con cuidado lo acabaria descubriendo. Cuando hizo la solicitud de matricula en la Universidad de Manchester, sencillamente llamo a UCLA como John Barron y pidio una copia de su expediente academico. Cuando le llego, escaneo las paginas en un disquete, lo metio en su ordenador y luego cambio el nombre de John Barron a Nicholas Marten, las imprimio y las mando. Nadie puso nunca en duda aquellas paginas, y el tema no habia salido hasta ahora.

– UCLA -dijo-. Fue entonces cuando veia a Dan Ford muy a menudo y cuando conoci a Halliday.

– UCLA, es decir, la Universidad de California en Los Angeles.

– Si.

– No lo habia dicho antes.

– No me habia parecido importante.

La mirada de Kovalenko se poso en Marten y se quedo alli un instante, sondeando. Pero Marten no le desvelo nada y el volvio a mirar hacia la carretera.

– Le cambio una verdad por otra, senor Marten. Tiene que ver con Peter Kitner. Tal vez luego entendera lo que percibe usted como mi preocupacion por Alexander Cabrera y por que no habria sido prudente por mi parte dejarlo a usted con el inspector Lenard.

70

Paris, la casa del numero 151 de la avenue Georges V, a la misma hora

La gran duquesa Catalina Mikhailovna se toco el pelo y sonrio con seguridad mientras esperaba que el fotografo oficial tomara su foto. A la izquierda tenia a su hijo, el gran duque Sergei; a la derecha, al principe Dimitri Vladimir Romanov, un hombre de setenta y siete anos de pelo gris, bigote y porte regio, en cuya magnifica mansion se celebraba la reunion de esa noche y que era el principal rival a la Corona.

Detras del joven fotografo podia ver a su madre, la gran duquesa Maria Kurakina, y detras de ella las caras de los otros Romanov reunidos en el salon de techos altos del principe Dimitri: treinta y tres hombres y mujeres maduros, elegantemente vestidos y con un orgullo desafiante de una docena de paises distintos y que representaban las cuatro ramas de la familia. Ninguno de ellos habia dejado que el tiempo se interpusiera en su viaje, y ella tampoco habria esperado que asi fuera. Eran miembros importantes de la familia imperial y del alma rusa; fuertes, nobles y rotundamente fieles a su linaje divino como autenticos guardianes de la madre patria.

Despues de casi un siglo y esparcidos por todo el mundo por el exilio, ellos, o la generacion anterior a la suya, habian visto gobernara los comunistas con la hoz y el martillo de Lenin y con el puno de hierro de Stalin. Habian visto los horrores de la segunda guerra mundial, cuando el ejercito nazi invasor pisoteo su tierra y masacro a a millones de sus compatriotas. Habian visto, con horror y desaliento, como en las decadas siguientes la Guerra Fria, gobernada por los arsenales nucleares, se veia entremezclada con las brutales represalias del KGB, en el pais y en Europa Oriental; y finalmente contemplaron con pasmo absoluto como, casi de la noche a la manana, la Union Sovietica se venia abajo y desaparecia, dejando en su estela poco mas que una nacion corrupta, caotica y profundamente atrasada.

Sin embargo, ahora, por suerte y despues de todo aquel delirio, amanecia un nuevo dia y un gobierno de Rusia democratico estaba tendiendo una invitacion elegante, propia y sabia -conscientes de que la autentica funcion de las monarquias es proporcionar una sensacion de continuidad y una base de lealtad sobre la cual una nacion se puede construir y sostener- al regreso de la familia imperial, devolviendo al pueblo los trescientos anos de reinado Romanov. Para los presentes, el significado de aquel gesto era sobrecogedor. Era como si la historia de Rusia les hubiera sido arrebatada, mantenida alejada, y ahora les fuera devuelta.

Por este motivo, los miembros de las cuatro casas Romanov alli reunidos habian aceptado plenamente que la larga batalla de competidores y candidatos al trono habia terminado. Se habia reducido sencillamente a los dos hombres que ahora estaban a los dos lados de la gran duquesa Catalina Mikhailovna: su hijo, el joven y entusiasta gran duque Sergei Petrovich Romanov, y el majestuoso hombre de Estado y miembro mayor de la familia, el principe Dimitri Vladimir Romanov. Cual de ellos asumiria el trono se decidiria en una votacion abierta, a mano alzada, que tendria lugar inmediatamente despues de la cena. O, en los terminos de Catalina, dentro de una hora, dos a lo sumo.

De pronto, la luz estroboscopica del fotografo solto una serie de flashes cegadores. Los acompano el sonido de la pelicula que corria por el interior de la camara motorizada mientras el fotografo tomaba una docena o mas de instantaneas. Luego acabo y se retiro. La gran duquesa Catalina relajo su postura y apreto la mano de su hijo para tranquilizarlo.

– ?Puedo acompanarla hasta la mesa, gran duquesa? -La voz de baritono del principe Dimitri resono detras de ella. En vez de dejarlos una vez hecho el trabajo del fotografo y abandonar a su competidor en compania de su madre, el mayor de los Romanov permanecio a su lado.

– Por supuesto, Su Alteza Imperial. -Catalina sonrio graciosamente como respuesta, muy consciente del publico que tenia y demostrando voluntariamente su capacidad de mostrarse tan encantadora y agradable como la oposicion.

Con gesto regio tomo su brazo y, a paso tranquilo, cruzaron el salon central de suelo de marmol hasta las puertas doradas del fondo, donde los esperaban un ejercito de sirvientes de pajarita blanca y guantes blancos.

El gran duque Sergei y la madre de Catalina, la gran duquesa Maria, los seguian, y despues de ellos los treinta y tres Romanov.

Cuando llegaron al fondo del salon, los sirvientes abrieron las puertas y entraron en un amplio comedor decorado con paneles de madera tallada a mano que se levantaban mas de seis metros hasta el techo. Una mesa antigua, larga y pulida ocupaba el centro de la estancia, con butacas de respaldo alto, y tapizadas con seda roja y dorada a ambos lados de la misma. La cuberteria era de oro y plata, la cristaleria era de cristal de Murano y los platos de color hueso, con servilletas de encaje entre ellos. Mas camareros de pajarita blanca aguardaban a un lado.

El ambiente era formal, extravagante y teatral, excesivamente impresionante, pero habia todavia un ultimo elemento que eclipsaba todo lo demas. Montada en la pared del fondo del salon habia un aguila doble de oro macizo, de cuatro metros de altura, con las alas desplegadas de casi la misma anchura. Una de sus enormes garras aferraba el cetro imperial, mientras que con la otra sostenia el orbe imperial. Mas arriba de las cabezas gemelas del aguila, en el vertice de un gran arco encima de ambas, reposaba la majestuosa y enjoyada corona imperial. Lo que contemplaban era el magnifico emblema de los Romanov, ante el cual nadie podia menos que quedarse boquiabierto. Algunos de ellos inclinaron la cabeza en senal de reverencia ante el mismo, y pocos fueron capaces de apartar la vista del magnifico objeto hasta que estuvieron sentados a la mesa.

La gran duquesa Catalina no estaba menos impresionada hasta que se acerco un poco mas y vio otra cosa. Cuatro sillas habian sido colocadas en una tarima elevada, justo debajo del emblema del fondo del esplendido comedor, a pesar de que todos los presentes habian sido ya sentados. En aquel momento la invadio una profunda inquietud.

Un estrado y cuatro sillas.

?Para que eran?

?Y para quien?

71

Kovalenko redujo la velocidad del Mercedes detras de una hilera de maquinas quitanieves que trabajaban

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