—?Que pretendes, moro asqueroso?

Don Martin Ulloa no espero al dia siguiente. Esa misma noche se presento en casa de Hernando, que lo recibio en la galeria, sentado en el patio. El jurado escupio su pregunta inclinado por encima de el, sin aceptar su invitacion para que tomase asiento. Hernando se percato de la espada que colgaba de su cinto. Miguel escuchaba tras el portalon de las caballerizas.

—Sentaos —le invito una vez mas.

—?En la silla de un moro? No me siento con moros.

—En ese caso, apartaos unos pasos de este moro que tanto os incomoda. —El jurado accedio. Hernando continuo sentado—. Pretendo la mano de vuestra hija Rafaela.

Se trataba de un hombre corpulento, algo entrado en anos pero de un porte soberbio. Las canas del poco cabello que le restaba en la cabeza y su poblada barba blanquecina contrastaron con el repentino sofoco que enrojecio su rostro. Don Martin bramo algun insulto ininteligible, luego solto dos carcajadas profundas y volvio a los improperios.

Miguel, asustado, asomo la cabeza tras el portalon.

—?La mano de mi hija! ?Como te atreves a mentar su nombre? Tus sucios labios manchan su honra...

—Vuestra honra —le interrumpio Hernando, amenazante— es la que no se repondra nunca si el cabildo se entera de vuestros manejos con los ninos expositos. La vuestra, la de vuestra esposa y la de vuestros hijos. La de vuestros nietos... —Don Martin echo mano a su arma—. ?Me tomais por imbecil, jurado? Ahi donde estais, esos moros a los que tanto odiais crearon la mas esplendida de las culturas en esta misma ciudad, y eso no fue por casualidad. —Hablo tranquilamente ante la espada a medio desenvainar del jurado—. En este momento hay un escrito lacrado en manos de un escribano publico —mintio— que relata al detalle todo cuanto haceis con los expositos, incluyendo los nombres de los ninos y las personas que han intervenido. Si a mi me sucediese algo, ese escrito seria inmediatamente entregado a las autoridades. —Hernando vio dudar al hombre, parte del filo de la espada brillaba fuera de su vaina—. Si me matais, vuestro futuro no vale una blanca. ?Recordais a una nina llamada Elvira? —continuo para demostrarle la certeza e importancia de sus amenazas. El jurado nego una sola vez con la cabeza—. Vos entregasteis esa nina recien nacida a un ama de cria de nombre Juana Chueca. A la tal Juana si que la recordais, ?verdad? Elvira fue, a su vez, entregada para mendigar a la Angustias. La nina fallecio hara cerca de medio ano, pero nada de eso consta en los libros de la cofradia.

—Eso es problema del visitador —arguyo don Martin.

—?Y creeis que el visitador cargara el solo con toda la culpa? ?Tampoco diran nada las mujeres y las mendigas acerca de vuestra participacion, del dinero que os llevan a vuestra casa por las noches? —Vio la indecision reflejada en el rostro del jurado—. Teneis una hija de la que pretendeis desprenderos entregandola a un convento, sin dote alguna. ?Vale la pena arriesgar vuestro honor y el de toda vuestra familia por esa hija?

—?Como conoces a mi hija? —inquirio el jurado, mirandole con suspicacia—. ?Cuando la has visto?

—No la conozco, pero he oido hablar de ella. Somos vecinos, don Martin. Pensad en el trato que os ofrezco: mi silencio por esa hija que os

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