciado. No acepta el hecho de que ganara el diez por ciento de un discurso de despedida sangriento. Le resulta incomprensible que no sienta remordimiento ni desee la absolucion.

Una persona en mi situacion con mas vision de futuro aprovecharia esta oportunidad narrativa y la utilizaria para la manipulacion de los profesionales de la salud mental y del estamento judicial liberal, gente proclive a una vision barata de redencion. Como no albergo la menor esperanza de salir de esta carcel, no hare tal cosa pues, simplemente, seria una falta de honradez. Tampoco voy a presentar un alegato psicologico, yuxtaponiendo a mis acciones el supuesto caracter absurdo de la vida norteamericana del siglo XX. Me he sometido voluntariamente a la baqueta del silencio y, al crear mi propia realidad envasada al vacio, he sido capaz de existir fuera de las influencias ambientales ordinarias hasta un punto excepcional: el afan prosaico de crecer y ser norteamericano no arraigo en mi y muy pronto lo transforme en algo mas. Asi, me reafirmo en mis acciones. Solo son innatas para mi.

Aqui, en mi celda, tengo cuanto necesito para que mi discurso de despedida cobre vida: una excelente maquina de escribir, papel en blanco y documentos policiales que me ha procurado mi agente. En la pared del fondo hay un mapa de Estados Unidos Rand-McNally y, junto a mi camastro, una caja de alfileres con la cabeza de plastico. A medida que este manuscrito vaya desarrollandose, marcare con los alfileres los lugares donde cometi algun asesinato.

Pero, por encima de todo, dispongo de mi mente, mi silencio. En el marketing del horror existe una dinamica: ofrecelo en una hiperbole recargada que distancie a la vez que horrorice; luego, enciende las luces, literales o figuradas, inspirando gratitud por el fin de una pesadilla que, de entrada, era demasiado horrible para ser cierta. No seguire esa dinamica. No permitire que me compadezcais. Charles Manson, parloteando en su celda, inspira compasion; Ted Bundy, proclamando su inocencia a fin de atraer correspondencia de mujeres solitarias, merece desprecio. Yo merezco temor y respeto por seguir integro al final del largo camino que estoy a punto de emprender. Y, habida cuenta de que la fuerza de mi pesadilla prohibe que se acabe, me lo concedereis.

2

Las guias presentan una falsa imagen de Los Angeles como una amalgama de playas, palmeras y cine, todo ello besado por el sol. El establishment literario intenta en vano traspasar esta fachada y muestra la cuenca de L. A. como un crisol de kitsch desesperado, ilusion violenta y demencia religiosa de todos los pelajes. Las dos descripciones contienen elementos de verdad segun la conveniencia de cada cual. Es facil amar la ciudad a primera vista y aun mas facil odiarla cuando vas descubriendo la gente que vive en ella. Pero, para conocer L. A. a fondo, tienes que proceder de los barrios, de los enclaves de la ciudad interior que las guias no mencionan y que los artistas descartan en su afan por pintarla a trazos gruesos y satiricos.

Estos enclaves requieren ingenio; no revelan sus secretos a los observadores, sino solo a los residentes inspirados. Yo preste tan implacable atencion a mi territorio de juventud que este me correspondio plenamente. No habia nada de aquella tranquila zona en las afueras de Hollywood que yo no conociera.

Beverly Boulevard al sur; Melrose Avenue al norte. Rossmore y el Wilshire Country Club marcaban el limite oeste, una linea de demarcacion entre el dinero y el mero sueno de tenerlo. Western Avenue y su profusion de bares y licorerias montan guardia en la frontera oriental y mantienen a raya los indeseables distritos escolares, mexicanos y homosexuales. Seis manzanas de norte a sur; diecisiete de este a oeste. Casitas de madera y casas de estilo espanol; calles arboladas y sin semaforos. Un edificio de apartamentos que, se rumoreaba, estaba habitado por prostitutas e inmigrantes ilegales; una escuela primaria; la discutible presencia de un picadero al que los jugadores del equipo de futbol de la U. S. C. iban con chicas para ver viejas peliculas porno de los cincuenta. Un pequeno universo de secretos.

Yo vivia con mis padres en una miniatura de color salmon de Santa Barbara Mission, dos plantas, una azotea de tela asfaltica y una falsa campana de iglesia. Mi padre era delineante en una empresa aeronautica y apostaba con prudencia: normalmente, ganaba. Mi madre trabajaba en una empresa de seguros y pasaba las horas libres contemplando el trafico de Beverly Boulevard.

Ahora me doy cuenta de que mis padres tenian unas vidas mentales furiosas, y furiosamente separadas. Estuvieron juntos durante mis primeros siete anos de vida y recuerdo que muy pronto llegue a la conclusion de que eran mis custodios y nada mas. Al principio tome su falta de afecto, hacia mi y entre ellos, como libertad: su aproximacion eliptica a la condicion de padres se me aparecia nebulosamente como un abandono que podia utilizar a mi favor. Carecian de la pasion necesaria para maltratarme o para amarme. Hoy se que me armaron con tanta brutalidad infantil como para abastecer un ejercito.

A principios de 1953, las sirenas de alarma de ataques aereos distribuidas por todo el barrio se dispararon de forma accidental y mi padre, convencido de que se avecinaba un ataque ruso con bombas atomicas, nos llevo a mi y a mi madre a la azotea para esperar la llegada de la Gran Explosion. No se olvido su petaca de bourbon porque queria brindar por el hongo atomico que, segun el, se alzaria sobre el centro de L. A. y, cuando la Gran Explosion no se produjo, termino borracho y decepcionado. Mi madre hizo una de sus contadas intervenciones orales, en esta ocasion para aplacar la depresion de su marido porque el mundo no iba a reventar. El levanto la mano para pegarle, pero titubeo y termino de apurar la petaca. Mi madre se marcho abajo y se sento en su silla de mirar el trafico, y yo empece a hojear libros de ciencia en la biblioteca. Queria ver que aspecto tenian los hongos atomicos.

Esa noche marco el principio del fin del matrimonio de mis padres. La alarma de ataque aereo propicio un auge de los refugios antiatomicos en el barrio y mi padre, disgustado con tanta obra en los patios traseros, se aficiono a pasar los fines de semana en la azotea, donde bebia y observaba el espectaculo. Lo vi cada vez mas enfadado y quise aliviar su dolor, para que no fuese tanto un observador reprimido. No se como, se me ocurrio darle el tirachinas de acero inoxidable Wham-O que habia encontrado en el banco de la parada de autobus de Oakwood y Western.

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