– ?En favor de quien crees? -La mirada de la baronesa se poso en Alexander.

– ?Como? -La voz de Kitner sono llena de ira.

– Tu hijo mayor y, despues de ti, el heredero directo del trono.

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– ?Jamas! -Kitner se levanto de golpe. Tenia las sienes hinchadas y la frente cubierta de sudor. Miro a la baronesa y a Alexander-. ?Antes os veria a los dos en el infierno!

– Ya sabeis que la FSO se encarga de proteger a vuestra esposa e hijos. -Alexander cerro el cuchillo y lo guardo de nuevo en su estuche-. El FSO hara lo que se le ha ordenado. El zarevich debe estar protegido, incluso de su propia familia.

Kitner se volvio hacia la baronesa. Estaba viviendo una pesadilla que superaba todo lo imaginable.

– Habeis llegado hasta Gitinov.

La baronesa asintio con un levisimo gesto de la cabeza.

– ?Como?

– Es un simple juego de ajedrez, zarevich.

Alexander se sento en el brazo del sofa de la baronesa. La iluminacion de la estancia y la manera en que estaban colocados los convertia casi en un cuadro.

– El coronel Murzin ya os ha informado de la tragica muerte de la gran duquesa Catalina -dijo Alexander, serenamente- y de la de su madre y el gran duque Sergei. Un incendio de madrugada en su apartamento alquilado de Paris.

– Tu -suspiro Kitner. Aquella violencia infernal proseguia interminablemente.

– El gran duque Sergei era el unico otro posible pretendiente al trono. A menos que cuente al principe Dimitri, pero ese no importa. Al estar de acuerdo con el triunvirato y presentaros a vos como el autentico zarevich, el mismo se borro para siempre de la foto.

– No habia necesidad de matarlos.

La baronesa sonrio.

– Una vez hubiera sido anunciado que Alexander se convertia en zarevich, la gran duquesa Catalina se habria puesto muy nerviosa. Era una persona fuerte, voluntariosa y arrogante, pero muy admirada en Rusia. Habria sacado a Anastasia, alegando que tu, y por tanto, nosotros, no eramos mas que pretendientes al trono. Y a pesar de todas las pruebas presentadas, el populacho podia acabar dandole la razon. Pero esta posibilidad ya no existe.

De pronto Kitner se levanto.

– No pienso abdicar.

– Me temo que si lo haras, Petr Mikhail Romanov. -El tono de la baronesa volvia a ser dulce y seductor-. Por el bien de tu familia y por el bien de Rusia.

Del otro lado de la ventana se oyeron golpes de puertas de coches. Alexander se volvio a mirar y Kitner pudo ver el diminuto auricular que llevaba en el oido. Habia alguien que le hablaba y el escuchaba. Escucho un momento mas y luego se volvio hacia el.

– Nuestros primeros invitados, padre. Tal vez os gustaria ver quienes son. Por favor. -Alexander se levanto y le senalo la ventana.

Lentamente, como en un sueno, Kitner se incorporo y se acerco a la misma. Fuera habia tres limusinas negras sobre el acceso de vehiculos cubierto de nieve. Los hombres de Murzin, ataviados con trajes oscuros con abrigos negros, aguardaban junto a los coches, con las cabezas giradas hacia la entrada. Entonces aparecio otra limusina. Tras ella habia un coche blindado con una bandera rusa ondeando en el capo. La limusina rodeo el patio de vehiculos y luego se detuvo directamente bajo la ventana. De inmediato los hombres de Murzin se acercaron a ella y abrieron la puerta. Por un instante no ocurrio nada y luego, un hombre emergio de ella: Nicolai Nemov, el alcalde de Moscu; luego un segundo hombre, el mariscal Igor Golovkin, el ministro de Defensa de la Federacion Rusa. Finalmente salio el tercero, un hombre alto, con barba y tunica, Gregorio II, el patriarca mas sagrado de la Iglesia ortodoxa rusa.

