dejaba a Hillary por Geneva y fastidiaba las elecciones del 96. Hillary se trasladaba a El Monte y empezaba a follar con Jim Boss Bennett. Chelsea Clinton ligaba clientes detras del Desert Inn. El Hombre Moreno era un pez gordo del movimiento antiabortista. La Rubia tenia un hijo extraconyugal de Newt Gingrich.

Bill paso una semana con su familia. Yo pase una semana con Helen. Dejamos el caso en suspenso, temporalmente. Me entro el sindrome de ausencia de asesinatos. Hable con el jefe de la Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff y me dejo participar activamente en algunos operativos.

Llevaba un busca. Me llamaron y me condujeron a las escenas de un par de crimenes. Me encontre con dos asesinatos cometidos por bandas callejeras. Vi manchas de sangre y agujeros de bala y familias dolientes. Tuve ganas de escribir un ensayo para una revista. Queria confrontar aquel nuevo horror mecanicista con mi antiguo horror sexual. Las ideas no cristalizaron. Las dos victimas eran varones.

Observe los restos de masa encefalica esparcidos en el suelo y vi a mi madre en King's Row. Vi al hermano de uno de los pandilleros muertos y vi a mi padre tranquilo y satisfecho en la comisaria de El Monte. La vieja Brigada de Homicidios de la Oficina del Sheriff constaba de catorce hombres. La actual era una division completa. En 1958 se habian contabilizado cuarenta y tres homicidios en el condado de Los Angeles. El ultimo ano, la cifra habia ascendido a quinientos. Los miembros de la Brigada de Homicidios se llamaban a si mismos los Bulldogs. Sus oficinas parecian una autentica perrera llena de bulldogs. En todas habia insignias y adornos que lo atestiguaban. El lugar estaba a rebosar de papeles y documentos con los emblemas de los Bulldogs estampados en ellos. En la pared del fondo una gran placa recordaba, por sus nombres, a todos los detectives que habian trabajado en la Brigada.

Los nuevos Bulldogs eran de ambos sexos y de todas las razas. Estaban contra el asesinato sofisticado, contra la responsabilidad publica, contra la polarizacion racial, contra la superpoblacion y contra una jurisdiccion decadente. Los antiguos Bulldogs eran hombres, eran blancos y tenian botellas de licor en los escritorios. Las cosas les eran favorables. Se enfrentaban al asesinato vulgar en una sociedad estratificada y segregada. Todo el mundo los respetaba o temia. Podian emplear metodos coactivos impunemente. Podian mantener un esquema mental con dos mundos separados sin temor a que se superpusieran. Podian ocuparse de asesinatos en los barrios negros o de muertes violentas de inmigrantes ilegales en El Monte y volver a la seguridad de sus casas, donde guardaban a sus familias. Eran hombres brillantes, impulsivos y susceptibles a las tentaciones placenteras de su oficio. No eran pensadores prescientes ni futuristas desnutridos. No podian predecir que un dia su mundo seguro seria engullido por su mundo profesional. En 1958, los Bulldogs eran catorce. Ahora su numero ascendia a ciento cuarenta. El incremento de componentes indicaba que no habia donde ocultarse. La reducida cifra de entonces contextualizaba el horror que yo sentia en esa epoca. Implicaba que mi antiguo horror aun ejercia cierta influencia. Mi antiguo horror vivia en recuerdos previos a la tecnica. La Rubia se lo habia contado a alguien. Los chismorreos de taberna aun flotaban en el ambiente. Los recuerdos significaban nombres.

Las vacaciones terminaron. Helen se fue a casa. Bill y yo volvimos al trabajo.

El jefe Clayton nos proporciono algunos nombres. El director del museo de El Monte, tambien. Los buscamos. No aparecian por ninguna parte. Visitamos los dos bares de El Monte que se mantenian abiertos desde 1958. Por entonces eran tugurios de blancos pobres y racistas. Con los anos, se habian convertido en tugurios de hispanos. Habian cambiado de mano una docena de veces. Intentamos seguir el rastro de los propietarios hasta 1958, pero nos encontramos con registros y documentos perdidos, con nombres perdidos de los que nadie sabia nada.

Seguimos el rastro de los nombres por el valle de San Gabriel. La gente se trasladaba al valle y rara vez lo abandonaba para instalarse en otra parte. A veces se marchaban a poblaciones pestilentes, como Colton o Fontana. Siempre era yo quien conducia. Bill se habia jubilado por pasar demasiado tiempo en la carretera. Ahora yo lo «desjubilaba», lo que significaba que debia hacer de chofer y soportar sus insultos por mi impericia al volante.

Hablabamos. Le dabamos vueltas a nuestro caso hasta abarcar el mundo del delito en su totalidad. Recorrimos autovias y caminos secundarios. Bill senalo lugares ideales para arrojar un cadaver y me conto anecdotas de su oficio. Yo le hable de mis pateticas hazanas delictivas. El describio sus anos de patrulla con fervor picaresco. Los dos adorabamos la sobrecarga de testosterona. A los dos nos encantaban los cuentos de energia masculina sublimada. Ambos veiamos el mundo a traves de ella. Los dos sabiamos que aquello habia matado a mi madre. Bill vio la muerte de mi madre en todo su contexto, y eso le valio mi estimacion.

