notaba como se le encogia el estomago—. Quiza deberia adoptar un nombre musulman.»

Esa noche el grano y los alimentos saqueados en las casas de los cristianos se derrocharon para festejar la sublevacion de las Alpujarras. Todas las taas, todos los lugares de moriscos se sumaban a la rebelion, afirmaba el Partal con entusiasmo. ?Solo faltaba Granada!

Mientras los principales del pueblo atendian a los monfies, y los cristianos eran encerrados en la iglesia al cuidado del alfaqui del pueblo que, como Hamid en Juviles, debia intentar que apostataran, Hernando y Ubaid permanecieron junto a las mulas y el botin, refugiados bajo un chamizo. Sin embargo, no fueron olvidados por las mujeres de Alcutar, que les sirvieron en abundancia. Hernando sacio entonces su hambre; Ubaid tambien, pero una vez satisfecho su estomago, intento tambien satisfacer su deseo, y Hernando le vio galantear con cuantas mujeres acudieron a ellos. Alguna de ellas se acerco al muchacho y se sento a su lado, zalamera, en busca de su contacto. Hernando se achicaba, desviaba la mirada e incluso se separaba, hasta que las mujeres cejaron en su empeno.

—?Que pasa, chico? ?Te dan miedo? —Pregunto su companero, a quien la comida y la compania femenina parecian haber puesto de mejor humor—. No hay nada que temer, ?verdad? —dijo, dirigiendose a una de ellas.

La mujer se rio, mientras Hernando se sonrojaba. El arriero de Narila le miraba con expresion maliciosa.

—?O tienes miedo de lo que pueda decir tu padrastro? —insistio—. No parece que os lleveis demasiado bien...

Hernando no contesto.

—Bueno, tampoco es de extranar... —prosiguio Ubaid. Sus labios esbozaron una sonrisa de complicidad, que no logro embellecer en absoluto un rostro sucio y vulgar—. Tranquilo, ahora esta ocupado haciendose el importante... Pero tu y yo estamos mas cerca de lo que de verdad importa, ?no crees?

Pero en ese momento, la mujer que acosaba a Ubaid reclamo sus atenciones y este, tras lanzar una mirada hacia Hernando que el muchacho no acabo de comprender del todo, hundio la cabeza entre sus pechos. Bien entrada la noche, Ubaid desaparecio con una mujer. Al verlos marchar, Hernando recordo los comentarios del sacristan de Juviles:

—Las cristianas nuevas, las moriscas —le habia explicado en una de las muchas sesiones de adoctrinamiento en la sacristia de la iglesia—, disfrutan de las practicas amorosas solazandose sin medida con sus maridos... ?O con quienes no lo son! Claro que el matrimonio moro no es tal: no es mas que un contrato sin mas trascendencia que la compra de una vaca o el arrendamiento de un campo. —El sacristan lo trataba como si el muchacho fuese un cristiano viejo, descendiente de cristianos sin tacha, y no el hijo de una morisca—. Tanto hombres como mujeres se entregan al vicio de la carne, algo que repele a Cristo Nuestro Senor. Por eso las veras gordas a todas, gordas y morenas, porque su unica pretension es proporcionar placer a sus hombres, acostarse con ellos como perras en celo y, en su ausencia, lanzarse al adulterio, pecar de gula y de pereza, y chismorrear todo el dia sin mas proposito que el de entretenerse hasta que llegue la hora de volver a recibirlos con los brazos abiertos.

«Tambien hay cristianas gordas —habia estado tentado de replicar en aquella ocasion—, y algunas son mucho mas morenas que las moriscas», pero se habia callado, como siempre hacia con el sacristan.

El dia de Navidad amanecio frio y soleado en Sierra Nevada.

—Persisten en su fe —anuncio el alfaqui de Alcutar al Partal y a los moriscos congregados frente a la iglesia—. Si les hablo del verdadero Dios y del Profeta, contestan rezando sus oraciones, todos al unisono; si los amenazo con maltratos, se

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