– No es solo por el presidente Gitinov, padre. Todos esperan que firmes la abdicacion. Por eso han venido.

Kitner estaba absolutamente alelado, apenas era capaz de pensar.

Su esposa, su hijo y sus hijas estaban bajo la custodia de las tropas de Murzin. Higgs y cualquier otra persona capaz de ayudarle estaban fuera de su alcance. El cuchillo y la pelicula ya no le pertenecian. Ya no le quedaba nada.

– No eres lo bastante fuerte para ser zar -dijo la baronesa-. Alexander si lo es.

– ?Por esto le hiciste matar a mi hijo, para demostrarlo?

– Uno no puede dirigir una nacion y tener miedo de ensangrentarse las manos. No querras obligarle a demostrarlo de nuevo.

Por un momento, Kitner se la quedo mirando; su rostro, su vestido, las joyas que llevaba, la tranquilidad sobrecogedora con la que lanzaba amenazas de muerte. Lo que la movia era la venganza, oscura y cruel -la manera en que, de adolescente, se habia vengado de forma brutal y depravada del hombre que la habia violado en Napoles- y nada mas. Ahora se daba cuenta de que llevaba decadas planeando esto, jugando con el curso de la historia y preparandose para ese dia en el futuro en el que Alexander, su Alexander, podria, si las cartas se jugaban bien, convertirse en el zar de Rusia. Esto, para ella, seria la venganza mas dulce de todas.

Y era el motivo por el que al final, a pesar de todos los esfuerzos de la gran duquesa Catalina, de todas sus manipulaciones, todas sus triquinuelas, todas las amistades que habia trabado, sencillamente no tenia la informacion suficiente ni habia tenido la suficiente falta de escrupulos para competir con la baronesa. Y debido a ello, ella, su madre y su hijo adorado estaban muertos.

De pronto, Kitner fue consciente de su inmensa indefension. Era prisionero, rehen y victima a la vez. Ademas, habia sido por su culpa. Por temor a que su familia se enterara de la existencia de Alexander, por temor a llevar a un hijo ante la justicia por el asesinato de otro, temiendo por la vida de sus otros hijos, fue el quien hizo el pacto que los dejo libres. Como resultado, ahora su esposa y sus hijos eran rehenes de los soldados de Murzin, y su familia se enteraria de la existencia de Alexander de todos modos y de manera publica, al mismo tiempo que el resto del mundo.

Su hijo Paul, Alfred Neuss, Fabien Curtay, la gran duquesa Catalina, su hijo y su madre, las victimas de America… ?cuantos muertos mas por su culpa? Penso otra vez en los soldados de Murzin reteniendo a su familia. ?Que ordenes les habrian dado? Que cualquiera de los suyos sufriera dano o fuera asesinado era algo a lo que no era capaz de enfrentarse. Miro a Alexander y luego a la baronesa. Ambos tenian la misma mirada salvaje. Ambos llevaban la expresion de la victoria fria y segura. Si antes habia tenido alguna duda, ahora se le habia disipado: sabia que eran capaces de cualquier cosa.

Lentamente se volvio y se sento a leer el texto de la abdicacion. Cuando acabo de hacerlo, y todavia mas despacio, la firmo.

84

Que Rebecca fuera a casarse con Alexander era impensable. Pero tambien lo habia sido la vulnerabilidad de America antes de los desastres de las Torres Gemelas y del Pentagono. Despues de aquello, el mundo entero sabia que cualquier cosa era posible.

Con el pie pisando el acelerador casi hasta el fondo, el ML500 volaba por encima del asfalto cuando Marten tomo la salida de la A13 que llevaba a Landquart/Davos. Durante los ultimos kilometros habia llamado al movil de Clem media docena de veces pero no habia conseguido mas que escuchar la grabacion en la que se le anunciaba que no estaba disponible o se encontraba fuera de cobertura.

– Tranquilicese -dijo Kovalenko-. Puede que Cabrera no sea quien usted supone.

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