—Os agradezco de corazon lo que estais dispuesto a hacer por mi —le interrumpio Rafaela.

Hernando se sobresalto. La dulzura de la voz de la muchacha le sobrecogio; sin embargo, ?que era lo que habia dicho? ?Miguel! ?Habia sido capaz! Iba a volverse hacia el tullido, pero la muchacha continuo hablando:

—Se que no soy gran cosa; mis padres y hermanos no cesan de repetirmelo, pero estoy sana. —Sonrio para acompanar tal afirmacion, dejando a la vista sus dientes, blancos y perfectamente alineados—. No he padecido ninguna enfermedad y en mi familia somos extremadamente fertiles —continuo. Hernando se sintio abrumado. La sinceridad y vulnerabilidad de aquella voz le estremecian—. Soy una buena y piadosa cristiana y os prometo ser la mejor esposa que podais encontrar en toda Cordoba. Os compensare con creces el que mi padre no aporte dote alguna —anadio poniendo fin a su discurso.

El morisco no encontro palabras. Gesticulo y se removio inquieto. La candidez de la muchacha desperto su ternura; sus tristes ojos castanos expresaban un dolor desapasionado que hasta Estudiante, extranamente quieto junto a ella, parecia palpar todavia. Solo la respiracion acelerada de Miguel, a sus espaldas, desentonaba en el ambiente.

—Soy cristiano nuevo. —Fue lo primero que se le ocurrio decir.

—Se que vuestro corazon es limpio y generoso —afirmo ella—. Miguel me lo ha contado.

—Tu padre no permitira... —balbuceo Hernando.

—Miguel cree tener la solucion.

En esta ocasion si que giro la cabeza hacia el tullido. ?Sonreia! Lo hacia con aquellos dientes rotos en sierra, tan diferentes a los de Rafaela. Miro al uno y a la otra alternativamente. Las miradas ansiosas de ambos parecian acorralarlo. ?Que solucion seria aquella?

—?No sera nada contrario a las leyes? —le pregunto a Miguel.

—No.

—Ni a la Iglesia.

—Tampoco.

?Como iba a permitir don Martin Ulloa la boda de su hija con un morisco hijo de una condenada por la Inquisicion?, se pregunto entonces. Era de todo punto inimaginable. Ni siquiera necesitaba excusarse con Rafaela; seria su propio padre quien impidiera la boda, por lo que bien podia seguir el plan propuesto por Miguel sin necesidad de ser el quien frustrase las expectativas de ambos.

—Estoy cansado —se excuso—. Manana hablaremos, Miguel. Buenas noches, Rafaela.

—Espera, senor —le rogo Miguel cuando Hernando pasaba por su lado.

—?Que quieres ahora, Miguel? —inquirio con voz cansina.

—Tienes que verlo tu, personalmente. Solo te robare un rato mas de tu descanso. —Hernando suspiro, pero la actitud de Miguel le obligo a ceder de nuevo. Asintio con la cabeza—. Ven —le pidio el muchacho—, tenemos que apostarnos en el primer piso.

Tal y como lo dijo, giro sobre sus muletas y se dispuso a salir de las cuadras.

—?Y Rafaela? —protesto Hernando—. Ella no puede acceder a

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