Con el pelo visiblemente recogido a toda prisa y envuelta en un albornoz, la esposa de Hans Lossberg, de unos cuarenta anos de edad, estaba claramente bajo los efectos del golpe y la incredulidad. Lo unico capaz de consolarla era la presencia del buen amigo de Lossberg Helmut Vaudois; se cogio de la mano de el y no la solto en todo el tiempo que estuvieron alli.
Con delicadeza y amabilidad, el inspector Beelr le explico que venian en busca de informacion que podia ayudar a descubrir la identidad del asesino de su esposo. ?Sabia si su esposo habia hecho recientemente algun trabajo de impresion por su cuenta? ?Un encargo privado, tal vez, o un favor a un amigo?
–
Apresuradamente, miro por los cajones y se sorprendio al no encontrar nada.
– Hans guardaba siempre una copia de lo que imprimia -dijo, tambien en aleman.
Beelr tradujo y luego le pregunto.
– ?Que es lo que imprimio?
–
– Un menu -tradujo Beelr rapidamente.
Marten y Kovalenko se miraron.
– ?Para quien lo imprimio? -pregunto Kovalenko.
Beelr tradujo. Ella respondio otra vez en aleman y el inspector tradujo la respuesta.
– Un conocido de la imprenta, pero no sabe quien es. Lo unico que sabe es que tuvo que hacer exactamente doscientas copias del menu, ni una mas, ni una menos. Y luego destruir las pruebas y desmontar la tipografia. Lo recuerda porque su marido se lo comento.
– Preguntale si recuerda cuando le hicieron el encargo.
Beelr volvio a traducir y se repitio el mismo proceso.
– No recuerda con exactitud la fecha del encargo, pero su marido hizo una prueba en algun momento, la semana pasada, y luego la impresion definitiva este lunes por la noche. Ella queria que salieran al cine pero el dijo que no porque tenia que acabar el encargo. Estaba muy ocupado y el pedido tenia que servirse con rapidez.
Marten y Kovalenko volvieron a mirarse. Ford y Vabres fueron asesinados a primera hora del miercoles. Vabres le podia haber recogido el menu a Lossberg el martes.
– ?Que habia en el menu? -insistio Kovalenko.
Beelr volvio a preguntar y Maxine Lossberg respondio. No lo sabia. El domingo habia ido un hombre a su casa y ella lo vio fugazmente cuando Lossberg lo llevo a la habitacion del fondo, probablemente para mostrarle la prueba. Despues de eso no lo habia vuelto a ver mas.
– Kovalenko -dijo Marten, tirando de la manga del ruso y haciendole un gesto para que salieron un momento de la sala-. Enseneselas -le dijo, cuando no los podian oir.
– ?Ensenarle que?
– Las fotos de Cabrera. Si era el nos lo dira de inmediato. Eso bastaria para que usted pudiera pedir las huellas digitales.
Kovalenko vacilo.
– ?Tiene miedo de descubrirlo?
Maxine Lossberg esperaba sentada a la mesa de la cocina mientras Kovalenko abria su ordenador portatil. Luego se sento al lado de ella y le mostro el archivo de fotos de Alexander Cabrera del Ministerio de Justicia ruso.
Marten estaba de pie detras de ellos, mirando por encima del hombro izquierdo de Kovalenko, mientras Beelr y Helmut Vaudois miraba por encima del derecho.
Hubo un
Kovalenko miro a Maxine Lossberg.
– No sabria decirlo -dijo ella, en aleman.
Otro
Maxine movio la cabeza.
–
Otra foto. Una que Marten no habia visto nunca. Estaba tomada frente a un hotel de Roma. Cabrera estaba al lado de un coche, hablando por el movil. A su derecha inmediata, un chofer le aguantaba la puerta abierta del coche. En el asiento de atras habia una joven de pelo oscuro muy atractiva, que parecia esperar a Cabrera.
De pronto, Marten se quedo petrificado.
–
– Kovalenko -dijo Marten bruscamente-, amplie esta imagen.
– ?Que?
– La foto, ampliela. Amplie a la mujer que va en el asiento trasero.
– ?Por que?
– ?Hagalo y punto!
Kovalenko se volvio a mirar a Marten, totalmente intrigado. Beelr tambien lo miraba, y tambien lo hacian Maxine Lossberg y Helmut Vaudois. Era el tono de Marten. Estupefaccion, rabia, miedo, todo en uno.
Kovalenko miro de nuevo la pantalla.
Amplio la foto; la mujer aparecia ahora con mayor claridad.
– Mas -exigio Marten.
La cara de la mujer ocupo toda la pantalla. Era un perfil, pero no habia duda de quien era. Ninguna duda.
Rebecca.
79
– ?Dios Santo! -Marten agarro a Kovalenko por el cuello de la chaqueta y lo saco de la cocina a rastras, pasillo abajo-. ?Por que cojones no me la habia ensenado antes, cuando estabamos en Paris?
– ?De que cono me esta hablando? Le pregunte si queria ver mas, y usted me dijo que no.
– ?Y como podia saber que tenia esta?
Ahora volvian a estar en el salon. Marten guio a Kovalenko hasta el interior, cerro la puerta y lo empujo hacia la misma.
– ?Estupido cabronazo! ?Sigue usted a Cabrera a todas partes y no sabe ni con quien esta?
– Haga el favor de soltarme -dijo Kovalenko, con frialdad.
Marten vacilo y luego retrocedio. Estaba palido, temblaba de rabia.
Kovalenko lo miraba perplejo.
– ?Que pasa con esta chica?
– Es mi hermana.
– ?Su hermana?
– ?Cuantas fotos mas tiene de Cabrera con ella?
– Aqui, ninguna. Tal vez media docena mas en el archivo de Moscu. No supimos nunca su nombre ni su direccion; el la ha mantenido muy protegida. Siempre elige la habitacion de los hoteles a los que va. Se encuentran a menudo. Para nosotros era un asunto de poca importancia.
– ?Cuanto tiempo hace que dura?
– Solo llevamos unos pocos meses detras de el, desde que descubrimos lo de Kitner. Lo que sucedio antes, lo