la actitud de Hernando, manteniendolo todavia agarrado del brazo—, auxiliasteis en la catedral, como traductor...

—Senores —le interrumpio Hernando al tiempo que se soltaba—, ?acaso me habeis invitado para someterme a un interrogatorio?

Ninguno de los dos hombres se inmuto.

—Alli en la catedral de Cordoba, en la biblioteca —continuo hablando don Alonso, al tiempo que volvia a agarrar suavemente a Hernando, como si no quisiera darle la oportunidad de escapar—, trabajaba un sacerdote..., don Julian.

Hernando torcio el gesto y se zafo una vez mas del contacto del traductor. Los tres permanecieron en silencio unos instantes, sondeandose, hasta que Miguel de Luna tomo la palabra.

—Sabemos de don Julian, el bibliotecario del cabildo catedralicio de Cordoba.

Hernando titubeo y se movio, inquieto. En el resto del salon, la gente charlaba animadamente en grupo, algunos en pie, otros sentados en lujosos sillones alrededor de mesas bajas de marqueteria surtidas de vino y dulces.

—Mirad —intervino Castillo—, Miguel y yo, al igual que don Pedro de Granada, descendemos de musulmanes. Despues de la guerra de las Alpujarras, en la que trabaje como traductor para el marques de Mondejar primero y despues para el principe don Juan de Austria, fui llamado por el rey Felipe para ocuparme de los libros y manuscritos arabes de la biblioteca del monasterio de El Escorial: debia traducirlos, catalogarlos... Otra de las funciones que me encomendo el rey fue la de buscar y adquirir nuevos libros en arabe. Halle algunos en tierras de Cordoba, un par de ejemplares del Coran que no resultaron interesantes para la biblioteca real y algunas copias de jofores y de calendarios lunares.

El traductor detuvo su discurso. Hernando ya no pugnaba por librarse de su mano y Castillo le permitio pensar. ?Que pretendian aquellos dos renegados? ?Todos colaboraban con los cristianos! Sus padres fueron quienes entregaron Granada a los Reyes Catolicos y no les dolian prendas por reconocer que ellos mismos estuvieron en el bando cristiano en la guerra de las Alpujarras. Eran nobles, eruditos, medicos o poetas entregados a la evangelizacion, igual que don Pedro de Granada. ?Castillo trabajaba para la Inquisicion! ?Y si aquella invitacion no era mas que un ardid para desenmascararle?

—Finalmente no los compre. —La repentina afirmacion del traductor puso en guardia a Hernando—. Estaban escritos en papel basto y actual e interlineados en aljamiado, como si...

—?Por que me contais todo eso? —le interrumpio Hernando.

—?Que es lo que le contais a mi invitado?

Hernando se volvio y se encontro cara a cara con don Pedro de Granada.

—Le estabamos hablando acerca del trabajo de Alonso en la biblioteca del rey —explico Luna—, y de que conociamos a don Julian, el bibliotecario de la catedral de Cordoba.

—Buen hombre —afirmo el noble—. Una persona volcada en la defensa de la religion...

El senor de Campotejar dejo flotar en el aire sus ultimas palabras. Hernando sintio sobre si la atencion de los tres. ?Que queria decir? Don Julian, el bibliotecario, era un musulman escondido bajo los habitos de un sacerdote.

—Si —mintio—. Era un buen cristiano.

Don Pedro, Luna y Castillo intercambiaron miradas. El noble asintio con la cabeza a Castillo, como si le autorizase. El traductor comprobo que nadie podia

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