Tanto secretario como escribano fruncieron el ceno.
—Don Alfonso —saludo el morisco, aceptando con una sonrisa la mano que le tendia.
Se dirigieron a un par de sillones de cuero en el otro extremo del despacho, algo alejados del secretario y del escribano. El duque se intereso entonces por su vida y Hernando contesto a sus muchas preguntas. El tiempo transcurria y la gente esperaba fuera, pero aquello no parecia importar al noble, que se explayo a sus anchas sobre los volumenes que conformaban su biblioteca cuando, por casualidad, surgio ese tema de conversacion.
—Me gustaria poder disponer de tanto tiempo como tu para dedicarme a la lectura —anhelo en un determinado momento—. Disfrutalo, porque en breve no podras hacerlo. —La expresion de sorpresa por parte de Hernando no paso inadvertida al duque—. No te preocupes, podras llevar contigo los libros que desees. Silvestre —llamo entonces a su secretario—, acercame la cedula. Veras —anadio con el documento en sus manos—, como sabes, tengo el honor de formar parte del Consejo de Estado de Su Majestad. En realidad, lo que te voy a contar es un problema que concierne al Consejo de Hacienda, pero sus funcionarios son tan incapaces de obtener los recursos que el rey necesita que don Felipe no hace mas que despotricar contra ellos cuando le niegan los dineros. Las Alpujarras —solto entonces don Alfonso entregandole el documento—. ?No me pediste quehacer? —sonrio—. Casi todos los lugares que componen las Alpujarras pertenecen a la Corona, y Su Majestad esta colerico porque no rentan lo que deberian, y ello pese a haber concedido a sus repobladores exenciones en el pago de alcabalas y otros beneficios. Aun asi, los tercios reales que deberia obtener la hacienda del reino no son los que cabria esperar; asi me lo comento enojado, y entonces se me ocurrio que quiza tu, que conociste la zona, podrias investigar para que Su Majestad compare tus informes con los del tribunal de Poblacion de Granada y el Consejo de Hacienda. El rey acepto de buen grado la propuesta. Le gustaria darles una leccion a los del Consejo.
?Las Alpujarras!, musito Hernando. ?Don Alfonso le estaba proponiendo que viajara a las Alpujarras! Erguido en el sillon, incomodo, manoseo el documento que le entrego Silvestre y miro al malcarado secretario que permanecia a espaldas del duque. Estuvo tentado de romper el lacre que cerraba la cedula, pero el discurso de don Alfonso reclamo su atencion.
—Tras la expulsion de los cristianos nuevos de las Alpujarras, el rey envio agentes a Galicia, Asturias, Burgos y Leon para encontrar colonos con los que repoblar esas tierras. A los nuevos habitantes se les asignaron casas y haciendas, y como te he dicho, se les concedieron beneficios en el pago de alcabalas, ademas de entregarseles alimentos y bestias para fomentar el cultivo de las tierras. Su Majestad es consciente de que la repoblacion no fue completa y que muchos lugares quedaron deshabitados, pero aun asi..., las tierras no rentan lo que debieran. Tu objetivo sera viajar por la zona como enviado personal mio, nunca del rey, ?has entendido? Su Majestad no quiere que el alcalde mayor de las Alpujarras ni el procurador general crean que desconfia de ellos.
—?Entonces...? —pregunto Hernando.
—Otro de los beneficios concedido a aquellas gentes es el de poder echar el garanon a las yeguas sin necesidad de consentimiento real, por lo que es de suponer que la cabana equina habra aumentado considerablemente durante estos anos. Tu mision, la que consta en esa cedula, sera la de encontrar buenas yeguas de vientre para mis cuadras. Tu entiendes de caballos. Evidentemente, no te satisfara ninguna. No creo que en esas tierras puedan existir animales de calidad, pero si considerases que alguno realmente merece la pena —sonrio—, no dudes en comprarlo.
Hernando penso unos instantes: las Alpujarras, ?su tierra! Con todo, un sudor frio le asalto de repente.