—De acuerdo, pero... ?Por que?
—Eso no te incumbe —le interrumpio Hernando—. Limitate a cumplir tu parte.
Una vez resuelto ese problema, le restaba un segundo. ?Que pocas eran las previsiones que debia tomar ante un viaje!, penso despues de llamar una noche a la puerta de la casa de Arbasia. Importantes ambas, si, pero tan solo dos. La criada que abrio la puerta le hizo esperar en el zaguan de entrada, en penumbra. La ultima vez que habia tenido que viajar, se habia limitado a dejar la casa en manos de Fatima y a pedir a Abbas que cuidase de su familia...
—?A que debo tu visita, Hernando? Es tarde —interrumpio sus pensamientos un Arbasia que parecia cansado.
—Disculpa, maestro, pero debo partir de viaje y creo que en toda Cordoba solo hay una persona en la que puedo confiar.
Le tendio un rollo de cuero en cuyo interior estaba escondida la copia del evangelio de Bernabe. Arbasia lo imagino y no hizo ademan de cogerlo.
—Me pones en un compromiso —adujo—. ?Que sucederia si la Inquisicion encontrase ese documento en mi poder?
Hernando, a su vez, mantuvo el brazo extendido.
—Gozas del favor del obispo y del cabildo. Nadie te molestara.
—?Por que no lo escondes donde lo encontraste? Lleva anos sin ser descubierto...
—No se trata de eso. Ciertamente, podria esconderlo en muchos lugares. Lo unico que pretendo es que si a mi me sucede algo, este valioso documento no vuelva a perderse. Estoy seguro de que tu sabras que hacer con el si se diera esa situacion.
—?Y tu comunidad?
—No confio en ellos —reconocio Hernando.
—Ni ellos en ti, al parecer. He oido rumores...
—No se que hacer, Cesar. He luchado hasta arriesgar mi vida por nuestras leyes y nuestra religion. Me dijeron que para ello debia parecer mas cristiano que los cristianos y, ahora, la misma persona que me lo dijo, me rechaza como musulman. Toda la comunidad me desprecia... Piensan que soy un traidor. ?Hasta mi propia madre! —Hernando tomo aire antes de continuar—. Y no es solo eso: por lo que he oido, para mis hermanos la violencia parece ser la unica manera de salir de la opresion.
Arbasia cogio el evangelio.
—No pretendas el reconocimiento de tus hermanos —le aconsejo el pintor—. Eso no es mas que soberbia. Busca solo el de tu Dios. Continua luchando por lo que sientes, pero piensa siempre que el unico camino es el de la palabra, el de la comprension, nunca el de la espada. —Arbasia se mantuvo unos instantes en silencio antes de despedirse—: La paz, Hernando.
—Gracias, maestro. La paz sea contigo tambien.
En Ugijar, el alcalde mayor de las Alpujarras habia sido advertido de su llegada. De la misma manera que Hernando habia adoptado ciertas medidas antes de partir, tambien el duque ordeno a su secretario que mandara recado al alcalde de la capital de las Alpujarras, al tiempo que le pedia que, a traves de las noticias que pudieran proporcionarle los Velez, buscara a aquella nina, ya una mujer, que respondia al nombre de Isabel.
Hernando y sus acompanantes llegaron a la plaza de la