en la sierra; alli estaba a salvo. Pero esconder plumas, tintero y papeles... ?era imposible!
?Donde podia escribir sin peligro de ser descubierto? Hernando recorrio la gran biblioteca con la mirada: se trataba de una habitacion rectangular con una puerta en cada uno de sus extremos. Entre las estanterias de los libros y las ventanas enrejadas que daban a la galeria y al patio habia una larga mesa con sillas y lamparas para la lectura y tres escritorios independientes. No tenia donde esconderse. Observo una tercera puerta al fondo de la estancia, encajonada en la libreria, y que daba acceso al antiguo alminar adosado a una esquina del palacio. En alguna ocasion habia curioseado en el interior del alminar y lo unico que encontro fue la nostalgia al imaginar al muecin llamando a la oracion: se trataba de un simple torreon cuadrado, estrecho, con un machon central a cuyo alrededor, en forma circular, ascendian las escaleras que llevaban a lo alto. Debia encontrar algun sitio donde escribir, incluso si ello requeria cambiar de costumbres o hacerlo fuera del palacio, en otra casa. ?Por que no? Extrajo el arrugado papel de su camisa y contemplo el alif. Le parecio diferente a cuantas letras pudiera haber escrito hasta entonces; noto en ella una devocion de la que adolecian las demas. Hizo ademan de romper el papel, pero se arrepintio: era la primera letra que escribia tratando de representar a Dios en ella, igual que le sucedia a Arbasia con sus imagenes sagradas.
?Donde podia ocultar sus trabajos? Se levanto, cogio una lampara, paseo por la biblioteca descartando posibles escondrijos y al final se encontro al pie de las escaleras del alminar. No parecia que nadie acudiese alli a menudo; los escalones estaban llenos de la arenilla que se desprendia de los viejos sillares. Aquella torre no habia sido reparada en siglos, quiza por el significado que tenia para los cristianos. Empezo a ascender apoyandose en el pilar central. Algunas de sus piedras se movian. ?Y si pudiera esconder sus papeles tras alguna de ellas? Las palpo con detenimiento para encontrar alguna que le sirviese. De repente, a mitad de la ascension, una de las piedras cedio. Hernando acerco la lampara: no solo habia sido la piedra; un par de ellas, en linea, habian dejado a la vista una rendija casi inapreciable. ?Que era aquello? Empujo con fuerza y las piedras se desplazaron: parecia una pequena portezuela secreta que se abria a un reducido hueco abierto en el pilar.
Ilumino el interior; la lampara temblaba en su mano y descubrio una arqueta: lo unico que cabia en aquel reducido espacio. Se trataba de un arca de cuero repujado y ferreteado muy diferente a las arcas y arcones que se podian encontrar en el palacio, la mayoria de estilo mudejar, taraceados en hueso, ebano y boj, o fabricados en Cordoba y adornados con guadamecies. Tiro de ella para extraerla, se arrodillo en las escaleras y acerco la lampara para examinarla: el cuero estaba muy trabajado, y entre varios motivos vegetales, entrevio un alif como el que acababa de dibujar. ?No podia ser mas que un alif!
Se acerco cuanto pudo y limpio el polvo del cuero. Tosio. Luego acerco la llama de la lampara a los dibujos que acababa de limpiar y recorrio las letras desgastadas con la yema de sus dedos al tiempo que las leia: «Muham... Ibn Abi Amin. ?Al-Mansur!, musito reverentemente. Poco mas podia leerse. Un escalofrio recorrio su columna vertebral. ?Se trataba de una arqueta musulmana de la epoca del caudillo Almanzor! ?Que hacia alli escondida? Se sento en el suelo. ?Si pudiera abrirla!
Inspecciono la cerradura que unia las dos laminas de hierro que recorrian la parte central de la arqueta. ?Como podria abrirla? Mientras sus dedos jugueteaban sobre el cierre, la veta de hierro se desprendio suavemente del cuero al que estaba cosida con un tenue ruido a viejo y a podrido. Hernando se encontro con la cerradura en la mano. Dudo unos instantes. Volvio a arrodillarse y abrio la tapa con solemnidad.
Cuando ilumino el interior, descubrio varios libros escritos en arabe.