– ?Que asuntos familiares?

– Nicholas, no deberia estar diciendote esto porque Rebecca tenia la ilusion de darte una sorpresa, pero, dadas las circunstancias, hay algo que debes saber. Rebecca no ha estado sencillamente saliendo con Alexander Cabrera, sino que va a casarse con el.

– ?Casarse?

Ahora volvio a oirse el fuerte crujido de la electricidad estatica y la senal empezo a perderse.

– ?Clem? ?Clem! -insistio Marten-. ?Me oyes?

Mas crujidos. Esta vez la linea se corto del todo.

82

La puerta se abrio y el coronel Murzin llevo al zarevich Peter Kitner Mikhail Romanov a la biblioteca de la Villa Enkratzer.

La baronesa estaba sentada en un sofa de cuero, frente a una mesa de roble macizo, en el centro de la estancia. Alexander Cabrera estaba de pie, un poco mas lejos, cerca de una gran chimenea de piedra, mirando por un ventanal que ofrecia una vista magnifica del valle de Davos. Era la primera vez en muchos anos que Kitner veia a Cabrera, pero hasta despues de la cirugia estetica lo habria reconocido en cualquier lugar, aunque solo fuera por el porte arrogante que lo caracterizaba.

– Spasiba, coronel -dijo la baronesa en ruso. Gracias.

Murzin saludo con la cabeza y abandono la sala, y luego cerro la puerta detras de el.

– Dobra-ye utro, zarevich -Buenos dias, zarevich.

– Dobra-ye utro -replico el, cauteloso.

La baronesa llevaba un traje pantalon a medida de seda amarillo palido -su color favorito, el lo sabia, pero un atuendo muy poco adecuado para el invierno alpino-. Llevaba pendientes de diamantes y un collar de esmeraldas. En las dos munecas, pulseras de oro. El pelo negro recogido en un mono en la nuca, en un estilo que parecia casi oriental, y sus ojos verdes brillaban, no con el verde sensual y tentador que el recordaba de hacia tantos anos, sino mas bien como los ojos de una serpiente: agudos, penetrantes y traidores.

– ?Que quereis de mi?

– Fuiste tu quien pidio vernos, zarevich.

Kitner miro a Alexander, junto a la ventana. No se habia movido. Seguia mirando el paisaje como al principio. Kitner volvio a mirar a la baronesa.

– Os lo vuelvo a preguntar, ?que quereis de mi?

– Hay algo que debes firmar.

– ?Firmar?

– Es algo parecido al acuerdo que nos hiciste firmar hace ya tantos anos.

– Un acuerdo que habeis roto.

– Los tiempos y las circunstancias han cambiado, zarevich.

– Sentaos, padre. -De pronto, Alexander se volvio de espaldas a la ventana y se acerco a el. Tenia los ojos oscuros como la noche y guardaban la misma amenaza que los de la baronesa.

– ?Como es que el FSO hace lo que le ordenais cuando el zarevich soy yo?

– Sentaos, padre -repitio Alexander, esta vez senalandole una butaca de cuero junto a la mesa de roble.

Kitner vacilo y finalmente se decidio a sentarse a la mesa. Sobre ella habia un fino dosier de piel y, al lado, una caja rectangular, alargada, envuelta con papel de regalo de colores alegres. El mismo paquete envuelto que Alexander llevaba en el hotel Crillon de Paris.

– Abrid el paquete, padre -dijo Alexander, con calma.

– ?Que es?

– Abridlo.

Lentamente, Kitner se acerco, lo cogio y, por un momento, lo sostuvo sin abrirlo. Las ideas se sucedian en su mente a la velocidad de la luz. ?Como podia llamar a Higgs y pedir ayuda? ?Como advertir a su familia de que evitaran el cerco del FSO? ?Como huir de alli? ?Que puerta, que pasillo, que escaleras…?

Ignoraba como podia haber ocurrido todo aquello, como habian llegado a controlar a Murzin y a sus hombres. De pronto, se le ocurrio que tal vez sus guardias no fueran de la FSO, sino mercenarios a sueldo.

– Abrelo, zarevich -lo apremio la baronesa en un tono suave y seductor que no le habia oido en mas de treinta anos.

– No.

– ?Lo hago yo, padre? -Alexander se le acerco un poco.

– No, yo lo hare. -Con las manos temblorosas, sir Peter Kitner Mikhail Romanov, caballero del Imperio Britanico, zarevich de Todas las Rusias, deshizo el lazo y luego abrio el brillante envoltorio. Dentro habia una caja alargada de terciopelo rojo.

– Adelante, padre -lo urgio Alexander-. Ved lo que hay dentro.

Kitner levanto la vista:

– Ya se lo que hay dentro.

– Pues entonces, abridlo.

Kitner resoplo y abrio la caja. Dentro, posado sobre un lecho de seda blanca, habia un cuchillo antiguo y largo, una navaja espanola con la empunadura de marfil y bronce entrelazado.

– Cogedlo.

Kitner miro a Alexander y luego a la baronesa.

– No.

– Cogedlo, sir Peter. -La orden de la baronesa era una advertencia clara-. ?O se lo pido a Alexander?

Kitner vacilo y luego acerco la mano lentamente hacia el cuchillo. Su mano se cerro alrededor de la empunadura y lo levanto.

– Apretad el boton, padre -le ordeno Alexander. Kitner lo hizo. El metal resplandecio y la hoja salio hacia arriba. Era ancha, pulida y se iba estrechando hacia la punta hasta convertirse en casi una cabeza de aguja. Su hoja tenia unos veinte centimetros y estaba afilada como un bisturi.

Era el cuchillo que Alexander habia utilizado para matar a su hijo, Paul, cuando era un nino de diez anos. Kitner no lo habia visto nunca de cerca, ni, desde luego, tenido en la mano. Ni siquiera cuando, tantos anos atras, Alfred Neuss se lo quiso mostrar. Era demasiado real, demasiado terrible. Lo maximo que habia visto de el era cuando Neuss le hizo mirar la pelicula y fue testigo del asesinato con sus propios ojos.

Ahora, la misma arma asesina, robada al asesinado Fabien Curtay, estaba en sus manos. De pronto, todo su ser fue invadido por el odio y la aversion. Con el arma en la mano y su hoja extendida, miro furiosamente al hombre que habia matado a su hijo Paul; el hombre que era su otro hijo, Alexander, y que era poco mas que un nino cuando lo hizo.

– Su me hubierais querido matar, padre -de pronto Alexander se le acerco y le quito el arma de las manos-, lo habriais tenido que hacer hace muchos anos.

– No lo hizo porque no pudo, carino. -La baronesa sonreia con crueldad-. No tenia ni el valor, ni el coraje ni el estomago para hacerlo. Un hombre muy poco adecuado para convertirse en zar.

Kitner la miro.

– Es el mismo cuchillo que utilizaste hace tantos anos con el hombre de Napoles.

– No, padre, no lo es -dijo Alexander tajante, dejando muy claro que entre el y la baronesa no habia ningun secreto-. La baronesa queria algo mas elegante. Mas adecuadamente…

– Real -concluyo la baronesa por el, y luego su mirada se dirigio al dosier de piel que habia sobre la mesa-. Abrelo, zarevich, y leelo. Y cuando lo hayas, hecho, firmalo.

– ?Que es?

– Tu abdicacion.

– ?Abdicacion? -Kitner estaba estupefacto.

– Si.

– ?En favor de quien abdico?

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