habitaban mas de cuarenta personas.

Con sentimientos encontrados a la vista de las casas del pueblo, de la iglesia y de la plaza que se abria junto al templo, siguio al alcalde hacia el lugar donde este tenia cuatro caballos que quiza pudieran interesarle. Al cruzar la plaza cerro los ojos y, al instante, oyo el ruido de los arcabuces y de los gritos de las mujeres, aspiro el olor a polvora, a sangre y a miedo. ?Mil mujeres habian muerto en aquella plaza! Respiro hondo tratando de recuperarse... Aquella noche habia visto a Fatima por primera vez, aquella noche habian muerto sus hermanastras. Aquella noche se habia convertido en un heroe para su madre, la misma que ahora le despreciaba...

Tan pronto como el hombre se encamino hacia las afueras, en direccion a lo que habia sido su antiguo hogar, Hernando entendio que utilizaba el cercado de sus mulas para estabular a los caballos. Andaba junto al alcalde, tirando de Volador de la mano, y a medida que se acercaban, el sonido de sus cascos se troco en sus oidos en el irregular repiqueteo de la Vieja al arribar sola al pueblo, anunciando la proxima llegada de la recua. No pudo evitar evocar el temor cerval que el sentia entonces, cuando debia encontrarse con su padrastro. Brahim... ?Que habria sido de el? ?Ojala estuviera muerto!

Examino los cuatro caballos del alcalde fingiendo mas interes del que sentia, y aprovecho para mirar aqui y alla. Descubrio, arrinconados, el yunque donde arreglaba las herraduras y algunos objetos en los que creyo reencontrar parte de su ninez. La casa estaba deshabitada, se usaba solo como almacen y, segun le dijo el alcalde, como criadero de gusanos de seda que el mismo explotaba con su esposa.

—Las habitaciones del piso superior estaban ya preparadas con andanas de zarzos pegadas a sus paredes para la cria de los capullos —explico como si aquella situacion le hubiera ahorrado mucho trabajo—. ?No tuve mas que aprovechar la labor de los herejes! —rio.

El alcalde se molesto ante la negativa de Hernando a comprarle la unica de las yeguas que poseia.

—No encontrareis nada mejor en toda la sierra —le espeto, y escupio al suelo.

—Lo siento —contesto el—. No creo que sea lo que el duque pretende para sus cuadras.

A la sola mencion del noble, el hombre se movio inquieto, como si hubiera insultado al noble con el escupitajo.

Perezosos, indolentes y holgazanes; tal fue la impresion que se formo de los repobladores de las tierras que antano habian pertenecido a su gente. Dejo al alcalde con sus pencos y sus capullos, y ascendio por las laderas de la sierra. Todos los pequenos bancales ganados a la montana durante anos, tanto el que el habia trabajado como el de Hamid y los de muchos mas, laboriosos moriscos que fecundaban las piedras a golpes de azada, se hallaban baldios e invadidos por las malas hierbas. Los muretes de piedra que aguantaban los bancales y que escalaban las laderas de la sierra aparecian derruidos en muchos de sus tramos y la tierra caia de unos a otros sin el menor impedimento; las acequias que irrigaban campos y huertos, rotas y descuidadas, dejaban escapar el agua, fuente de toda vida.

Inutiles en el cultivo e incapaces en la ganaderia, concluyo Hernando. Cada uno de los repobladores poseia el triple de tierras que los moriscos y, sin embargo, se morian de hambre. Los aldeanos trataban de excusar su dejadez.

—Todas estas tierras pertenecen al rey —le explico un gallego grueso, rodeado de lugarenos, en un alto que Hernando hizo en un meson—, y por lo tanto dependen directamente del corregidor de Granada, entre ellas las del monte alto, donde el ganado se alimenta de algo de hierba, matas y laston durante el verano. Siendo los pastos comunales,

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