mercaderias que transportaba. Habia tenido bastantes problemas y pleitos con moriscos, pero el alcalde mayor de Ugijar siempre salia en su defensa. ?Que verguenza! ?Una cosa es robar a los cristianos, y otra a los de tu raza! Se cuenta que era amigo de...

Dejo de escuchar a su madre para revivir la discusion de su padrastro con el Partal y el posterior cruce de miradas que habian sostenido ambos arrieros tras la negativa de Brahim a saludarle. ?Brahim era capaz de muchas cosas, pero nunca habria robado a un musulman! Aisha siguio caminando; hablaba y gesticulaba junto a las demas mujeres, que asentian con parecidos aspavientos.

Hernando no continuo. No queria estar presente en el juicio. Seguro..., seguro que el arriero de Narila le echaba la culpa en publico.

—Tengo que curar a las mulas —se excuso en el momento en que un grupo de ninos le adelanto corriendo.

Un escalofrio surco la piel del muchacho. ?Matarlo...! ?Y por que no? ?Acaso no habia intentado hacerlo el? De no haber sido por la Vieja... ?Acaso no le habia amenazado con la muerte? ?Y Gonzalico? Se habia vengado cruelmente en el nino... aunque su actuacion tampoco habia sido mas atroz que la de los demas moriscos. Aparto aquellos pensamientos de su mente. Hamid decidiria, si: seguro que dictaba la sentencia acertada.

El juicio se inicio tras la oracion del mediodia y se prolongo durante toda la tarde. Ubaid nego haber hurtado la cruz, e incluso puso en duda la capacidad de Hamid para juzgarle.

— Cierto —reconocio el alfaqui, que sostenia en las manos la cruz encontrada entre las guarniciones de la mula—. No soy un alcall ; ni siquiera, despues de tantos anos, puedo considerarme un alfaqui. ?Prefieres que no te juzgue yo?

El arriero observo como algunos de los hombres que se congregaban en torno al juez llevaban la mano a sus dagas y espadas, y hacian ademan de adelantarse; solo entonces reconocio la autoridad de Hamid. Ubaid no consiguio ningun testimonio a su favor: nadie contesto positivamente a las preguntas con que Hamid iniciaba sus interrogatorios.

—?Testimonias tu que el llamado Ubaid, arriero de Narila, es un hombre de derecho y que nada hay que decir de el, que realiza la profesion de fe y sus purificaciones y que es bueno en la ley de Muhammad, bueno en su tomar y bueno en su dar?

Todos alegaron los numerosos problemas que el arriero habia tenido con sus hermanos en la fe. Incluso dos mujeres se adelantaron sin haber sido llamadas a testificar, y, como si quisieran apoyar las declaraciones de sus hombres, aseguraron haberle visto la noche anterior cometiendo adulterio.

Hamid hizo oidos sordos a las acusaciones que un desesperado Ubaid lanzaba contra Hernando, y sentencio que le cortasen la mano derecha por ladron. Sin embargo, como el cargo de adulterio no habia sido debidamente probado por cuatro testigos, tambien ordeno que las dos mujeres que habian testificado a ese respecto recibieran ochenta azotes, tal y como marcaba la ley musulmana.

Antes de ocuparse del castigo del arriero, Brahim se dispuso a ejecutar la pena contra las dos mujeres. Se habia procurado una fina vara e interrogo a Hamid con la mirada cuando le presentaron a las condenadas.

El alfaqui les pregunto si estaban prenadas. Ambas negaron, y entonces se dirigio a Brahim:

—Azotalas suavemente, conten tu fuerza —ordeno—. Asi lo dice la ley.

Las dos mujeres dejaron escapar un suspiro de

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