tan ninos como esa..., esa Isabel de la que hablas. —Anduvieron una buena distancia en silencio—. No lo entiendo —se lamento Aisha con voz rendida, ya cerca del molino que se introducia en el rio para aprovechar la corriente y moler el grano—. Ya me costo hacerlo con lo del noble, pero ahora... ?Traicionaste a tu pueblo! —Aisha se volvio hacia su hijo; su rostro expresaba una firmeza que el pocas veces habia percibido en ella antes—. Tal vez seas el jefe de la familia... de una familia que ya no existe, tal vez seas lo unico que me queda en este mundo, pero aun asi, no quiero volver a verte. No quiero nada de ti.

—Madre... —balbuceo Hernando.

Aisha le dio la espalda y se encamino al barrio de Santiago.

46

Hernando evoco todos y cada uno de los momentos vividos hacia catorce anos, cuando habia recorrido aquel mismo camino en direccion a Cordoba, desastrado y maltrecho, junto a miles de moriscos. Sintio de nuevo el peso de los ancianos a los que habia tenido que ayudar y escucho el eco de los lamentos de madres, ninos y enfermos.

De malos modos ordeno hacer noche en la abadia de Alcala la Real, todavia en construccion.

—Podriamos continuar un poco mas —se quejo don Sancho—. En primavera los dias son mas largos.

—Lo se —contesto Hernando, muy erguido, a lomos de Volador—. Pero nos detendremos aqui.

Don Sancho, el hidalgo designado por el duque para acompanar a Hernando en el viaje, torcio el gesto ante las imperativas instrucciones de quien no hacia mucho era su pupilo. Los cuatro criados armados que los acompanaban, y que vigilaban la reata de mulas cargadas con sus pertenencias, cruzaron miradas de complicidad ante lo que no era mas que una nueva muestra de autoridad de las muchas producidas durante las jornadas precedentes. Hernando hubiera preferido viajar solo.

La comitiva se acomodo en la abadia. El sol empezaba a ponerse y el morisco pidio que le aparejasen de nuevo a Volador y, solo, al paso, observado por las gentes de la villa, descendio del cerro donde estaban fortaleza y abadia, con las extensas tierras de cultivo a sus pies y Sierra Nevada en la lejania. Al abandonar la medina y encontrarse en campo abierto, espoleo a Volador. El caballo corcoveo con alegria, como si agradeciera el galope que le pedia su jinete tras las largas, lentas y tediosas jornadas en que habia tenido que acompasar su ritmo al de las mulas.

A Hernando no le costo identificar el llano donde pasaron la noche en su exodo a Cordoba, pero si encontrar la acequia en la que Aisha lavo a Humam despues de arrancar su cadaver de brazos de Fatima. No podia estar muy lejos del campamento. Cabalgo por los campos atento a las acequias que los regaban. No habian senalado la tumba del pequeno; lo enterraron en tierra virgen, solo envuelto por el triste silencio de Fatima y el monotono canturreo de Aisha.

Creyo adivinar el lugar, cerca de un hilo de agua que aun corria igual que entonces. Se lo debia, penso. Se lo debia a Fatima y a sus hijos, a quienes ni siquiera habia podido enterrar; se lo debia a si mismo. La tumba de aquel nino muerto era el unico resto que le quedaba de su esposa y sus hijos, que, igual que Humam, habian nacido del vientre de Fatima. Hernando desmonto frente a un pequeno tumulo de piedras que el paso del tiempo no habia logrado esconder, seguro de que bajo esa tierra reposaba el cadaver del hijo de Fatima. Miro a uno y otro lado: no se veia a nadie; solo se oia la respiracion del caballo a sus espaldas. Ato a Volador a unos matorrales y se dirigio a la acequia, donde se lavo lenta y

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