sucedido la tuve de sensible. 'Vaya con Ross Anderson, chico. Mato a un antiguo colega en el cumplimiento del deber y aquello lo destrozo, pero se ha recuperado y ha llegado a sargento, a pesar de todo. El sargento Ross, que gran tipo.'

Levante las manos del colchon; las tenia entumecidas de tanto apretar mientras Ross largaba su monologo. Deseaba apartarme de el y, con la vista fija en la pared, me movi un poco para evitar el contacto fisico. El regusto que me dejo su relato me afecto por oleadas, un ponche progresivo -uno, dos, tres- de inexperiencia, alarde y pose. Me di cuenta de que faltaba algo fundamental, pero lo deje de lado y, cuando Ross me dio un codazo y me dijo: «?Que?», yo tambien expuse mi relato mortifero.

Sin embargo, no hable de las muertes en si.

De lo que hable fue de los largos, pequenos momentos intercalados entre ellas; de las temporadas en que cumplia la ley y que resultaban incriminatorias a mi propio corazon; de la condena autoimpuesta al movimiento constante, a cambiar de ciudad y alquilar habitaciones de hotel y apartamentos para parecer normal, cuando me habria bastado con dormir en el Muertemovil; de la dudosa fama de salir mencionado en revistas de detectives escritas por semianalfabetos; de despistar a la policia con pistas autoincriminatorias, como sustitutivo de quinta categoria de un Martin Plunkett anunciado en rotulos de neon por todo el mundo; de ser relegado a estupidos titulos aliterativos como el Rebanador de Richmond, el Asesino de Aspen o el Carnicero de Carson City; de sentir las pesadillas siempre ahi, detras de la excitacion, esmaltadas en el neon en el que deberia estar escrito mi nombre.

Me interrumpi cuando el discurso empezo a parecer una gigantesca genuflexion ante la elegancia propia de modelo masculino de Ross Anderson. Me volvi a mirarlo y senti el impulso de estropear su belleza, de grabar mi nombre en su cuerpo para que el mundo lo viera. Entonces, el sonrio y me di cuenta del vigor de nuestros respectivos poderes: yo emasculaba con pistolas, cuchillos y mis propias manos; el era capaz de hacerlo con un guino o con una sonrisa. Me vino a la cabeza la parte de su relato que aun faltaba y le dije:

– ?Que hay de las chicas, de las morenas? Eso no me lo has contado.

Ross se encogio de hombros.

– No hay nada que contar. Despues de liquidar a Billy me di cuenta de lo mucho que me gustaba el deporte de la sangre. Siempre me han gustados las morenas jovencitas y el deporte es el deporte.

– Pero ?por que?

– No lo se. La suerte quedo echada en algun momento y la verdad es que pensar en ello me aburre. Manzanas y naranjas. A ti te van las rubias, a mi las morenas; a ese tipo al que pillaron el ano pasado, el Pistolero de Pittsburg, le gustaban las pelirrojas. Como decian en los sesenta, «cada uno a su bola».

Me acerque mas a Ross; mis zapatos de trabajo rozaron sus botas de patrullero, lustrosas e inmaculadas.

– ?Podrias cambiar…?

Me interrumpio a media frase con un guino:

– Que si podria variar mi modus operandi? Claro. Si quieres rubias, te dare rubias. Dentro de poco tengo que desplazarme por trabajo. Dentro de un mes empieza a buscar en los periodicos del Este.

– ?Que?

De nuevo, el guino; un guante de terciopelo que suavizaba cualquier posible cuestion.

– Ya he hablado suficiente. Escucha, Martin, en realidad, esta habitacion es mia. La tengo para los turnos largos y las nevadas como esta. Puedes quedarte si quieres, pero solo hay una cama.

Sopese su mirada y llegue a la conclusion de que estaba hablando de camaraderia y estilo, no de lo que se entiende normalmente. Me descalce y me tendi en el lecho; Ross se quito el cinturon del arma y lo colgo en torno a la cabecera, a pocos centimetros de mi cabeza. Se tendio al lado, apago la luz y parecio quedarse dormido en cuanto se hizo la brusca oscuridad. El agotamiento me invadio y, cuando el dia mas increible de mi vida concluia ya, tuve miedo y acaricie las cachas de la 38, aliviado al saber que podia asesinar al asesino que yacia junto a mi.

