iglesia. El templo ya estaba restaurado. Montado sobre Volador, paseo la mirada por el lugar. ?Cuantas experiencias habia vivido en aquella plaza y sus alrededores! La recordo abarrotada por los hombres del ejercito de Aben Humeya. El mercado, los jenizaros y los turcos que por primera vez conocio en ella. Fatima, Isabel, Ubaid, Salah el mercader, la llegada de Barrax y sus garzones...

—?Bienvenidos!

Tan absorto estaba en sus recuerdos que Hernando ni siquiera habia advertido la llegada de una pequena comitiva encabezada por el alcalde mayor, un hombre basto y bajo, de cabello tan negro como su traje, al que acompanaban dos alguaciles. Hernando desmonto, imitando a don Sancho. El alcalde se dirigio al hidalgo, pero este le hizo una brusca sena de que era al otro jinete a quien debia dirigirse.

—En nombre del corregidor de Granada —anadio, ya frente al morisco—, os doy la bienvenida.

—Gracias —dijo Hernando, y estrecho la mano que le ofrecia con solemnidad el alcalde.

—El duque de Monterreal se ha interesado ante el corregidor por vuestra estancia. Os tenemos preparado un alojamiento.

Varios curiosos se acercaron al grupo. Hernando se movio, incomodo por el recibimiento, y, entendiendo que debia seguir al alcalde hacia la casa que le tenian dispuesta, dio un paso hacia delante, pero el hombre continuo su discurso.

—Tambien debo daros la bienvenida en nombre de Su Excelencia, don Ponce de Hervas, oidor de la Real Cancilleria de Granada... —Hernando abrio las manos en senal de ignorancia—. Se trata —explico el alcalde— del esposo de dona Isabel, la nina a quien valientemente salvasteis de la esclavitud a manos de los herejes. El juez, su esposa y toda su familia desearian daros las gracias personalmente y, por mediacion de mi humilde persona, os ruegan que una vez hayais finalizado la mision que os trae a las Alpujarras, os dirijais a Granada, donde sereis honrados en casa de Su Excelencia.

Hernando dejo escapar una sonrisa. La nina vivia. Alli mismo, en esa plaza, habia tirado de la soga que la ataba, tratando de sortear a los mercaderes del zoco y desdenar las ofertas que recibia. ?Mas de trescientos ducados podras obtener por ella!, recordo que le habia gritado uno de los jenizaros a las puertas de la casa de Aben Humeya.

—?Que le contesto? —pregunto el alcalde.

—?A quien? —pregunto Hernando, volviendo en si de sus recuerdos.

—Al oidor. Espera respuesta a su invitacion. ?Que le contesto?

—Decidle que si... Que ire a su casa.

El duque tenia razon: las yeguas nacidas en las Alpujarras no eran de buena calidad. Se trataba de animales de poca alzada, torpes, de cuellos cortos y rigidos, y grandes cabezas que parecian pesarles en exceso. Hernando recorrio pueblos y lugares preguntando por los caballos, y lo hizo solo, decision que ni don Sancho ni los criados discutieron, montado en un Volador que por si solo despertaba admiracion en las humildes gentes que se le acercaban para intentar venderle alguno de sus caballos. Nadie reconocio en el a uno de los moriscos que se habian alzado catorce anos atras. Vestia a la castellana, con un lujo que le incomodaba; sus ojos azules y su tez, mas palida incluso que la de muchos alpujarrenos, evitaban que llegara a despertar la menor sospecha. Sintiendose un traidor a su gente, aprovecho las lecciones que le habia ensenado don Sancho y trato de hablar sin usar la fonetica caracteristica de los moriscos. Todo ello le proporciono libertad de movimientos. Visito Juviles. Varias poblaciones de la taa estaban abandonadas y en el pueblo donde vivio sus primeros anos no

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