Ipatiev y que Peter Kitner, presidente de una de las pocas multinacionales de comunicacion en manos privadas del mundo, era su hijo, ademas de la decision casi increible de Moscu de reinstaurar el trono imperial- resultaba esencial que la informacion se mantuviera en secreto hasta que los elementos de seguridad necesarios estuvieran establecidos para cuando el presidente ruso hiciera el anuncio formal en Davos. Como resultado, solo la familia mas inmediata de Kitner, Higgs, y su secretario privado, Taylor Barrie, habian sido informados.
Tuviera o no razon Kitner al temer que la baronesa pudiera tramar alguna agresion fisica contra ninguno de ellos, la presencia de esta fuerza de seguridad tan preparada resolvia la cuestion. Ahora estaba aislado y, como zar, lo estaria el resto de su vida. La renuncia a su libertad era algo que habia hecho voluntariamente, por su padre, por su pais, por sus derechos de nacimiento. Finalmente, su identidad habia dejado de ser secreta. El gran temor de su padre a una represalia comunista contra ellos habia sido resuelto por el tiempo y por la historia. Lo mismo, era consciente, se podria decir sobre la baronesa y Alexander.
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La gran duquesa Catalina Mikhailovna yacia despierta a la luz tenue de la lampara de su mesita de noche, con la mirada posada distraidamente en el reloj digital que habia junto a la cama, al que habia visto marcar practicamente cada minuto desde que se acosto, justo despues de la una y media.
Penso en la reaccion de su hijo ante la presentacion de Peter Kitner y la revelacion de quien era. Recordo que, a pesar de todos aquellos anos de preparacion y con la plena expectativa de que iba a convertirse en zar, no se habia inmutado. Ni siquiera habia pestaneado. No ocuparia el trono de Rusia, pero honraria y obedeceria al hombre que lo hiciera. Hacerlo era su privilegio y su deber. En aquel momento supo que, a la edad de veintidos anos, el gran duque Sergei Petrovich Romanov era mas ruso que ninguno de ellos.
Oyo a su madre darse la vuelta en la cama detras de ella. Una fuerte rafaga de viento sacudio las ventanas y la nieve choco con violencia contra el cristal.
Deberian haberla puesto al corriente. Al menos el alcalde. Pero no lo hizo. ?Por que no le dijo nada y la dejo continuar? De pronto se le ocurrio que habia alguien mas implicado. Alguien a quien tanto el alcalde como el Patriarca eran mas leales que a ella. Pero ?quien?
De pronto toda la casa se quedo a oscuras.
– ?Que ocurre? -dijo su madre, incorporandose de pronto.
– No es nada, madre -dijo la gran duquesa Catalina-. Se ha ido la luz. Vuelve a dormirte.
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– Querremos acceder a sus expedientes y archivos empresariales, esta manana, si es posible… Si, de acuerdo. Muy bien, gracias. -Kovalenko cerro su telefono movil y miro a Marten-. Dentro de una hora un tal inspector jefe Beelr, de la Kantonspolizei de Zurich, nos recibira en la morgue del Hospital Universitario. La policia ya tiene permiso para registrar las pertenencias personales de la victima, tanto en su casa como en su lugar de trabajo.
Kovalenko tenia los ojos hinchados y enrojecidos, y empezaba a crecerle pelo por el cuello y por la base de la barba por donde tenia costumbre de afeitarse. Los dos hombres estaban cansados despues del largo viaje, un periplo que habia resultado mucho mas fatigoso por las condiciones adversas. Pero la tormenta amaino una vez cruzada la frontera de Francia con Suiza y ahora la nieve ya no caia mas que en forma de copo ocasional a la luz de los faros del ML500.
Marten miro la pantalla del navegador del coche y luego tomo la autovia A3 en direccion a Zurich.
– El nombre de la victima es Hans Lossberg. Cuarenta y un anos, tres hijos. Igual que yo -dijo Kovalenko cansinamente y desvio la vista hacia el todavia oscuro cielo de levante-.
Marten vacilo. Kovalenko volvia a ponerlo a prueba. Finalmente encontro la manera de responder.
– Una vez, en Los Angeles. Me llevo Dan Ford.
– Entonces ya sabe que esperar.
– Si.
Marten mantenia la vista en la carretera. A pesar de lo pronto que era, el trafico de primera hora empezaba a densificarse y se veia obligado a vigilar la velocidad sobre la autovia todavia resbaladiza. No podia evitar sentirse molesto por lo que Kovalenko estaba haciendo: era obvio que habia hablado con los investigadores rusos que viajaron a Los Angeles. Estaba al tanto de la historia de Red y de Halliday y la brigada. Marten se preguntaba si, de alguna manera, sospechaba quien era y si este era el motivo por el cual seguia tendiendole pequenas trampas. Como justo ahora, con lo de la morgue, y las insinuaciones sobre ser un buen detective, y luego el tema de su formacion universitaria y donde la habia empezado. Y antes, en Paris, cuando lo observaba comparar las huellas de Raymond con la que la policia francesa habia encontrado en el coche de Ford, sabiendo que hacian falta conocimientos considerables para entender lo que el buscaba. Y otra vez, cuando hizo la conjetura sobre Dan Ford y por que Vabres podia haberle entregado el menu en medio de la noche como lo habia hecho, y Kovalenko se lo quedo mirando en silencio antes de decir nada mas.
Estaba tambien seguro de que el motivo por el que Kovalenko habia insistido en salir del coche despues de salirse de la autopista no fue porque tuviera miedo de que el ML fuera a volcar, sino porque queria ver a Marten detras del volante, para ver lo bien que manejaba un automovil en una situacion complicada, si habia recibido