Jaleados por la chiquilleria que salio a recibirles, ascendieron la empinada cuesta que llevaba al castillo de Juviles bien entrada la tarde del dia de San Esteban. Hernando no perdia de vista a Ubaid, que iba por delante de el. A medida que se acercaban, percibieron la musica y los aromas de las comidas que se preparaban en su interior. Tras las semiderruidas murallas del fuerte los esperaban las mujeres y los ancianos de Cadiar, asi como muchas otras gentes de diferentes lugares de las Alpujarras, principalmente mujeres, ninos y ancianos, que acudian en busca de refugio, ya que sus padres o esposos se habian sumado al levantamiento. En el interior del amplio recinto, jalonado por nueve torres defensivas —algunas destruidas, otras todavia irguiendose con arrogancia sobre el abismo—, se abigarraban como en un bazar decenas de tiendas y chozas hechas con ramas y telas, que guardaban las pertenencias de cada familia. Las hogueras relumbraban en cualquier espacio que se abriese entre las tiendas; los animales se mezclaban con ninos y ancianos, mientras las mujeres, ataviadas con coloreados trajes moriscos, se dedicaban a cocinar. La algarabia y los aromas lograron que Hernando se relajase: no se trataba de las ollas o pucheros con verduras y tocino que comian los cristianos; el aceite quemaba por doquier. Desfilaron junto a las tiendas entre la ovacion general, y una mujer le ofrecio un dulce de almendra y miel, otra un bunuelo y una tercera una sabrosa y trabajada confitura recubierta de alcorza. Aqui y alla, por grupos, sonaban panderos, gaitas y atabales, dulzainas y rabeles. Mordio la alcorza y en su boca se mezclaron los sabores del azucar, el almidon y el almizcle, del ambar, del coral rojo y las perlas, del corazon de ciervo y del agua de azahar; luego, entre fuegos y mujeres, cantos y bailes, aspiro el aroma del cordero, la liebre y el venado, y de las hierbas con las que los cocinaban: el cilantro, la hierbabuena, el tomillo y la canela, el anis, el eneldo y mil mas de ellas. Las recuas de mulas cruzaron con dificultad el fuerte hasta uno de sus extremos, donde se asentaban los restos de la antigua alcazaba y se hallaba depositado el botin hecho en Cadiar. Las cautivas cristianas recien llegadas fueron asaltadas por las moriscas, quienes las despojaron de sus escasas pertenencias antes de ponerlas a trabajar.

Con la ayuda de los hombres a los que Brahim habia encargado la proteccion del botin de Cadiar, Hernando y Ubaid empezaron a descargar las mulas y a amontonar los objetos de valor; ambos estaban tensos y se vigilaban el uno al otro. En ello estaban, transportando los frutos de la rapina desde las alforjas al interior de la alcazaba, cuando las zambras y gritos fueron silenciandose hasta que todos pudieron escuchar la voz de Hamid que llamaba a la oracion desde el campanario de Juviles, ahora convertido en minarete. El castillo disponia de dos grandes aljibes que proporcionaban agua de la sierra, limpia y pura. Cumplieron con las abluciones y la oracion, y despues regresaron a su tarea; en el interior de la alcazaba se acumulaba un considerable tesoro compuesto por gran cantidad de objetos de valor, joyas y todos los dineros desvalijados a los cristianos.

Hernando dejo que sus ojos recorrieran el oro y la plata amontonada. Absorto en la pequena fortuna acumulada, no se percato de la proximidad de Ubaid. Tras la oracion de la noche, la oscuridad de la alcazaba solo se veia rota por un par de antorchas. La algarabia habia empezado de nuevo. Brahim charlaba con los soldados de guardia mas alla de la entrada a la alcazaba.

Ubaid le empujo al pasar junto a el.

—La proxima vez no tendras tanta suerte —mascullo.

?La proxima vez!, se repitio Hernando. ?Aquel hombre era un ladron y un asesino! Estaban solos. Miro al arriero. Penso unos instantes. ?Y si...?

—?Perro! —le insulto entonces.

El arriero se volvio sorprendido justo en el momento en que Hernando saltaba sobre el. El muchacho salio despedido por la bofetada con que le recibio Ubaid. Hernando trastabillo mas de lo necesario para dejarse caer sobre el tesoro morisco, justo donde

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