Profeta.

—?Venid a la oracion! —escucharon que gritaba Hamid, seguramente desde la torre de la iglesia.

La llamada se deslizo por los abruptos despenaderos, chocando contra las rocas y enredandose en la vegetacion, hasta llenar todo el valle de las Alpujarras, desde Sierra Nevada hasta la Contraviesa y de alli, al mismo cielo. ?Hacia mas de sesenta anos que en aquellas tierras no resonaba la llamada del muecin!

La comitiva se detuvo. Hernando busco el sol y se irguio para comprobar que su sombra alcanzaba el doble de su estatura: era el momento exacto.

—No hay fuerza ni poder, sino en Dios, excelso y grande murmuro, sumandose a las palabras de los demas. Tal era la contestacion que recitaban desde sus casas todos los dias, ya fuera por la noche o al mediodia, con suma discrecion, atentos a que ningun cristiano pudiera oirlas desde la calle.

—?Ala es grande! —grito despues Brahim, poniendose en pie sobre los estribos y blandiendo el arcabuz sobre su cabeza.

Hernando se encogio atemorizado ante la figura y el despiadado semblante de su padrastro.

Al instante, su grito se vio arropado por el de todos los hombres que le acompanaban. Con el mismo arcabuz, Brahim hizo senal de continuar. Uno de los hombres se paso el dorso de la mano por los ojos antes de echar a andar. Hernando le escucho sorber la nariz y carraspear en varias ocasiones, como si pretendiera reprimir el llanto, y arreo a las mulas con el canto de Hamid resonando en sus oidos.

La poblacion de Alcutar, situada a algo mas de una legua de Juviles, los recibio con las mismas zambras, canticos, bailes y fiestas que se celebraban en Juviles. Tras alzar en armas a los moriscos del pueblo, el Partal y sus monfies se habian dirigido a la cercana Narila, su lugar de origen, sin esperar la llegada de Brahim.

Como todos los pueblos de la Alpujarra alta, Alcutar era un entresijo de callejuelas que subian, bajaban y serpenteaban, encerradas por pequenas casas encaladas de terrados planos. Brahim se dirigio a la iglesia.

Un grupo de entre quince y veinte cristianos se hallaba congregado frente a las puertas del templo, estrechamente vigilado por moriscos armados con palos que asediaban a sus cautivos con gritos y golpes, cual pastores a las ovejas. Hernando siguio la mirada aterrada de una nina cuyo pelo pajizo destacaba en el grupo de cristianos; junto a la fachada de la iglesia, el cadaver asaeteado del beneficiado del lugar era objeto de escarnio por parte de cuantos pasaban por su lado, que le escupian o pateaban. Junto al beneficiado, de rodillas, un hombre joven con la mano derecha cercenada intentaba cortar la hemorragia por la que se le escapaba la vida. La sangre se encharcaba sobre el aguanieve y la mano se habia convertido en el juguete de un perro, que se divertia mordisqueandola ante la atenta mirada de unos ninos moriscos.

—?Empieza a cargar el botin!

La voz de Brahim sono en el momento en que uno de los ninos, mas osado que el resto, le quitaba al perro su macabro juguete y lo lanzaba a los pies del mutilado. El perro corrio hacia el, pero antes de que pudiera llegar, una mujer solto una carcajada, escupio al hombre cuando este le mostro el munon y pateo la mano para que el can pudiera dar buena cuenta de ella.

Hernando nego con la cabeza y siguio a los soldados al interior de la iglesia. La nina cristiana, con el pelo pajizo empapado por el aguanieve, seguia con los ojos clavados en el cadaver del beneficiado.

Poco despues, el muchacho salia del templo cargado con ropa

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