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Cesare Arbasia vivia solo en una casa cerca de la catedral, donde estuvo la alcaiceria. La noche en que invito a cenar a Hernando tuvo la cortesia de evitar el tocino, asi como los rabanos, los nabos o las zanahorias, que los moriscos relacionaban con la alimentacion de los marranos y por tanto detestaban.
—Lo que no he podido conseguir —le confeso el pintor antes de cenar, mientras los dos tomaban una limonada en la galeria que daba a un patio primorosamente cuidado— es que el carnero haya sido sacrificado de acuerdo con vuestras leyes.
— Hace mucho tiempo que no podemos permitirnos esos alimentos. Vivimos amparados por la
Ambos hombres cruzaron sus miradas en silencio, oliendo el perfume de las flores en la noche de primavera. Hernando aprovecho para dar un sorbo de limonada y se dejo llevar por los aromas, con el recuerdo de otro patio similar y las risas de sus hijos mientras jugaban con el agua. Esa misma manana habia descubierto el ultimo rostro que Arbasia habia pintado en el fresco de la Santa Cena que embellecia la capilla del Sagrario. La pintura aparecia en el fronton, sobre la misma hornacina destinada a guardar el cuerpo de Cristo, el lugar principal. Hernando no pudo apartar los ojos de la figura que se sentaba a la izquierda del Senor, abrazada por El; parecia... ?parecia una mujer!
—Tengo que hablar contigo —le dijo con los ojos clavados en la figura de mujer.
—Espera. Aqui, no —contesto el pintor al tiempo que seguia la mirada del morisco e intuia su desconcierto.
Entonces, por primera vez, lo invito a cenar a su casa.
Con el rumor del agua de la fuente siempre presente, charlaron un rato hasta que el maestro decidio tomar la iniciativa:
—?De que querias hablarme? ?Es sobre la pintura?
—Tenia entendido que en la ultima cena solo se hallaron presentes los doce apostoles. ?Por que has pintado una mujer abrazada por Jesucristo?
—Se trata de san Juan.
—Pero...
—San Juan, Hernando, no insistas.
—De acuerdo —accedio Hernando—. Escuchame entonces porque hay algo que quiero contarte. Hara cerca de un mes, encontre en el antiguo alminar del palacio del duque las copias en arabe de varios libros, junto a la nota de un escriba de la corte califal. En los dos anos que he pasado en casa del duque he leido mucho sobre el. Al-Mansur, que los cristianos llamaban Almanzor, fue caudillo del califa Hisham II y el mejor general musulman de la historia de la Cordoba musulmana. Llego a atacar Barcelona y hasta Santiago de Compostela, en el interior de cuya catedral permitio que abrevara su caballo. De alli hizo traer hasta Cordoba las campanas, a hombros de los cristianos, para luego fundirlas y convertirlas en lamparas para la mezquita; mas tarde, el rey Fernando el Santo vengo esa afrenta. —Arbasia escuchaba con atencion, sorbiendo limonada—. Pero Almanzor tambien fue un fanatico religioso, lo que le llevo a cometer verdaderas tropelias para con la cultura y la ciencia. Se da el caso de que el padre del califa, al-Hakam II, fue uno de los califas mas sabios de Cordoba. Una de sus preocupaciones fue la de reunir en Cordoba el saber de la humanidad, para lo que mando emisarios a los confines del mundo a fin de que comprasen cuantos libros y tratados cientificos hallasen.