—Alli todavia viviran cristianos que padecieron la guerra. ?Como recibiran a un cristiano nuevo...?
—?Nadie osara poner la mano encima de un enviado del duque de Monterreal! —alzo la voz don Alfonso. Sin embargo, la indecision que se reflejo en el rostro de Hernando le obligo a replantearse su afirmacion—. Tu eras cristiano. Sabias rezar. Lo hiciste conmigo, ?recuerdas? Rezamos juntos a la Virgen. Ahora tambien lo haces. Supongo que tendras amigos que puedan atestiguar tu condicion si alguien la pusiera en duda.
Hernando percibio que Silvestre se ponia en tension y se acercaba por detras de don Alfonso para escuchar su respuesta. ?Que amigos cristianos tuvo en Juviles? ?Andres, el sacristan? Le odiaria por lo que su madre le habia hecho al sacerdote. ?Quien mas? No lograba recordar a nadie, pero tampoco debia reconocerselo al duque; no podia desvelar que su liberacion fue solo el fruto de una casualidad.
—Los tienes, ?no? —pregunto Silvestre desde detras del duque.
Don Alfonso permitio la intervencion de su secretario.
—He prometido al rey que se llevaria a cabo esa investigacion —insistio el noble.
—Si..., si —titubeo Hernando—, los tengo.
—?Quienes? ?Como se llaman? —salto el secretario.
Hernando cruzo su mirada con la de Silvestre. El hombre parecia saber la verdad y le taladraba con los ojos. Era como si hubiera esperado aquel momento con ansiedad: el momento en el que se desvelaria la verdadera fe de quien tantos favores recibia de su senor. ?Hasta un caballo de la nueva raza le habia regalado!
—?Quienes? —insistio Silvestre ante las dudas del morisco.
—?El marques de los Velez! —afirmo entonces Hernando alzando la voz.
Don Alfonso se irguio en su asiento, Silvestre retrocedio un paso.
—?Don Luis Fajardo? —se extrano el duque—. ?Que puedes tener tu que ver con don Luis?
—Igual que hice con vos —explico Hernando—, tambien salve la vida de una nina cristiana llamada Isabel. Se la entregue al marques y a su hijo don Diego a las puertas de Berja. Salve a varias personas —mintio al tiempo que miraba descaradamente a Silvestre, cuyo semblante estaba demudado. El duque escuchaba con atencion—. Pero para eso tenia que parecer morisco, pues en caso contrario me hubiera sido imposible hacerlo. Algunos llegaron a saber de mi, la mayoria no. Isabel si que me conocio y, como se trataba de una nina, la lleve adonde se encontraban los Velez. Podeis preguntarle a ellos.
—Estas hablando del segundo marques de los Velez, el «Diablo Cabeza de Hierro» que lucho en las Alpujarras. Murio poco despues —le comunico el duque—. El actual marques, el cuarto, tambien se llama Luis. —Hernando suspiro—. No te preocupes —le animo don Alfonso como si hubiera entendido el porque de aquel suspiro—. Podemos confirmar tu historia. Su hijo Diego, el que le acompanaba en Berja, caballero de la orden de Santiago, si que vive y ademas es pariente lejano mio. El Diablo caso con una Fernandez de Cordoba. —El duque dejo transcurrir unos instantes—. Te admiro por lo que hiciste en esa maldita guerra —dijo despues—. Y estoy seguro de que todos cuantos viven en esta casa comparten este sentimiento, ?no es cierto, Silvestre?