conversacion que le procuraba el complacido hidalgo. Durante los dias anteriores habia intentado cumplir con su promesa al notario del cabildo catedralicio y escribir un informe acerca de los sucesos de Juviles durante la sublevacion, pero no solo no encontro las palabras para excusar los monstruosos desafueros de sus hermanos, sino que en cuanto trataba de concentrarse, sus pensamientos volaban hacia Isabel y se confundian con los recuerdos del dia en que su madre acuchillo a don Martin.
—No me gusta verlos morir —recordaba haberle dicho a Hamid ante la fila de cristianos desnudos y atados que se dirigian al campo—. ?Por que hay que matarlos?
—A mi tampoco —le habia contestado el alfaqui—, pero tenemos que hacerlo. A nosotros nos obligaron a hacernos cristianos so pena de destierro, otra forma de morir, lejos de tu tierra y tu familia. Ellos no han querido reconocer al unico Dios; no han aprovechado la oportunidad que se les ha brindado. Han elegido la muerte.
?Como iba a trasladar las palabras de Hamid en un informe al arzobispado? Y en cuanto a Isabel, esta parecia haberse sobrepuesto a la verguenza con la que abandono el dormitorio tras su unico encuentro, y se movia por el carmen con fingida soltura. No obstante, la duda le asaltaba al toparse con la mirada de ella: unas veces se la sostenia un instante de mas, otras la escondia con celeridad. Quien nunca la escondia era la joven camarera de Isabel, que incluso se permitio sonreirle con cierto aire de picardia; debia de haber sido ella quien recogio las ropas de su senora.
La misma manana en que debia acudir a la tertulia volvio a encontrarse con Isabel en la terraza y el deseo mutuo afloro en el incomodo silencio que se produjo entre la pareja. Pero Hernando, pese a la pasion que sentia, no quiso repetir una experiencia que no habia logrado mas que satisfacer su lado mas instintivo, sin procurarle el gozo que esperaba.
—Debes aprender a disfrutar de tu cuerpo —le susurro, notando como ella se estremecia al oir esas palabras.
Isabel enrojecio, pero callo y se dejo llevar por segunda vez al interior del dormitorio de Hernando.
El quiso hablarle de que se podia encontrar a Dios a traves del placer, pero se limito a proporcionarselo tratando de no asustarla en el momento en que ella se ponia en tension y reprimia los jadeos de satisfaccion. Isabel se dejo acariciar los pechos, sin llegar a descubrirlos, de espaldas a el, erguida, mordiendose el labio inferior ante los pellizcos en sus erectos pezones, pero escapo como alma que lleva el diablo, volviendo a abandonar sus ropas, cuando Hernando deslizo una mano hasta su entrepierna.
—Hemos llegado —le sobresalto el hidalgo interrumpiendo sus pensamientos.
Hernando se encontro frente a un torreon cuadrado coronado por almenas, en cuya fachada se abrian dos balcones y en la que a diversos niveles se adosaban cinco esculturas de cuerpo entero de personajes de la antiguedad. Tras el torreon que daba a la calle se extendia un edificio noble, con numerosos salones distribuidos en varios pisos alrededor de un patio con seis columnas de capiteles nazaries y un jardin en el extremo opuesto. Despues de dejar sus caballos en manos de los criados y acceder al palacio, fueron guiados por un portero a traves de unas estrechas escaleras que llegaban al segundo piso, donde habia un gran salon.
—A este salon se le conoce como la «Cuadra Dorada» —susurro don Sancho mientras el criado abria unas puertas en cuyas hojas se mostraban bustos laureados.
Nada mas acceder a la estancia, Hernando entendio el porque del nombre: la sala estaba inundada por unos reflejos dorados provenientes del magnifico