—Y ella, ?te quiere?

Miguel alzo el rostro y torcio el gesto en una amarga sonrisa.

—?A un tullido? ?A un criado? Te quiere a ti...

—?Que dices...? —Hernando llego a levantarse de la silla.

—Le he hablado tanto de ti que creo que si, que te quiere; por lo menos te admira profundamente. Tu has sido el caballero de mis historias, el salvador de doncellas, el domador de fieras, el encantador de serpientes...

—?Te has vuelto loco? —Los ojos azules de Hernando parecian a punto de salirse de sus orbitas.

—Si, senor —respondio Miguel, con el semblante congestionado—. Es una locura lo que llevo viviendo desde hace algun tiempo.

Esa misma noche, Miguel subio a buscarle a la biblioteca, donde Hernando habia empezado a transcribir de nuevo el evangelio de Bernabe a peticion de los de Granada. Si don Pedro y sus amigos de Granada insistian en enviar el ejemplar que el escondia en su biblioteca, debia necesariamente hacer una transcripcion del texto. Los habia convencido de que no era el momento de desprenderse de ella, pero tal vez no tuviera tanta suerte la proxima vez. Hernando no podia evitar albergar dudas respecto al sultan. ?Seria el otomano capaz de ayudar al pueblo morisco? Aunque, en esta ocasion, cuando llegara el momento, solo tendria que dar a conocer el evangelio que anunciaba el Libro Mudo; no se trataba de lanzar a su armada contra los dominios del rey de Espana, tan solo debia convertirse en ese rey de reyes que anunciaba la Virgen Maria y desvelar las mentiras de los papaces.

—Senor —le distrajo el muchacho—, me gustaria que conocieras a Rafaela.

—Miguel... —empezo a quejarse.

—Por favor, acompaname. —Su tono de voz era tan implorante que Hernando no pudo negarse. Ademas, en el fondo, sentia cierta curiosidad.

Rafaela esperaba junto a Estudiante. Entrelazaba los dedos de una mano en sus largas y tupidas crines mientras con la otra le acariciaba el belfo. La luz era escasa; una sola lampara alejada de la paja iluminaba tenuemente las caballerizas. Hernando vio a la muchacha, que lo recibio con recato, cabizbaja. Miguel se quedo algo por detras, como si pretendiera con ello separarse de la pareja. Hernando titubeo. ?Por que estaba nervioso? ?Que le habria contado Miguel ademas de convertirle en el protagonista de sus historias? Se acerco hasta Rafaela, que continuaba con la mirada clavada en la paja. La muchacha vestia una saya, terciada en su cintura para que no se ensuciara, con lo que mostraba una vieja basquina que le llegaba a la altura de los zapatos, y, en el cuerpo, un jubon abierto con mangas, sobre la camisa. Todo en color pardusco; todo cayendo a peso, como si aquellas sencillas ropas no encontrasen turgencia en la que apoyarse. ?Que le habria prometido Miguel? Quiza..., ?habria sido capaz de decirle que se casaria con ella para librarla del convento antes de consultarselo?

De repente se arrepintio de haber acudido a las cuadras. Dio media vuelta y se encamino hacia la salida, pero se topo con Miguel, plantado en el pasillo, firme sobre sus muletas.

—Senor, te lo ruego —le suplico el muchacho.

Hernando cedio y se volvio de nuevo hacia Rafaela. La encontro mirandole con unos ojos castanos que incluso en la penumbra pregonaban su desconsuelo.

—Yo... —trato de excusar su intento de huida.

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