encomiendan a Cristo. Los hemos golpeado y cuanto mas lo hacemos, mas invocan a su Dios. Les quitamos cruces y medallas, pero se burlan santiguandose y persignandose.

—Ya cederan... —mascullo el Partal—. Cuxurio de Berchules se alzo anoche. El Seniz y otros caudillos monfies nos esperan alli. Recoged el botin —anadio, dirigiendose a Brahim—. En cuanto a los cristianos, los llevaremos a Cuxurio. Sacadlos de la iglesia.

Cerca de ochenta personas fueron expulsadas de la iglesia a gritos, golpes y empellones. Entre el llanto de mujeres y ninos, muchos levantaron los ojos al cielo y rezaron al encontrarse con la turba que les esperaba fuera; otros se santiguaron.

El Partal espero a que fueran agrupados y se acerco a ellos con mirada escrutadora.

—?Que Cristo haga caer sobre ti...!

El monfi acallo la amenaza del cristiano con un violento golpe de culata de su arcabuz. El hombre, delgado y de mediana edad, cayo de rodillas con la boca ensangrentada. La que debia de ser su esposa acudio en su ayuda, pero el Partal la derribo de un manotazo en el rostro. Luego entrecerro los ojos hasta que sus espesas cejas negras se fundieron en una sola. Todos los moriscos de Alcutar presenciaban los hechos. Entre los cristianos reinaba el silencio.

—?Desnudaos! —Ordeno entonces—. ?Que se desnuden todos los hombres y los ninos de mas de diez anos!

Los cristianos se miraron unos a otros, con la incredulidad dibujada en sus semblantes. ?Como iban a desnudarse en presencia de sus mujeres, sus vecinas y sus hijas? Desde el interior del grupo se alzaron algunas protestas.

—?Desnudate! —exigio el Partal a un anciano de barba rala que estaba frente a el, una cabeza por debajo del monfi. El hombre se santiguo como respuesta. El monfi desenvaino lentamente su larga y pesada espada, y apoyo la afilada punta en el cuello del cristiano, sobre la nuez, hasta que en ella broto un hilillo de sangre. Entonces insistio—: ?Obedece!

El anciano, desafiante, dejo caer los brazos a sus costados. El Partal le hundio la espada en el cuello sin dudarlo.

—Desnudate —dijo al siguiente cristiano, al tiempo que le acercaba al cuello la espada ensangrentada. El cristiano palidecio y, al ver al viejo agonizante a su lado, empezo a desabrocharse la camisa—. ?Todos! —exigio el Partal.

Muchas de las mujeres bajaron la mirada, otras taparon los ojos de sus hijas. Los moriscos estallaron en carcajadas. Ubaid, que no se habia perdido detalle de la escena, fue hacia las mulas. Hernando le siguio: debian prepararse para partir.

—?Las pobres van cargadas! —Exclamo el arriero con ironia—. Nadie sabe lo que llevan ahi... Es una suerte: si por casualidad se perdiera algo, nadie lo notaria...

Hernando se volvio hacia el, subitamente azorado. ?Que habia querido decir? Pero Ubaid parecia enfrascado en su tarea, como si sus palabras no hubieran sido mas que un comentario al azar. Sin embargo, casi sin pensarlo, Hernando se oyo responder, con voz mas firme de lo habitual:

—?Nada se va a perder! Es el botin de nuestro pueblo.

Ninguno de los dos dijo ni una palabra mas.

Por fin abandonaron Alcutar: Brahim, el Partal y sus

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