nuestra casa. Es una joven soltera. —Miguel no le hizo caso, como si pretendiera que Rafaela esperase alli su vuelta—. Regresa a tu casa, muchacha —la insto entonces Hernando.
—Ahora no puede hacerlo —oyo que decia Miguel, saltando ya hacia la puerta—. Es peligroso.
—?Que quieres decir?
—Ella nos esperara aqui, con los caballos.
La voz se perdio tras el tullido, que salio al patio sin esperar.
Hernando se volvio hacia Rafaela, que le contesto con una sonrisa y siguio a Miguel. ?Por que no podia volver a su casa la muchacha? ?Que peligro corria? Miguel, agarrado a la barandilla, ya ascendia por las escaleras al piso superior. Le dio alcance en los ultimos peldanos.
—?Que pasa, Miguel?
—Silencio —le rogo el tullido—. No deben oirnos. Ahora lo veras.
Recorrieron la galeria superior hasta donde el edificio se cortaba sobre el callejon ciego que daba a la salida de las caballerias. Miguel se movio despacio, tratando de no hacer ruido. Al llegar al final, Hernando le imito y se pego a la pared, oculto, en la esquina que permitia la vista sobre el callejon.
—No creo que tarden mucho mas, senor —susurro, uno al lado del otro, hombro con hombro, pegados a la pared—. Es la hora de costumbre. —Hernando no quiso preguntar—. Te felicito, senor —volvio a murmurar Miguel al cabo de un rato de espera—: te llevas a la mejor mujer de toda Cordoba. ?Que digo Cordoba? ?De Espana entera!
Hernando nego con la cabeza.
—Miguel...
—?Ahi estan! —le interrumpio el joven—. Silencio ahora.
Hernando asomo la cabeza para vislumbrar en la oscuridad como dos figuras se detenian ante la portezuela por la que solia escapar Rafaela. Entonces comprendio la razon por la que la muchacha no podia abandonar las cuadras. Al cabo, un hombre con una linterna abrio la portezuela desde el patio del jurado y la luz ilumino el rostro de dos mujeres, que se acercaron a don Martin Ulloa, a quien no le costo reconocer. Las mujeres le entregaron algo al jurado y desaparecieron al amparo de las sombras del callejon. Don Martin cerro la puerta y los destellos de su linterna fueron apagandose.
Hernando abrio las manos hacia su amigo.
—?Y bien? ?Era esto lo que tenia que ver? —inquirio.
—Hara dos semanas —le explico Miguel en el momento en que considero que el jurado ya debia de estar en el interior de su casa—, mientras estabas de viaje en Granada, de poco nos topamos con las mujeres y el padre de Rafaela. Desde entonces, noche tras noche, he tenido que comprobar que se iban para que Rafaela pudiera volver a su casa.
—?Que significa esto, Miguel? —Hernando se separo de la pared y se irguio frente al muchacho.
—Esas mujeres, como tantas otras que vienen por aqui, son mendigas. Una noche reconoci a una de ellas: la Angustias, la llaman. Volvi a salir a las calles y me mezcle con..., con mi gente. No consegui ni una moneda de vellon, ni siquiera falsa. —Sonrio en la oscuridad—. Debo de haber perdido la costumbre...
—Abrevia, Miguel —atajo Hernando—. Es tarde.
—De acuerdo. Estuve haciendo preguntas aqui y alla. Esas
