Tren nocturno n.° 2, Krasnaya Stella Firmeny (Flecha roja), Moscu-San Petersburgo. A la misma hora

Nicholas Marten se recosto contra la pequena almohada, bajo una luz tenue, con las manos detras de la nuca, y miro a Kovalenko durmiendo. Fuera, tras la cortina corrida de su couchette, pasaba Rusia a oscuras.

Tal vez fue por la velocidad del tren y el sonido de sus ruedas sobre las vias, pero Marten se sorprendio recordando aquella noche tan lejana cuando subio al Southwest Chief en el desierto de California como joven detective lleno de ansia y entusiasmo en su primera mision como miembro de la mas celebre brigada de la historia de la policia de Los Angeles. Que largo, oscuro, traidor y peculiar habia sido su camino desde entonces.

Kovalenko solto un par de ronquidos mientras dormia y luego se dio la vuelta para quedarse de cara a la ventana, de espaldas a Marten. Aqui estaban, traqueteando hacia el Noroeste por la noche rusa, porque Kovalenko habia insistido en que fueran directamente desde el aeropuerto a la estacion de Leningrado, en vez de ir a registrarse al hotel Marco Polo como lo requeria su visado. Si lo hubieran hecho, le advirtio Kovalenko, podia muy bien convertirse en el ultimo lugar que Marten veria en su vida, porque una vez el visado quedara registrado en el aeropuerto de Sheremetyevo, cabia pocas dudas de que el zarevich se enteraria de su llegada. Y al descubrirla, sabria el destino de Marten. Y cuando lo supiera…

– Ya te imaginas lo que viene despues, tovarich. Sabe que vas al hotel y… como para el mundo, de todos modos, ya estas muerto…

Asi que, en vez de una cama en una habitacion de hotel moscovita o en un agujero del suelo, se encontraba en un compartimiento de un vagon dormitorio del Flecha Roja con Kovalenko, de camino a San Petersburgo. Alli lady Clem se reuniria con ellos, llegando en un vuelo desde Copenhague a las 14:40 de aquella tarde, no lejos del vasto complejo imperial de Tsarkoe Selo, donde Kovalenko le habia dicho que Rebecca se encontraba.

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Moscu, Hotel Baltschug Kempinski. Sabado 5 de abril, 4:30 h

Le resultaba imposible conciliar el sueno.

Vestido con nada mas que unos calzoncillos boxer, Alexander anduvo arriba y debajo del dormitorio a oscuras de su suite, mirando la ciudad por la ventana. Por la calle pasaron un taxi, un furgon municipal, un coche de policia. Marten estaba ahi fuera. En algun lugar. Pero ?donde?

De momento, ni Murzin ni ninguno de los veinte hombres de su equipo sabia lo que habia hecho Marten al salir del control de pasaportes de Sheremetyevo. Sencillamente habia salido entre la masa de pasajeros anonimos y desaparecio, como si la ciudad se lo hubiera tragado.

Era, penso Alexander, lo mismo que debio de ocurrirle a John Barron en Los Angeles, cuando barrio todos los rincones de la ciudad en busca de Raymond Oliver Thorne. Pero entonces Barron tenia la ayuda de la prensa y de los nueve mil agentes de la policia de Los Angeles. La diferencia era que Alexander no podia hacer sonar la alarma general, y por eso ni el control de pasaportes ni la policia fronteriza habian sido alertados. No eran tiempos de estalinismo, ni siquiera sovieticos, ni tampoco eran todavia zaristas. Puede que la prensa sufriera algunas restricciones, pero a menos que fueran medios criticos con el gobierno, eran relativamente pocas. Ademas, como la prensa en todo el mundo, los periodistas estaban muy bien conectados. Y estaba Internet. Al segundo que alguien descubriera que el hermano de la zarina estaba vivo, ?quien seria la siguiente en enterarse, si no Rebecca?

De modo que el paradero tenia que ser averiguado no solo con rapidez, sino con la maxima discrecion y silencio. A cambio de una recompensa sabrosa e inmediata a cualquiera que diera pistas sobre el paradero de Marten, aunque sin revelar nunca su nombre ni el motivo por el que se le buscaba, los hombres de Murzin imprimieron y repartieron rapidamente cientos de copias de la foto del visado de Marten a un grupo de avtoritet, o capos de grupos de la mafia rusa que controlaban a trabajadores de aeropuertos y estaciones de tren, a empleados de hoteles y restaurantes, a taxistas y empleados de los transportes y del municipio. Como medida adicional emplearon a fartsovchik, camellos callejeros, a blatnye, matones, y patsani, miembros de bandas juveniles en los que, como los demas, se podia confiar en que tendrian la boca cerrada y los ojos bien abiertos y que estarian encantados de delatar a cualquiera a cambio de una buena pasta. Puesto que la mayoria de esos individuos llevaban telefonos moviles, habia la garantia de obtener una respuesta rapida, si no inmediata, una vez lo hubieran localizado.

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Tren nocturno n.° 2, Krasnaya Stella Firmeny, Moscu- San Petersburgo, 6:25 h

Kovalenko cogio una taza de te y miro por la ventana, donde la luz del alba mostraba un paisaje frio y gris. Todo lo que se veia eran bosques y agua, rios y arroyos entrecruzados de lagos y estanques. Aqui y alli manchas de nieve cubrian todavia el suelo, helado entre arboles desnudos a los que todavia les quedaban unas cuantas semanas para brotar.

– Estaba pensando en tu amigo, el detective Halliday. -Kovalenko miro a Marten, con su propia taza de te, a traves del pequeno cubiculo. El te era cortesia del provodnik, el encargado del vagon dormitorio, una de cuyas misiones era mantener el samovar para que los pasajeros tuvieran siempre agua caliente para preparar sus bebidas e infusiones.

– Te dije que lo conocia -dijo Marten a media voz-, no que fuera mi amigo.

Kovalenko lo estaba presionando como lo habia hecho antes, en Suiza. Pero por que? Y, en especial, ?por que ahora?

– Lo llames como lo llames, tovarich, sigue siendo un tipo excepcional.

– ?En que sentido?

– Por un lado, se le hizo la autopsia despues de su asesinato, y resulta que tenia cancer de pancreas. Podia haber vivido un mes mas, tal vez dos. Pero hizo el viaje hasta Paris, con un billete pagado hasta Buenos Aires, tan solo para saber sobre Alfred Neuss y seguirle los pasos a Raymond Thorne.

– Desde luego, se preocupaba.

– Pero ?de que?

Marten sacudio la cabeza:

– No te sigo.

– La famosa brigada 5-2, tovarich. Era miembro de la misma desde mucho antes que nadie supiera nada de Raymond Thorne. Su comandante, Arnold McClatchy, era un hombre muy querido, ?no?

– No lo se.

– ?Lo llegaste a conocer?

– ?A McClatchy?

– Si. -Kovalenko lo observaba con atencion.

Marten vacilo, pero solo un momento porque no podia dejar que el ruso notara que no sabia que decir.

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