Asi tranquilizado, me dormi.

Al cabo de unas horas el sol y el ruido de maquinaria pesada me despertaron de un sueno sin pesadillas. De inmediato, palpe la cama para ver si estaba Ross y, al encontrarla vacia, me incorpore de un salto. Me disponia a echarme agua fria en la cara cuando aparecio en la puerta del lavabo con un pequeno revolver en la mano.

Me agarre al borde de la pileta, creyendo que me traicionaba, pero Ross me dedico una de sus sonrisas lascivas de adolescente y volteo el arma hasta que esta quedo con la empunadura hacia mi. Me la entrego y dijo:

– Smith & Wesson del 38 Special. Un arma util y fiable, muy fria. No iba a dejar que te marcharas desarmado, ?verdad? El sargento Ross, que gran tipo.

Abri el tambor del arma, vi que estaba cargada y la guarde en el bolsillo trasero. No podia darle las gracias, pues habria sonado condescendiente, de modo que pregunte:

– ?Las carreteras estan despejadas?

– Las estan abriendo ahora. Deberias tener paso libre hacia mediodia.

Me quede pensando en las fotos recompuestas y pegadas con cinta adhesiva y en mi Magnum, sin saber que decir o que hacer. Como si estuviera leyendome la mente, Ross comento:

– Tus cosas estan seguras conmigo. Nunca te delatare, pero quiza te necesite algun dia y las pruebas materiales son un seguro.

Todavia resonaban en mis oidos las implicaciones del «te necesite» cuando Ross se inclino hacia delante y me beso en los labios. Yo le correspondi y note el sabor a cera de su bigote y el de cafe amargo de su lengua y, cuando el rompio el contacto y dio media vuelta para dirigirse a la puerta, me dejo acalorado y con ganas de mas. Entonces aun no sabia que ese beso me empujaria y me acosaria y me doleria y me motivaria durante los dos anos y medio siguientes de mi vida.

V. El rayo se dispersa

Del Milwaukee Tribune, 19 de febrero de 1979:

LA INVESTIGACION SOBRE

EL «MATARIFE DE MADISON» PIERDE FUELLE.

?ERA EL ASESINO UN HOMBRE QUE HA MUERTO?

Han transcurrido ya seis semanas desde que el Matarife de Madison, el violador y asesino que aterrorizo el territorio entre Janesville y Beloit durante los meses de diciembre y enero, se cobro su ultima victima.

La nevada manana del 4 de enero fue descubierto en un campo de coles proximo al limite de Illinois el cuerpo despedazado de Claire Kozol, de 17 anos, de Huyserville, Wisconsin. La habian violado, matado a golpes y descuartizado, exactamente igual que a Gretchen Weymouth, de 16, cuyo cuerpo fue descubierto a pocos kilometros de distancia, el 16 de diciembre, y a Mary Coontz, de 18, tambien de Huyserville, a quien encontraron en un parque de observacion de aves a las afueras de Beloit, el dia de Navidad. Las tres jovenes eran morenas, esbeltas y atractivas, y los psiquiatras forenses de la sede central de la policia estatal de Wisconsin, en Madison, se mostraron convencidos de que en el sur del estado actuaba un asesino psicopata muy motivado y excepcionalmente retorcido. El perfil psicologico elaborado por los peritos (basado en casos anteriores y en las pruebas materiales de las tres muertes) apuntaba que el asesino seguiria matando al mismo tipo de victimas con el mismo metodo hasta que lo capturasen o hasta que se suicidara.

Se asigno a la investigacion una brigada especial de veinte detectives de la policia estatal, a tiempo completo, que contaba con la colaboracion de las policias locales de Janesville y de Beloit. En prevision de otro inminente intento de asesinato, se establecieron complejos senuelos y trampas para cazar al asesino. La red se iba cerrando y la policia estaba segura de que el sanguinario criminal pronto caeria en ella.

Sin embargo, no ha sido asi, y no se han registrado mas muertes que encajen con el modus operandi del Matarife de Madison desde que se encontro el cuerpo de Claire Kozol, el 4 de enero. El sargento Ross Anderson,

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