vez herrada la mula y al contrario de como lo hacian los cristianos, corto la parte del casco que sobresalia de la herradura. Termino de herrar, comprobo los cascos de todas las demas mulas, y al final se volco en curar las mataduras de la que habia senalado en el castillo. Le habia pedido a su madre que encendiera el fuego antes de retirarse. Entro en la casa sin preocuparse por sus cuatro hermanastros que dormian revueltos en la pequena estancia que hacia las veces de cocina y comedor. Pronto recuperarian sus habitaciones del piso superior, junto a la de su madre y Brahim, cuando los casi dos mil capullos de seda que se agarraban a las andanas de zarzos dispuestas en las paredes fueran desembojados; mientras tanto, los capullos debian cosecharse en silencio y tranquilidad, y sus hermanastros se veian obligados a cederles sus habitaciones. Calento agua y puso a cocer miel y euforbio, que dejo en el fuego mientras iba a masajear con el agua caliente la zona herida de la mula. Volvio al fuego y mejoro la coccion con sal envuelta en un pano. Cuando considero que el remedio estaba listo, lo aplico a la rozadura. Aquella mula no podria trabajar en algunos dias por mucho que eso disgustara a Brahim. Contemplo los animales con satisfaccion, lleno sus pulmones del aire helado de la sierra y llevo su mirada hacia los perfiles de las montanas que rodeaban Juviles: todos contorneados en las sombras salvo el cerro del castillo, alumbrado por el fulgor de las hogueras de su interior. «?Que le habra sucedido a Ubaid?», penso, mientras se encaminaba al cobertizo para dormir lo poco que restaba de la noche.
8
A la manana siguiente Hernando se levanto al alba. Hizo sus abluciones y atendio a la llamada de Hamid a la primera oracion del dia. Se inclino dos veces y recito el primer capitulo del Coran y la oracion del
—Hamid conoce bien nuestras leyes —sostenia uno de los ancianos.
—Hace muchos anos —musito otro— que no se juzga a ningun musulman conforme a nuestras leyes. En Ugijar...
—?En Ugijar nunca se nos ha hecho justicia! —le interrumpio el primero.
Un murmullo de asentimiento recorrio el grupo. Hernando observo a la gente del pueblo: a los ancianos, a los ninos y a las mujeres que no habian participado en la revuelta y que ahora caminaban en direccion al castillo. Aisha iba entre ellos.
—?Que sucede, madre? —le pregunto cuando llego hasta ella.
—Tu padre ha llamado al castillo a Hamid —le contesto Aisha sin detenerse—. Van a juzgar a un arriero de Narila que ha robado una joya.
—?Que le haran?
—Unos dicen que le azotaran. Otros que le cortaran la mano derecha y algunos que lo mataran. No se, hijo. Hagan lo que hagan —escucho que decia su madre sin dejar de andar—, se merece cualquier cosa. Tu padrastro siempre me hablaba de el: hurtaba de las