– ??Eso?! -exclame, senalando una de las columnas.

– Es fruto de la naturaleza, debido a la erosion, pero muchas personas que lo ven creen que es una ciudad perdida, como Z.

En 1925, el doctor Rice habia visto riscos erosionados similares en Roraima (Brasil), y comento que parecian «ruinas arquitectonicas».'

Mientras regresabamos al vehiculo y poniamos rumbo al norte, hacia la selva, Paolo dijo que pronto averiguariamos si Z era un espejismo como aquel. En un momento dado, doblamos hacia la BR-163, una de las carreteras mas traicioneras de Sudamerica. Construida en 1970 por el gobierno de Brasil en un esfuerzo por acceder al interior del pais, se extiende a lo largo de mas de mil seiscientos kilometros, desde Cuiaba hasta el rio Amazonas. En nuestro mapa estaba catalogada como una carretera principal, pero casi todo el asfalto que recubria sus dos carriles habia desaparecido durante la estacion de lluvias, dando lugar a una combinacion de zanjas y hondonadas llenas de charcos. En ocasiones, nuestro chofer optaba por prescindir de la carretera y circular por las margenes rocosas y el campo, donde rebanos ocasionales se apartaban a nuestro paso.

Al franquear el rio Manso, donde Fawcett se habia alejado del resto del grupo y donde a Raleigh le habian picado garrapatas, no deje en ningun momento de mirar por la ventanilla, esperando ver los primeros indicios de una temible selva. Sin embargo, el paisaje se parecia al de Nebraska: llanuras perpetuas que se perdian en el horizonte. Cuando pregunte a Taukane donde estaba la selva, este contesto de forma natural:

– Ha desaparecido.

Instantes despues, senalo hacia una flota de humeantes camiones diesel que avanzaban en la direccion opuesta cargados con troncos de casi veinte metros.

– Solo los indios respetan la selva -dijo Paolo-. Los blancos la arrasan.

El Mato Grosso, prosiguio, estaba siendo transformado en tierras de cultivo, dedicadas en su mayoria a la soja. Tan solo en Brasil, el Amazonas ha perdido en las ultimas cuatro decadas unos setecientos mil kilometros cuadrados de su masa selvatica original, un territorio mas grande que Francia. Pese a los esfuerzos gubernamentales por reducir la deforestacion, en tan solo cinco meses del ano 2007 se destruyeron siete mil kilometros cuadrados, una region mas grande que el estado de Delaware. Infinidad de animales y plantas, muchos de ellos con grandes propiedades medicinales, han desaparecido. Dado que el Amazonas genera la mitad de su propia lluvia por medio de la humedad que se evapora a la atmosfera, la devastacion ha empezado a alterar la ecologia de la zona, contribuyendo a que se produzcan inundaciones que destruyen la capacidad de la selva para sustentarse. Y pocos lugares han sido tan arrasados como el Mato Grosso, donde el gobernador estatal, Blairo Maggi, es uno de los mayores productores de soja del mundo. «No siento la menor culpa por lo que estamos haciendo aqui -afirmo Maggi al The New York Times en 2003-. Estamos hablando de un territorio mas grande que Europa que apenas ha sido tocado, por lo que no hay nada en absoluto de lo que preocuparse.»2

El ultimo boom economico, mientras tanto, ha dado lugar a otro de los estallidos de violencia del Amazonas. El ministro brasileno de Transporte ha dicho que los madereros que transitan por la BR-163 emplean a «la mayor concentracion de trabajo esclavizado del mundo».3 Los indigenas a menudo son arrancados de su tierra, esclavizados o asesinados. El 12 de febrero de 2005, mientras Paolo y yo viajabamos a la selva, varios pistoleros, presuntamente al servicio de un ranchero del estado de Para, se enfrentaron a una monja estadounidense de setenta y tres anos que defendia los derechos de los indigenas. Mientras los hombres le apuntaban con sus armas, ella cogio su Biblia y empezo a leer el evangelio de san Mateo: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos seran saciados». Los pistoleros le descerrajaron seis disparos y dejaron su cuerpo tendido boca abajo en el barro.4

