Don Alfonso ni siquiera se volvio hacia su secretario, pero el tono imperativo de sus palabras basto para que Silvestre entendiera que su senor no iba a tolerar mas murmullos o suspicacias acerca de su amigo morisco.

—Por supuesto, excelencia —contesto el secretario.

—Pues ponte en contacto con don Diego Fajardo de Cordoba e interesate por esa nina cristiana. Yo te creo, Hernando —aclaro, dirigiendose a el—. No necesito confirmar tu historia, pero quiero que cuando cabalgues por las Alpujarras seas recibido como lo que eres: un cristiano que arriesgo su vida por los demas cristianos. El rey no debe ver en peligro sus intereses por los posibles recelos de los cristianos viejos que habitan esos lugares.

El duque dio por finalizada una audiencia que se habia prolongado mucho mas tiempo del que le ocupaban otros temas, por importantes que fuesen, pero que despachaba con rapidez.

—Continuemos con los suplicantes —ordeno don Alfonso. Al instante, de algun lugar del que Hernando no llego a ver, salio corriendo un paje de escritorio para avisar al maestresala—. No es necesario —dijo el duque interrumpiendo la carrera del pequeno.

El nino se detuvo y, extranado, interrogo al escribano. Silvestre le hizo senas de que retornase a un pequeno banco situado en una esquina escondida y oscura, en el que se hallaba sentado otro joven paje. El mismo duque, rompiendo el protocolo, acompano a Hernando hasta la puerta, la abrio y, delante de las sorprendidas visitas, siempre pendientes de las correrias de los pajes con sus instrucciones y mensajes, le abrazo y se despidio de el con sendos besos en las mejillas. Muchos, que no habian ocultado su desprecio a la entrada del morisco, bajaron ahora la vista mientras este volvia a cruzar la antesala en direccion a las caballerizas.

Aun pendiente de la confirmacion del hijo del marques de los Velez, el rumor de la ayuda prestada por Hernando a Isabel y a un numero indeterminado de cristianos durante la revuelta, que crecia a medida que corria de boca en boca, se propago tanto por la comunidad cristiana como por la morisca. Los esclavos moriscos del duque se ocuparon de ponerlo en conocimiento de Abbas y de los demas miembros del consejo, quienes encontraron en aquellas informaciones la prueba de cuantas acusaciones vertian contra el traidor.

— ?Como es posible? —le grito Aisha en una de las ocasiones en que fue a visitarla. Paseaban por la ribera del Guadalquivir en direccion al molino de Martos, cerca de las curtidurias, alli desde donde anos ha, se embarcaba en La Virgen Cansada . El cabildo municipal habia decidido hacer de aquella zona un lugar de esparcimiento de los cordobeses. Aisha no reparo en la gente que circulaba a su alrededor: hablaba en tono ofendido, no exento de tristeza—. ?Nos enganaste a todos! ?A tu pueblo! ?Al propio Hamid!

—Solo era una nina, madre. ?Querian venderla como esclava! No creas en las habladurias...

—?Una nina igual que tus hermanas! ?Las recuerdas? Las mataron los cristianos en la plaza de Juviles junto a mas de mil mujeres. ?Mas de mil, Hernando! Y las que no fueron asesinadas terminaron vendidas en almoneda en la plaza de Bibarrambla de Granada. Miles y miles de nuestros hermanos fueron ejecutados o esclavizados. ?El mismo Hamid! ?Lo recuerdas?

—?Como no voy a recordar a...?

—Y Aquil y Musa... —le interrumpio su madre, gesticulando con violencia—, ?que hay de ellos? Nos los robaron nada mas llegar a esta maldita ciudad y los vendieron como esclavos pese a ser solo unos ninos. ?Ningun cristiano acudio en su defensa! Eran

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