muchos principales de la ciudad amigos del corregidor envian sus rebanos a pastorear a las Alpujarras y permiten, con indolencia, que los animales arruinen las cosechas y los morales. Ademas, a la hora de recogerlos o de cambiarlos de un pasto a otro, utilizan a hombres armados que eligen a los mejores, aunque no sean suyos.

—Nos los roban, excelencia —grito, sofocado, otro hombre—, y el alcalde mayor de Ugijar nada hace para defendernos.

Pero Hernando no le escuchaba. Recordaba con nostalgia como de nino tenia que recomponer los rebanos, una vez desperdigados, para librarse del diezmo.

—?Hara algo vuestra excelencia? —insistio el gallego, haciendo ademan de agarrar a Hernando del brazo, accion que fue bruscamente interrumpida por un anciano que se hallaba a su lado.

—Solo he venido a comprar caballos —le contesto Hernando con cierta brusquedad. ?Que sabian aquellos cristianos de lo que eran los robos y las violaciones de los derechos de las gentes? ?Que sabian de la impunidad con que se maltrataba a los moriscos?, penso ante la expectacion con que le interrogaban. Ni siquiera pagaban alcabalas: estaban exentos. ?Trabajad!, estuvo a punto de exhortarles.

A pesar de que estaba seguro de cuales eran las causas de las exiguas rentas reales, y mas seguro todavia de que alli no encontraria yegua alguna que mereciera ser adquirida para las cuadras de don Alfonso, Hernando decidio prolongar su estancia en las Alpujarras. La irritacion de don Sancho y de los criados por tener que vivir en una pequena casa sin comodidades y en un pueblo perdido eran recompensa suficiente. El tosco alcalde mayor y el abad de Ugijar, junto a algunos de los seis canonigos, constituian las unicas personas con quienes el hidalgo podia permitirse un atisbo de conversacion. Hernando, a caballo, abandonaba Ugijar al amanecer, despues de la misa. Le gustaba hacerlo rodeando la casa de Salah el mercader, ahora habitada por una familia cristiana, y recorria todos aquellos lugares que habia conocido durante la sublevacion. Estudiaba el comercio y hablaba con las gentes para conocer cuales eran los problemas reales por los que la actividad de esa zona, en la que tantos y tantos moriscos se alimentaron y sacaron adelante a sus familias, se habia estancado. En ocasiones buscaba refugio por las noches en alguna casa y dormia lejos de Ugijar. Ascendio al castillo de Lanjaron pero no se atrevio a desenterrar la espada de Muhammad. ?Que iba a hacer con ella? En su lugar, a solas, se arrodillo y rezo.

Pero tal era el aburrimiento del viejo y acicalado don Sancho que un dia insistio a Hernando en acompanarle en sus salidas.

—?Estais seguro? —le pregunto el morisco—. Pensad que las zonas por las que me muevo son extremadamente agrestes...

—?Dudas de mis habilidades a caballo?

Partieron una manana al amanecer; el hidalgo se habia ataviado como si asistiese a una monteria real. Hernando sabia de algunos caballos que se apacentaban en las cercanias del puerto de la Ragua y se encamino a Valor para desde alli, por senderos o campo a traves, ascender a la sierra. Ahora le tocaba a el ensenarle algo al primo del duque.

—Se cual es el objeto de tu mision —le advirtio a gritos el hidalgo desde el otro lado de un riachuelo que Volador habia saltado sin problema. Don Sancho azuzo a su caballo y este salto tambien. Hernando tuvo que reconocer que el hidalgo se defendia en la montura con una soltura impropia de su edad—. No creo que sea necesario este recorrido para averiguar por que el rey no obtiene las suficientes rentas...

—?Conoceis las tierras y donde y que se cultiva? —le pregunto Hernando. Don Sancho nego—. ?Teneis miedo entonces?

El hidalgo fruncio el ceno y chasqueo la lengua para que su

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