James Petersen, el prestigioso cientifico de la Universidad de Vermont que formo al arqueologo Michael Heckenberger y que fue de gran ayuda en la planificacion de mi viaje, me dijo en el transcurso de nuestra ultima conversacion, unos meses antes, que estaba emocionado porque tenia previsto ir al Amazonas para llevar a cabo una investigacion cerca de Manaos. «Tal vez pueda visitarme al volver del Xingu», me dijo. «Seria fantastico», le conteste. Pero pronto supe que en agosto, mientras cenaba con el arqueologo brasileno Eduardo Neves en un restaurante de un pueblo situado a orillas del rio Amazonas, un par de bandidos, que presuntamente trabajaban para un antiguo oficial de la policia, asaltaron el local con intenciones de robar. Uno de los ladrones abrio fuego y alcanzo a Petersen en el estomago. El cientifico cayo al suelo y dijo: «No puedo respirar». Neves le aseguro que todo iria bien, pero para cuando llegaron al hospital Petersen ya habia muerto. Tenia cincuenta y un anos.5

Desde la BR-163 viramos hacia otra carretera sin asfaltar en direccion al este, hacia el Puesto Bakairi. Pasamos cerca del rancho de Galvao donde Fawcett se habia alojado unos dias, y decidimos ver si conseguiamos encontrarlo. En las cartas, Fawcett habia dicho que en la zona era conocido como Rio Novo, y el nombre aparecia en varios mapas actualizados. Tras casi cuatro horas de traqueteos y sacudidas, encontramos una senal oxidada en un desvio de la carretera: «Rio Novo», con una flecha que senalaba a la izquierda.

– Mira eso -dijo Paolo.

Cruzamos un fragil puente de listones de madera que salvaba un rio. El puente crujio bajo el peso de la camioneta y nosotros miramos al torrente de agua que fluia quince metros mas abajo.

– ?Cuantas muias y caballos llevaba el coronel? -pregunto Paolo, tratando de imaginar a Fawcett cruzando aquel mismo puente.

– Alrededor de una docena -conteste-. Segun sus cartas, Galvao reemplazo a algunos de los animales mas debiles y le regalo un perro…, que al parecer volvio al rancho, varios meses despues de que Fawcett desapareciera.

– ?Volvio solo? -pregunto Paolo.

– Eso dijo Galvao. Tambien comento algo acerca de unos penachos de humo que vio en la selva, hacia el este, y que creyo que se trataba de alguna senal de Fawcett.

Por primera vez, penetramos en una franja de bosque denso. Aunque no se veia ningun rancho, llegamos a una cabana de barro con techo de paja. Dentro se encontraba un indio muy mayor, sentado en un tocon y con un baston de madera en la mano. Iba descalzo y solo llevaba unos pantalones polvorientos. De la pared que quedaba a sus espaldas colgaba la piel de un jaguar y una imagen de la Virgen Maria. Taukane le pregunto, en la lengua de los bakairi, si habia por alli un rancho conocido como Rio Novo. El hombre escupio al oir aquel nombre y agito el baston en direccion a la puerta.

– Por ahi -contesto.

En ese instante aparecio otro indio, mas joven, que se ofrecio a mostrarnos el camino. Volvimos a la camioneta y enfilamos un sendero cubierto de malas hierbas; las ramas restallaban contra el parabrisas. Cuando se hizo impracticable, nuestro guia salto del vehiculo y nosotros le seguimos por el bosque mientras el cercenaba las enredaderas y las lianas con un machete. En varias ocasiones alzo la vista, escruto las copas de los arboles y dio varios pasos hacia el este o hacia el oeste. Finalmente se detuvo.

Miramos a nuestro alrededor: no habia nada salvo un muro gigante de arboles.

– ?Donde esta Rio Novo? -pregunto Paolo.

Nuestro guia alzo el machete sobre su cabeza y lo arrojo al suelo. La hoja topo contra algo duro.

– Justo aqui -contesto.

Bajamos la mirada y, para nuestra sorpresa, vimos una hilera de ladrillos resquebrajados.

– Aqui es donde estaba la entrada de la finca -dijo el guia, y anadio-: Era muy grande.

Nos desplegamos por el bosque en busca de indicios de la gran hacienda de Galvao. Empezo a llover de nuevo.

– ?Aqui! -grito Paolo.

Estaba a unos treinta metros, de pie, junto a una pared de ladrillo envuelta en plantas trepadoras. La selva habia devorado el rancho en apenas unas decadas, y yo me pregunte como podrian sobrevivir los restos de civilizaciones ancestrales en un entorno tan hostil. Entonces comprendi que era posible que sencillamente desaparecieran.

Cuando volvimos a la carretera, empezaba a anochecer. Con la emocion del momento habiamos perdido la nocion del tiempo. No habiamos comido nada desde las cinco y media de la manana y tampoco llevabamos nada en la camioneta, salvo una botella de agua recalentada y unas galletas saladas. (En etapas previas del viaje

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