sobrecogio a Hernando— fue de las mas nobles y principales de Granada, y un misero escribano cristiano me privo de mis tierras y riquezas.
Hernando se estremecio. Hamid se detuvo, sumergido en tan dolorosos recuerdos. Un momento despues se sobrepuso y continuo con su relato, como si por una vez quisiera oir en voz alta la historia de su desgracia.
— Como recompensa a la capitulacion de Bu Abdillah, que los cristianos llamaban Boabdil, ante los espanoles, estos le concedieron en feudo las Alpujarras, donde se retiro junto a su corte. Entre los miembros de esa corte se hallaba su primo, mi padre, un reconocido alfaqui. Pero aquellos reyes aviesos no se contentaron con eso: sin que Boabdil lo supiera, a sus espaldas, volvieron a comprar a traves de un apoderado las tierras que poco antes le habian entregado y le expulsaron de ellas. Casi todos los nobles y grandes senores musulmanes abandonaron Espana con el «Rey Chico»; salvo mi padre, que decidio quedarse aqui, con su gente, con aquellos que necesitaban los consejos que como alfaqui les proporcionaba. Luego, el cardenal Cisneros, en contra de las capitulaciones de Granada que garantizaban a los mudejares la convivencia pacifica en su propia religion, convencio a los reyes de que expulsase a todos aquellos mudejares que no se convirtieran al cristianismo. Casi todos tuvieron que convertirse. ?No querian abandonar sus tierras, en las que nacieron y criaron a sus hijos! Asperjaron con agua bendita a centenares de nosotros a la vez. Muchos salieron de las iglesias alegando que no les habia tocado ni una gota y que por lo tanto seguian siendo musulmanes. Cuando yo naci, hace cincuenta anos... —Hernando dio un respingo—. ?Me creias mayor? —El muchacho agacho la cabeza—. Hay cosas que nos hacen envejecer mas que el transcurso de los anos... Bien, en aquellos dias, viviamos tranquilamente en unas tierras verbalmente cedidas por Boabdil; nadie discutio nuestras propiedades hasta que el ejercito de funcionarios y leguleyos se puso en marcha. Entonces...
Hamid callo.
—Te lo quitaron todo —termino la frase Hernando, con voz rasgada.
—Casi todo. —El alfaqui tomo otra uva pasa del cuenco. Hernando se inclino hacia el—. Casi todo —repitio, esta vez con la pasa a medio masticar—. Pero no pudieron despojarnos de nuestra fe, que era lo que mas deseaban. Y tampoco me quitaron...
Hamid se levanto con dificultad y se dirigio a una de las paredes de la choza. Alli, con el pie derecho escarbo en el suelo de tierra de la vivienda hasta topar con un tablon alargado. Tiro de uno de sus extremos y se agacho para recoger un objeto envuelto en tela. Hernando no necesito que le dijera que era: su forma curva y alargada lo revelaba.
Hamid desenvolvio el alfanje con delicadeza y se lo mostro al muchacho.
— Esto. Tampoco me quitaron esto. Mientras alguaciles, escribanos y secretarios se llevaban trajes de seda, piedras preciosas, animales y grano, logre esconder el bien mas preciado de mi familia. Esta espada estuvo en manos del Profeta, ?la paz y las bendiciones de Dios sean con El! — afirmo solemnemente—. Segun mi padre, el suyo le conto que fue una de las muchas que recibio Muhammad en pago del rescate de los idolatras coraixies que hizo cautivos en la toma de La Meca.
De la vaina de oro colgaban pedazos de metal con inscripciones en arabe. Hernando volvio a estremecerse y sus ojos chispearon como los de un nino. ?Una espada propiedad del Profeta! Hamid desenfundo la hoja que brillo en el interior de la choza.
—Estaras —afirmo dirigiendose a la espada— en la recuperacion de la ciudad que nunca debio perderse. Seras testigo de que nuestras profecias se