de seda bordada en oro y un par de candelabros de plata que se sumaron al monton de enseres de todo tipo que ya se acumulaban a las puertas de la iglesia. Entonces se detuvo para hacerse con algo de ropa de abrigo procedente del saqueo de las casas cristianas. Desde lo alto del overo, Brahim torcio el gesto.
—?Pretendes que muera de frio? —se defendio, adelantandose a la reprimenda de su padrastro.
Las alforjas de las doce mulas se hallaban colmadas cuando el sol empezo a ponerse y una orla rojiza se dibujo por encima de las cumbres que rodeaban las Alpujarras. El cadaver desangrado del manco yacia sobre el del beneficiado. El perro habia dejado de mordisquear la mano. Los cristianos permanecian inquietos, agrupados frente a la iglesia. La voz del muecin sono energica, los moriscos extendieron las ropas de seda y lino sobre el barro y se postraron.
El rojo del cielo se troco en ceniciento, ya finalizada la oracion de la puesta del sol, y el Partal y sus monfies se presentaron en Alcutar. Al grupo de cerca de treinta hombres rudos —algunos a caballo, otros a pie, todos bien abrigados y armados con ballestas, espadas o arcabuces, ademas de dagas al cinto— se le habian unido algunos gandules de Narila, la milicia urbana, ocupados a la sazon en controlar la fila de cautivos cristianos que habian llevado desde Narila hasta Alcutar. A los monfies no parecia importarles el frio ni el aguanieve que caia: charlaban y reian. Hernando observo que, al final del grupo, una recua de mulas transportaba el botin obtenido en Narila.
Los nuevos cautivos pasaron a engrosar el ya numeroso grupo de detenidos frente a la iglesia. Los moriscos atajaron a golpes cualquier comunicacion entre ellos y al cabo volvio a reinar el silencio mientras los ninos moriscos correteaban alrededor de los monfies, senalando sus dagas y sus caballos, y se henchian de satisfaccion cuando alguno de ellos les revolvia el cabello. Brahim y el alguacil de Alcutar dieron la bienvenida al Partal y se apartaron para despachar con el monfi. Hernando vio como su padrastro senalaba en direccion hacia donde se hallaba el con las mulas cargadas, y como asentia el Partal. Luego este ultimo senalo a las mulas que transportaban el botin de Narila e hizo ademan de llamar al arriero que las mandaba, pero Brahim se nego de forma ostensible. A pesar de la distancia y en la oscuridad rota por las antorchas, Hernando se percato de que ambos hombres discutian. Brahim gesticulaba y meneaba la cabeza: resultaba evidente que el tema de conversacion era el nuevo arriero. El Partal parecia querer aplacar los animos y convencerle de algo. Al final parecieron ponerse de acuerdo, y el monfi mando acercarse al arriero recien llegado para darle instrucciones. El arriero de Narila ofrecio la mano a Brahim, pero este no se la estrecho y lo miro con recelo.
—?Has entendido bien cual es tu lugar? —le espeto Brahim, observando de soslayo al Partal. El arriero de Narila asintio con la cabeza—. Tu fama te precede: no quiero tener problemas contigo, con tus mulas o con tu forma de trabajar. Confio en no tener que recordartelo —anadio para despedirle.
Se llamaba Cecilio, pero en los caminos se le conocia por Ubaid de Narila. Asi se presento a Hernando, con cierto orgullo, una vez que, a indicacion de Brahim, hubo conducido su recua hasta donde se encontraba la del muchacho.
—Yo me llamo Hernando —respondio el joven.
Ubaid espero unos instantes.
—?Hernando? —se limito a repetir al ver que el muchacho no anadia mas.
— Si. Solo Hernando. —Lo dijo con firmeza, desafiando a Ubaid, varios anos mayor que el y arriero de profesion. Ubaid solto una risa sarcastica y de inmediato le dio la espalda para ocuparse de sus animales.
«Si se enterase de mi apodo... —penso Hernando, mientras