vuestros oidos y en los de quienes os escuchan. Quiero que los cristianos de ahi dentro —senalo hacia la iglesia— oigan de vuestras bocas esa musica celestial y se convenzan de que no hay otro Dios que Dios, ni otro profeta que Muhammad. Ensenales —finalizo dirigiendose a Hernando.

Durante los dos dias siguientes, Hernando no tuvo oportunidad de hablar con Hamid. Cumplia con sus obligaciones para con las mulas a la espera de que llegaran ordenes de Brahim, se encargaba de los pocos trabajos de la epoca en el campo y el resto lo dedicaba a ensenar a los ninos.

El dia 30 de diciembre Farax paso por Juviles al mando de una banda de monfies, y antes de partir de nuevo ordeno la inmediata ejecucion de los cristianos retenidos en la iglesia.

Farax el tintorero, nombrado alguacil mayor por Aben Humeya, no solo se dedico, como le habia ordenado el rey, a recoger el botin incautado a los cristianos, sino que decreto la muerte de todos aquellos mayores de diez anos que todavia no hubieran sido ejecutados, anadiendo que sus cadaveres no fueran enterrados sino abandonados para que sirvieran de alimento a las alimanas. Tambien mando que ningun morisco, so pena de la vida, escondiera o diera asilo a cristiano alguno.

Hernando y los componentes de su improvisada escuela presenciaron como los cristianos de Juviles abandonaban la iglesia desnudos, renqueantes, muchos enfermos, y con las manos atadas a la espalda, en direccion a un campo cercano. Arrastrando los pies junto al cura y al beneficiado, Andres, el sacristan, volvio el rostro hacia Hernando, que estaba sentado en el mayor de los fragmentos de la campana. El joven mantuvo su mirada fija en el hasta que un morisco empujo violentamente al sacristan con la culata de un arcabuz. Hernando sintio parte del golpe en su propia espalda. «No es una mala persona», se dijo. Siempre se habia portado bien con el... La gente se sumo a la comitiva y chillaba y bailaba alrededor de los cristianos. Los ninos permanecieron en silencio hasta que el grito de uno de ellos los levanto a todos al mismo tiempo. Hernando los observo correr hacia el campo como si de una fiesta se tratara.

—No te quedes ahi —escucho.

Se volvio para encontrarse con Hamid a sus espaldas.

—No me gusta verlos morir —se sincero el muchacho—. ?Por que hay que matarlos? Hemos convivido...

—A mi tampoco, pero tenemos que ir. A nosotros nos obligaron a hacernos cristianos so pena de destierro, otra forma de morir lejos de tu tierra y tu familia. Ellos no han querido reconocer al unico Dios; no han aprovechado la oportunidad que se les ha brindado. Han elegido morir. Vamos —le insto Hamid. Hernando dudo—. No te arriesgues, Ibn Hamid. El proximo podrias ser tu.

Los hombres acuchillaron al beneficiado y al sacerdote. Algo alejado, desde un pequeno bancal, Hernando se estremecio al ver a su madre dirigirse lentamente hacia don Martin, que agonizaba en el suelo. ?Que hacia? Sintio que Hamid le pasaba el brazo por los hombros. A gritos y empujones, las mujeres del pueblo obligaron a los hombres a apartarse de los clerigos. En silencio, casi con reverencia, un morisco puso un punal en la mano de Aisha. Hernando la observo arrodillarse junto al sacerdote, alzar el arma por encima de su cabeza y clavarla con fuerza en su corazon. Los «yu-yus» estallaron de nuevo. Hamid apreto con fuerza el hombro del muchacho mientras su madre se ensanaba con el cadaver del sacerdote. Poco despues el orondo cuerpo del clerigo aparecia convertido en una masa sanguinolenta, pero su madre, de rodillas, seguia clavando el cuchillo una y otra vez, como si con cada punalada vengara parte del destino al que otro cura la habia condenado. Entonces las mujeres se acercaron y la

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