la palabra revelada; el nuevo consejo apostaba con decision por la lucha y los rumores sobre revueltas e intentos de levantamiento corrian de boca en boca por la ciudad de Cordoba, lo que contribuia a exacerbar la animosidad entre cristianos y moriscos. La ultima tentativa habia tenido lugar un ano atras, y origino la inmediata reaccion del Consejo de Estado, que solicito un detallado informe a la Inquisicion. Se trataba de una conjura entre los turcos y el rey de Navarra Enrique III, hugonote y enemigo acerrimo de Felipe II, para invadir Espana con la ayuda interna de los moriscos.
—Son hombres incultos —afirmo Aisha refiriendose a los nuevos miembros del consejo—. Tengo entendido que ninguno de ellos sabe leer o escribir.
Hernando sabia que no seria bien recibido por Abbas y sus seguidores. ?Que iban a hacer aquellos hombres con la copia del evangelio? Probablemente actuarian igual que en su dia lo hizo Almanzor: por mas que apoyase las doctrinas coranicas, condenarian el libro por heretico, en cuanto que habia sido escrito por un cristiano. Ademas, a pesar de su antiguedad, solo se trataba de una copia y con toda seguridad desconfiarian de el. ?Habria conseguido el escriba salvar el original de la quema?
Hernando suspiro: si de algo estaba seguro era de que la violencia no mejoraria la situacion de su pueblo. Siempre serian aplastados por una fuerza mayor, como ya habia sucedido en el pasado, que encontraba en las rebeliones el motivo para dar rienda suelta al profundo odio hacia los moriscos. ?Existiria, pues, algun otro camino para lograr que unos y otros pudieran convivir en paz?
Ocho dias despues de la cena con Arbasia, Hernando fue llamado a presencia del duque, que recalo en Cordoba de camino a Sevilla desde Madrid. Se lo comunicaron en las caballerizas de palacio, en el momento en que se disponia a salir a pasear a lomos de Volador, el magnifico tordo que le habia regalado el duque y que aparecia herrado con la «R» de la nueva raza creada por Felipe II. Pasara lo que pasase, aquel caballo era suyo, le aseguro don Alfonso, sabedor del problema con Azirat. En prueba de ello, le entrego un documento a su favor, emitido por su secretario y firmado de puno y letra por el duque de Monterreal.
Devolvio a Volador al mozo de cuadras y partio tras el joven paje encargado de transmitirle el requerimiento del duque.
Tuvieron que cruzar cinco patios, todos ellos floridos, todos con una fuente en su centro, antes de llegar a la antesala, donde un nutrido grupo de personas aguardaba a ser recibido por el aristocrata: en cuanto se supo de la llegada del noble, muchos se habian apresurado a solicitar audiencia. En los bancos de las visitas, adosados a las paredes laterales del salon, aparecian sentados algunos sacerdotes, un veinticuatro de Cordoba, dos jurados, varias personas desconocidas por Hernando y tres de los hidalgos que vivian en palacio. En otro banco se sentaban los criados, ocupados en atender a los visitantes durante la espera, y a su lado una banqueta baja donde se sento el paje que le conducia en cuanto el maestresala se hizo cargo del morisco.
Hernando percibio las miradas de odio con que los visitantes acompanaban su recorrido a lo largo de la sala: pasaba por delante de todos ellos. A diferencia de quienes esperaban ataviados con sus mejores galas, el vestia el atuendo de montar: borceguies hasta las rodillas, calzas sencillas, camisa y una marlota cenida, sin adornos. El portero que custodiaba el acceso al despacho del duque llamo suavemente a la puerta al ver acercarse a Hernando y al maestresala, y les franqueo el paso sin que tuvieran necesidad de detenerse.
—?Hernando! —El duque abandono el escritorio tras el que se sentaba y se levanto para recibirle como si fuera un buen amigo.