Todo el mes de enero llovio sin parar. Teniamos que esperar pacientemente en las horas punta y cuando topabamos con una carretera inundada. Estuvimos en el Pacific Dining Car y tomamos grandes bistecs para cenar. Charlamos. Empece a darme cuenta de lo mucho que ambos detestabamos la pereza y el desorden. Yo habia vivido en ellos durante veinte anos seguidos. Bill lo habia vivido no hacia mucho tiempo, como policia en activo. La pereza y el desorden pueden ser sensuales y seductores. Los dos lo sabiamos. Comprendiamos el tiron que producian. Tenia que ver con la testosterona. Uno debia controlarse, hacerse valer. Si se perdia el control, el tiron lo obligaba a capitular y a rendirse. El placer barato era una tentacion condenable. La bebida, la droga y el sexo sin orden ni concierto proporcionaban una version barata del poder al que uno se proponia renunciar. Destruian la voluntad de llevar una vida decente. Promovian el delito. Destruian los contratos sociales. La dinamica tiempo perdido / tiempo recuperado me lo enseno. Los estudiosos atribuian la delincuencia a la pobreza y el racismo. Tenian razon. Vi el crimen como una plaga moral concurrente cuyo origen era absolutamente empatico. El delito era energia masculina mal dirigida, un anhelo absoluto de rendicion extatica, un anhelo romantico fracasado. El delito era la pereza y el desorden del descuido personal a escala epidemica. El libre albedrio existia. Los seres humanos eran mejores que las ratas en sus reacciones a los estimulos. El mundo era un lugar jodido. Todos eramos responsables, en cualquier caso.

Yo lo sabia. Bill, tambien. El templaba su conocimiento con un sentido de la caridad mayor que el mio. Yo me juzgaba con dureza y traspasaba a otra gente los niveles de exigencia para conmigo mismo. Bill creia en la moderacion mas que yo. Y queria que hiciese extensivo a mi madre cierto sentido de tal moderacion.

Bill consideraba que yo era demasiado duro con ella. Le gustaba mi sinceridad de colega y le desagradaba mi falta de sentimentalismo materno filial. Comente que estaba tratando de mantener a raya su presencia. Desarrollaba un dialogo con ella. Basicamente, un dialogo interno. Mi actitud externa era de permanente critica y de valoracion falsamente objetiva. Ella cobraba plena fuerza dentro de mi. Me hostigaba y me tentaba. Me puse una bata blanca y me dirigi a ella publicamente, haciendome pasar por medico. Formule comentarios desconsiderados para provocar respuestas francas. Mantuvimos una relacion clandestina. Eramos como amantes ilicitos que vivian en dos mundos.

Sabia que Bill estaba enamorandose de ella. Y no era una cana al aire como la que habia echado con Phyllis Bunny Krauch, sino una fantasia de resurreccion. Tampoco era un juego, como su deseo de ver a Tracy Stewart y a Karen Reilly exhumadas, mas alla de su condicion de victimas. Estaba interesandose por los espacios en blanco de la pelirroja. Con el mismo interes que sentia por encontrar al asesino, Bill deseaba resolver los misterios del caracter de la victima.

Hablabamos. Perseguiamos nombres. Nos desviamos por tangentes antropologicas. Nos detuvimos en el aparcamiento del otro lado de la calle, frente al Desert Inn. Anotamos algunos nombres y seguimos el rastro de los diversos propietarios hasta remontarnos a 1958. El hijo del antiguo dueno, que tenia un concesionario Toyota, nos proporciono cuatro nombres. La pista de dos de ellos nos condujo al deposito de cadaveres y la de los otros dos a sendos establecimientos de coches usados, en Azusa y Covina. Bill tuvo el presentimiento de que el Hombre Moreno era un vendedor de coches. Seguimos aquel presentimiento durante diez dias seguidos. Hablamos con un monton de antiguos vendedores. Todos estaban fosilizados.

Ninguno de ellos recordaba el caso que nos interesaba. Ninguno se acordaba del Desert Inn. Ninguno habia asomado jamas la nariz por el Stan's Drive-In. No eran de fiar. Casi todos tenian pinta de autenticos desgraciados. Negaban haber frecuentado los bares de El Monte.

Hablabamos. Perseguiamos nombres. Rara vez nos salimos del valle de San Gabriel. Cada nueva pista, cada nueva sugerencia, nos conducia de vuelta alli. Me aprendi de memoria todas las rutas por autovia desde Duarte a Rosemead, a Covina y al norte, hasta Glendora, asi como las entradas y salidas de El Monte. Siempre pasabamos por El Monte. Era la ruta mas corta hacia las autovias 10 Este y 605 Sur. Aquella poblacion se nos hizo muy familiar. El Desert Inn se habia convertido en Valenzuela's. La comida era mala; los camareros, incompetentes. Era una sentina con una banda de mariachis. La repeticion me hizo aborrecer aquel tugurio. Perdio su encanto y su factor sorpresa. Dejo de existir para servirme de fondo en mis citas mentales con mi madre. En El Monte ya solo quedaba un campo de fuerza magnetico: King's Row por la noche.

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